Por: Armando Mendoza, Economista Hoy se inaugura, finalmente, el Hospital de la Solidaridad de San Juan de Lurigancho, que contribuirá significativamente a mejorar el acceso de la enorme población del cono este de Lima (superior a 1 millón de personas) a servicios de salud oportunos y de calidad a precios módicos, con un estimado de 100 mil atenciones mensuales. Logro importante que amerita una reflexión sobre la situación de la salud en nuestro país, y de lo lejos que estamos aún de garantizar que cada peruano tenga pleno disfrute del derecho a la salud. Y es que la salud pública no es solo un asunto de enorme impacto social, sino que también es un elemento clave para el desarrollo económico. El costo de un sistema de salud deficiente se expresa en una población que ve multiplicarse sus enfermedades y dolencias, lo que afecta su bienestar y productividad. Así, el mejoramiento de nuestro sistema de salud es un elemento clave para nuestro desarrollo. En ese sentido, resulta clave el financiamiento, pues la realidad es que en el Perú seguimos dedicando a la salud apenas una fracción de los recursos necesarios. Acorde a la Organización Mundial de la Salud, el gasto del Estado peruano en salud en los últimos años se ha movido por debajo del 3% del PBI, demasiado poco para un país que aspire a tener una población plenamente saludable y productiva. Ello también implica superar ideas y prejuicios que han afectado el desarrollo de un sistema de salud adecuado a las necesidades de los peruanos. Así, por ejemplo, asumir que hay que meter cemento y poner un hospital tradicional en cada localidad –lo que representa un costo de construcción y mantenimiento considerable– es, simple y llanamente, errado. Más importante es establecer una red de atención primaria (postas y centros médicos) adecuadamente equipada y manejada, así como el uso de alternativas económicas de servicios de salud móvil, tales como hospitales y policlínicos itinerantes, o en instalaciones temporales sobre estructuras ligeras. De igual forma, necesitamos una política de manejo de nuestros recursos humanos que potencie la contribución de los profesionales de salud. Pero no lo lograremos mientras no tengamos un apropiado sistema de remuneración, capacitación, promoción y fiscalización. Así, tenemos un déficit de 6 mil especialistas en salud, con el grueso de ellos concentrados en Lima mientras en provincias brillan por su ausencia. ¿Cuándo tendremos un programa de incentivos razonables para que los especialistas tengan interés en operar fuera de la capital y las grandes ciudades? Finalmente, una visión moderna de la salud pública implica superar la idea de que este sistema sólo importa para la atención de las enfermedades. Todo lo contrario: un buen sistema de salud no es necesariamente el que te atiende cuando enfermas, sino, más bien, aquel que evita que enfermes a través de una acción preventiva y de promoción de la salud oportuna. Esas y otras son las preconcepciones que deberemos superar si deseamos que el Perú tenga un sistema de salud moderno y eficiente. No es una tarea fácil, pero no debemos eludirla, pues de ella depende no solo nuestro bienestar físico sino también nuestro bienestar económico. Un aspecto fundamental es la carencia de servicios especializados de atención para la población.