El director César Galindo siempre recuerda el momento en el que, un día, en la calle, un joven se le acercó para agradecerle por su película Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo (2022), que cuenta la encantadora historia de un niño quechuahablante que descubre la magia del cine. La cinta, le dijo el joven, le había permitido conversar con sus padres sobre lo valioso que era seguir hablando el quechua, su lengua natal, la que, al parecer, ellos no querían transmitir a sus herederos.
PUEDES VER: Joel Calero sobre 'ley Tudela' que perjudicaría al CINE de PERÚ: "Nace de la desinformación y mala fe"
Galindo cuenta la anécdota por teléfono, desde Estocolmo, donde se encuentra por estos días, como un ejemplo de lo importante que es hacer cine en lenguas originarias en Perú.
Esta idea de que las lenguas originarias son un retraso para el desarrollo del país siempre ha existido –dice–. Y, en el fondo, no me sorprende, porque la cultura de las regiones siempre ha tenido que luchar para hacerse un lugar.
El cineasta ayacuchano, como la gran mayoría de sus colegas, está preocupado por el proyecto de ley que ha presentado la congresista Adriana Tudela, que, con el argumento de pro- mover la inversión privada en el cine peruano, pretende eliminar algunas de las principales políticas estatales que han permitido el crecimiento de la producción cinematográfica nacional, sobre todo la que se hace fuera de Lima.
Tudela critica que la actual ley de cine otorgue estímulos económicos a las producciones nacionales, diferenciando a las que se hacen en las regiones y en lenguas indígenas u originarias, y sostiene que cualquier proyecto debe competir por esos estímulos, sea de Lima, del interior del país o, inclusive, del extranjero.
Además, pretende recortar esos fondos al 50% del coste de producción. Y plantea crear una ventanilla única de autorización de fi lmaciones en el territorio, que daría el visto bueno a los proyectos extranjeros pero también a los nacionales y que estaría a cargo de PromPerú.
Todas estas ideas han despertado la alarma en la comunidad de trabajadores y trabajadoras de la industria fílmica local, porque, como sostiene el colectivo En defensa del cine peruano en un comunicado, atenta “contra la cultura, la diversidad y la libertad de creación” en Perú.
Los incentivos al cine regional permitieron la producción de obras como Willaq Pirqa (2022).
Esta ley podría terminar con la mayor parte de las producciones peruanas –dice Melina León, directora de Canción sin nombre (2019), filme ganador de medio centenar de premios en el país y el extranjero–. La gran mayoría de las películas peruanas se producen con los fondos que entrega el Estado. Si se recorta el estímulo al 50% del coste, las pequeñas y medianas producciones no van a tener de dónde cubrir el 50% restante. O, de repente, van a inflar sus presupuestos.
León advierte que la existencia de una ventanilla que autorice la filmación en territorio peruano podría dar pie a que aquellos proyectos que aborden temáticas que disgusten a las autoridades de turno no obtengan luz verde. Es decir, abre las puertas a potenciales casos de censura.
Pero uno de los aspectos que más ha preocupado a los y las cineastas es la pretensión de eliminar los estímulos dirigidos al cine regional.
–En la práctica, si esta ley se aprueba, ya no habría concursos dirigidos a las regiones –dice León–. Las regiones tienen su propio concurso, su propio fondo, que es el que ha permitido que existan obras como Wiñaypacha (2017).
Pero ¿por qué es importante que exista esta “discriminación positiva”, como la llama Tudela en su proyecto, que permite a los cineastas que no son de Lima competir entre ellos para obtener los estímulos para hacer sus películas?
–El concurso exclusivo para regiones se inventó para que cineastas de todo el país pudieran tener acceso a fondos públicos –dice el crítico y cineasta Gabriel Quispe. –Porque en las competencias anteriores, los cineastas formados en Lima siempre tenían las de ganar. Por lo mismo se crearon, después, las categorías de cine indígena y cine en lenguas originarias.
Miembros del colectivo En defensa del cine peruano reunidos, el jueves último, en el Campo de Marte. Foto: Marco Cotrina
–Sin el estímulo económico que ganamos en 2014 no podríamos haber hecho la película – dice, desde Puno, Henry Vallejo, autor de Manco Cápac, considerada la mejor cinta nacional de 2020–. Los fondos de la DAFO fueron el 92% del presupuesto. El resto lo completamos de un préstamo familiar y de nuestros ahorros.
César Galindo dice que si la ley que pretende Tudela hubiese estado vigente en su momento, él difícilmente podría haber hecho Willaq Pirqa, una obra aplaudida por la crítica, aclamada como la mejor película peruana de 2022, que se hizo popular gracias al boca a boca y que vieron más de 82 mil espectadores.
–Si tú vives en Puno, en Cusco, conseguir financiamiento es super complicado –dice Galindo–. Tienes que tener contactos afuera o buscar empresas privadas, aunque las empresas no financian el cine regional.
–En los últimos diez años, el cine regional ha sacado la cara por el cine peruano –dice Henry Vallejo–. No digo que sea mejor o peor que el que se hace en Lima, pero creo que en cualquier parte del país cualquier artista que se esfuerza armando un proyecto merece una oportunidad,
Retablo (2017), Wiñaypacha, Canción sin nombre, Manco Cápac y Willaq Pirqa son ejemplo del potencial artístico que ha demostrado en los últimos años el cine hecho fuera de la capital. Varias de ellas, como Wiñaypacha y Canción sin nombre, son parte, incluso, del catálogo de plataformas como Netflix.
–En el extranjero hay un interés cada vez mayor por ver expresiones mucho más originales de cada país –dice César Galindo–. Todo el mundo está acostumbrado a ver la producción homogénea internacional. Hay interés por ver cosas mucho más específicas de cada cultura.
El autor de Willaq Pirqa dice que hay un mercado potencial para las producciones filmadas en quechua, pues se trata de una lengua que se habla en gran parte del Perú y en algunas zonas de Bolivia, Ecuador, Chile y Argentina.
–Hoy, en el año 2023, ya no se puede hablar que el cine peruano lo hacen tres hombres blancos en Barranco –dice, por su parte, Melina León–. Así era hace 30 años. Hombres blancos, con cierto estatus, que eran los que hacían el cine nacional. Hoy tenemos una gran diversidad, tenemos películas en quechua, tenemos películas en aimara, que han sido exhibidas en decenas de festivales, que han ganado premios internacionales. Y esa diversidad es lo que hace falta en un país tan dividido como el Perú.