En el banco de José Adolfo Quisocala Condori, una balanza de peso tiene más utilidad que una máquina para detectar billetes falsos. Los ahorristas son niños, adolescentes y jóvenes menores de 29 años que convierten a los periódicos viejos, cartones, botellas de plástico, latas de bebidas o conservas en su capital inicial. Antes de depositarlos en las bóvedas artesanales del Banco del Estudiante Bartselana –saquillos de yute, cajas o estantes– el material debe clasificarse y limpiarse. Se pesa y es tasado. Lo equivalente del dinero se deposita en las cuentas que abre el banco a nombre de los clientes. Les entregan una tarjeta de débito y gastan de acuerdo al plan.
Desde que tenía siete años, José impulsa este emprendimiento. Por su originalidad, cosechó varios premios internacionales y nacionales. Comenzó cuando en el colegio lo eligieron alcalde escolar. Con sus primeros socios, compañeritos de clases, recolectaban residuos reciclables y los vendían a los chatarreros. Hoy el Banco del Estudiante tiene convenios con empresas recicladoras que recogen lo recolectado por casi 9.000 ahorristas en la ciudad de Arequipa. También abrió una oficina en Lima, aunque la pandemia y la crisis detuvieron los planes de expansión.
Mucha agua ha corrido bajo el puente y José ya no es ese niño risueño, con saco y corbata, de voz acartonada que se comía las “erres”. Hoy es un joven con 18 años. Esa mayoría de edad le permitió poner la empresa a su nombre. Pelo ensortijado a lo african look, delgado como un alfiler, pantalones modelo escocés y corbata suelta, locuaz con el uso de anglicismos cuando subraya una idea. Es la marca registrada de una rebeldía adolescente que a veces explota cuando algo no le gusta. Le escribimos un mensaje con la sugerencia de vestir saco y corbata para la producción de fotos. “Casi exploto”, confiesa este singular banquero, ahora sentado sobre una pequeña mesa de escritorio con las piernas cruzadas. En mayo de 2022, el Ministerio del Ambiente (Minam) le entregó el Premio Nacional Ambiental Antonio Brack, y hubo otro motivo para rebelarse. Debía dar un breve discurso y los voceros del Minam quisieron imponerle un guion: “Agradecer al gobierno y al presidente Castillo por su lucha en favor del ambiente”. Hizo lo contrario. Instalado en el podio, enérgico, denunció y reclamó al Estado por su nula acción frente al cuidado del medio ambiente. “Tenemos diez años para salvar el planeta, se debe hacer algo, hay unos que tienen más responsabilidad que otros” y clavó la mirada en Castillo y el ministro del Ambiente, Modesto Montoya.
En Estocolmo. Al ganar el Premio Climático Infantil de 2018 entregado por la empresa Telge Energi. Foto: La República
En la charla que tenemos en su oficina del Parque Lambramani, uno de los malls modernos de Arequipa, nos dice que a su banco lo sostienen dos columnas. Primero, el ahorro, que los menores sepan de su importancia para satisfacer necesidades, desde pagar estudios a financiar una fiesta de cumpleaños. Sin embargo, la protección al medio ambiente es lo prioritario. Apunta a controlar los desechos reciclables de la actividad humana. El plástico no es biodegradable, el viento y los ríos lo arrastran al mar y envenena a los pescados. El plástico es una plaga, recientes estudios lo han encontrado en el sistema digestivo de los cóndores. Según José Adolfo, el reciclaje de papel de su banco salva de la tala a 200 árboles. Los ahorristas reciben capacitaciones y concientización sobre cómo reusar la basura. Trabaja con 50 colegios de Arequipa en donde abrió minisucursales. Ha convertido a los alcaldes escolares en sus agentes. Salón por salón, ellos recogen los residuos sólidos, lo pesan y anotan en un cuaderno a los ahorristas del banco. Por ese trabajo reciben un óbolo, dinero que se reinvierte en el colegio: colchonetas para educación física, reposición de fluorescentes rotos. El colegio Claretiano compró varios instrumentos de su banda de música con estas comisiones. No le ha faltado toparse con directores que le pidieron “la suya” para franquearle el ingreso. Para evitar esas incómodas propuestas, prefiere que los colegios interesados lo llamen. Hay conversaciones para que el Gobierno Regional de Arequipa declare de interés regional al banco. Eso le dará acceso a las instituciones educativas.
Disney grabó una película sobre su vida. Las primeras escenas muestran a José cuando recibe un premio en Suecia-Estocolmo. Luego viene un flashback, al inicio de su proyecto en Arequipa. Llegar hasta ahí no fue fácil, sobre todo para un niño que debía demostrar que sabía más que los adultos. Eso le creaba ansiedad, se comía las uñas o se echaba a llorar. “Yo me flagelaba con mi propia autoexigencia, era mi propio saboteador”, confiesa relajado esta mañana húmeda de febrero; tampoco se ruboriza en revelar que recibe terapia psicológica para hacer más llevadera la existencia. Era pensar y reaccionar rápido. En reuniones con ejecutivos importantes se utilizaba la jerga contable que no entendía. Pedía permiso para ir al baño, ahí sacaba el móvil y revisaba en internet la terminología. Luego volvía con la seguridad de un conocedor. Admite que en su infancia se convirtió en “chiquiviejo”, que hacía tareas escolares y atendía los asuntos del banco hasta la medianoche. Al colegio no lo aguantó más e hizo la secundaria a distancia. Su padre renunció al trabajo de catedrático para darle una mano. Hoy está más aliviado, lo acompaña un equipo de profesionales y colaboradores. “No ha sido fácil, pero todo esfuerzo da una recompensa. Esa es la enseñanza”, dice en modo maestro motivacional.
Hace cuatro años. En pleno trabajo con sus colaboradores. Foto: La República
¿Vas a estudiar finanzas?, le pregunto. Responde que no lo encasille como un banquero tradicional. Odia los números, prefiere las letras. Partirá a Inglaterra a estudiar comunicaciones. “Me interesa comunicar para buscar cambios”.
¿Ingresarás a la política? Aún no lo tiene decidido. Sin embargo, él considera que el país está como está por la culpa del peruano. Se elige mal, ni siquiera se revisan las hojas de vida de los candidatos. Se vota por emoción sin medir su capacidad. Eso es fruto de la educación peruana de mala calidad. “Enseñan cosas que no sirven para la vida”, remata.