Brigadistas: auxilio en el caos
Historias de los hombres y mujeres que, en estas semanas de convulsión social, voluntariamente, casi sin recursos, sortean las piedras, los perdigones y las lacrimógenas para socorrer a los caídos.
La noche del sábado 28, mientras avanzaba por la avenida Abancay tratando de reunirse con su grupo de brigadistas, en el momento más álgido de la represión policial, “Carmen” (la llamaremos así) vio caer el cuerpo de un manifestante.
Cuando llegó corriendo, otros brigadistas ya lo estaban atendiendo. De la cabeza del herido manaba sangre a borbotones. No había forma de detenerla. “Carmen” pensó que podía tener un shock hipovolémico. Cuando vio que en la cabeza del hombre había masa encefálica expuesta, temió lo peor.
El hombre era Víctor Santisteban.
Como se aprecia en los videos que se difundieron días después, Santisteban avanzaba entre un grupo de brigadistas, sin ninguna intención de atacar a nadie, cuando un policía le descargó una bomba lacrimógena en la cabeza.
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“Carmen” es enfermera, trabaja en un hospital público y en su práctica diaria ha visto a personas morir delante de sus ojos. Pero nunca vio a alguien irse de una forma tan violenta.
Por eso lo que vio esa noche la afectó tanto.
Mientras sucedía lo de Santisteban, al otro lado de la avenida, “Manuel” (lo llamaremos así) prestaba auxilio a un hombre al que encontró tirado en el piso, sangrando de la cabeza.
“Manuel”, médico cirujano, le aplicó apósitos y le vendó la cabeza y, una vez detenida la hemorragia, lo dejó en manos de otros brigadistas que lo llevarían al Hospital de Emergencias Grau, mientras él iba rápidamente adonde estaba Santisteban a ver en qué podía ayudar.
Miembros de Brigada Hampi Camayoc, que en quechua significa “Aquel que lleva salud”. Foto: John Reyes/La República
A falta de una camilla a la mano, Santisteban había sido colocado sobre un rectángulo de lata que algunos manifestantes usaban como escudos para protegerse de los disparos policiales.
En vista de que otros brigadistas ya estaban cargando al herido, “Manuel” se concentró en ayudar a abrirles paso por la calle.
Esa noche atendió a cinco personas, casi todas heridas por disparos de perdigones.
Fue una noche demasiado violenta.
Después de que se llevaron a Santisteban, “Carmen”, que se había quedado rezagada, escuchó que alguien la llamaba a gritos. Le decían que había un herido en una cochera en el jirón Inambari, que fuera a verlo. Pero la policía no dejaba de disparar. La avenida estaba oscura, llena de la neblina de los gases. “Carmen” tuvo miedo. Le dijo al hombre que trajeran al herido, que ella esperaría. No hubo respuesta.
Se quedó alrededor de una hora y media más. Cerca de la avenida Grau atendió a un chico que tenía heridas de perdigones en todo el cuerpo. Fue a la puerta del Hospital de Emergencias a buscar noticias sobre Santisteban. Estuvo entre los manifestantes que fueron gaseados gratuitamente en el Paseo de los Héroes Navales. En todo ese tiempo, no dejaba de pensar en el disparo que había recibido Santisteban. Cerca de las 11 de la noche, se fue a casa.
Cuando relata las escenas que vivió durante esas horas, todavía le tiembla la voz.
Integrantes de la Brigada 141120, creada durante las marchas contra el régimen de Manuel Merino. Foto: John Reyes/La República
Los que llevan salud
En estas semanas de convulsión social, cuando miles de manifestantes toman las calles de varias ciudades del país para exigir la renuncia de Dina Boluarte y se suceden violentos enfrentamientos con la Policía, nadie, ni el Ministerio de Salud ni el SAMU ni Essalud, ni siquiera la Cruz Roja Peruana, presta atención a los heridos.
Los únicos que lo hacen son los brigadistas voluntarios. Hombres y mujeres, entre sus veintes y sus cuarentas, estudiantes o profesionales, médicos, enfermeras, bomberos, paramédicos, que en cada manifestación se despliegan entre los gases y los enfrentamientos con el único objetivo de prestar auxilio.
–El Estado ha abandonado a los heridos – dice el médico Antonio Quispe, coordinador de primera línea de la Brigada Hampi Camayoc, uno de los más grandes grupos de brigadistas que se han activado durante estas protestas–. El Estado les niega atención, les niega ambulancias, y ese vacío lo estamos cubriendo los brigadistas. Nuestro único propósito es salvar vidas.
Son más de un centenar los brigadistas que hoy integran Hampi Camayoc –entre ellos, “Carmen” y “Manuel”. Muchos de ellos prestaron primeros auxilios a los heridos durante las manifestaciones de noviembre de 2020. Otros se han incorporado en las últimas semanas. La mayoría prefiere no revelar sus nombres porque temen ser víctimas de ataques.
La brigada más antigua es la 141120, bautizada así porque se formó durante las protestas que hicieron caer al régimen de Manuel Merino. La fundaron Carlos Alberto Flores, Ernesto Franco, Giuseppe Lulimachi y varios otros hombres y mujeres preocupados por la suerte de las víctimas que dejaron esas jornadas, los más recordados, Inti Sotelo y Bryan Pintado.
Detener hemorragias, aliviar el dolor y atender intoxicaciones por gases son algunas de sus tareas más frecuentes. Foto: John Reyes/La República
Gracias a una alianza con Médicos Sin Fronteras, la 141120 ha prestado ayuda a decenas de heridos, no solo manifestantes sino también víctimas colaterales e incluso policías. Como señala Flores, son una brigada que no tiene afiliación política. Sus principios son la neutralidad, la humanidad y la independencia.
La noche del jueves 19 de enero, sus brigadistas fueron los primeros en acudir a auxiliar a los habitantes del edificio Marcionelli cuando este comenzó a incendiarse, al parecer producto de la caída de una bomba lacrimógena. El paramédico Giuseppe Lulimachi rompió candados y tumbó puertas para ayudar a despejar la casona. El bombero Ernesto Franco y varios de sus compañeros recorrieron cada uno de los cuatro pisos para tocar las puertas y avisar a los residentes de que debían abandonar el lugar.
Su labor no es sencilla. En una ocasión, en la marcha del 5 de abril del año pasado, la Policía lanzó una bomba lacrimógena a uno de sus vehículos. Debido a que la Cruz Roja Peruana ha prohibido a los brigadistas que usen su símbolo, los de la 141120 y todas las demás brigadas usan cascos blancos o verdes, lo que no hace sencillo que sean reconocidos y respetados en medio del caos de los enfrentamientos. Como dice Carlos Alberto Flores, ellos igual estarán allí, en el campo, mientras sigan haciendo falta.