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Domingo

Salud mental en los hospitales

Sus capacidades fueron llevadas al límite durante la primera y segunda ola, pero hasta hoy no se sabe a ciencia cierta cómo impactó la crisis sanitaria en la salud mental del personal médico de la primera línea. Un equipo de investigadores impulsa una encuesta virtual para esclarecerlo.

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El personal de salud llevó sus capacidades al límite con jornadas prolongadas y rodeados de muerte. Foto: John Reyes/La República

“Era una paciente potencialmente recuperable, pero estábamos rebasados, no podríamos hacer nada por ella, se iba a morir”. El médico intensivista Luis Otero expresa su frustración por no haber podido salvarle la vida a una mujer de 39 años, que como muchos pacientes covid esperaba una cama UCI en los pasillos del hospital Guillermo Almenara durante la segunda ola. “Era joven, no tenía comorbilidades, pero no había ventiladores mecánicos, ni personal médico disponible, la miraba, tragaba saliva y seguía de frente, no podía hacer más”.

Impotencia. Ese el sentimiento más recurrente que experimentó este joven médico al enfrentar el tsunami de pacientes que llegaron al hospital contagiados de SARS-CoV-2 durante la crisis sanitaria en 2020. No poder salvarles la vida a todos porque de pronto su unidad colapsó, tener que elegir a quién le daba una cama UCI entre una treintena de pacientes, ver la cara de la muerte a diario, y enfrentarse a un virus desconocido resquebrajó su salud mental.

“Me sentía un inútil, todo olía a fracaso, la peor noche fue cuando murieron 42″. El médico infectólogo César Ramal sintió la misma desesperanza en el Hospital Regional de Loreto en el que se vivieron momentos límite cuando estalló la pandemia. Los contagios se multiplicaron rápidamente en Iquitos, los pasillos del nosocomio se inundaron de pacientes con insuficiencia respiratoria, había un déficit de personal médico (el 80% se infectó), y los cadáveres se acumulaban en bolsas negras a vista de todos.

Ramal tuvo que echar mano en lo que pudiese. Se hizo cargo de organizar la unidad de emergencias, atender pacientes, recoger raciones de alimento para el personal, gestionar donaciones para comprar medicinas, y un largo etcétera que se prolongaba en jornadas maratónicas sin hora de salida.

El médico David Villarreal de Censopas, investigador de la encuesta Peruvian Frontline. Foto: John Reyes/La República

El estrés crónico, la angustia por un posible contagio (y por contagiar a su familia), el ver morir a sus colegas le provocaron reacciones de las que no era muy consciente. “Tenía taquicardias, intranquilidad, trastornos de sueño, no encontraba placer en las cosas que me agradaban. Cuando me contagié y estuve hospitalizado pensé en no volver a atender pacientes covid nunca más”.

En vista de que la pandemia está relativamente controlada, Otero y Ramal reflexionan sobre las posibles heridas que la crisis sanitaria dejó en su psique. A dos años de pandemia, no conocemos aún cuánto de nuestro personal de salud desarrolló algún trastorno mental. Para dar algunas luces, los médicos investigadores Mahony Reátegui y David Villarreal del Centro Nacional de Salud Ocupacional y Protección del Ambiente para la Salud (Censopas) están realizando una encuesta virtual.

Se trata de Peruvian Frontline -respaldado por el Instituto Nacional de Salud (INS)-, un cuestionario de 56 preguntas que puede ser llenado de forma remota en 15 minutos y tiene como finalidad conocer la prevalencia de síntomas depresivos, ansiosos y de estrés postraumático en el personal de salud de primera línea de todas las regiones del Perú. “Queremos generar información para que las autoridades inviertan de forma eficiente sus recursos destinados a salud mental que ya son limitados; que sepan qué grupos etarios o qué regiones fueron las más afectadas para priorizar gastos”, dice Reátegui.

Por su parte, Jeff Huarcaya, psiquiatra y docente de la Universidad San Marcos, junto a otros investigadores, también indagó sobre el impacto de las agotadoras jornadas laborales en el bienestar mental de 613 trabajadores de hospitales, no solo médicos, también enfermeras, personal de limpieza, administrativos. “El 9% presentó síntomas ansiosos depresivos, y el 78%, un nivel de estrés moderado a alto”, dice el médico.

Desbordados

Si bien el personal médico está preparado para afrontar situaciones tensas, lo vivido durante la primera y segunda ola los desbordó.

“Suma la sobrecarga laboral, los altos riesgos de infección, la infraestructura y equipos limitados, la experiencia del sufrimiento y muerte de los pacientes, la posibilidad de perder el trabajo, el permanecer con varias capas de equipos de protección por 12 horas seguidas, todo generó problemas no solo mentales, también físicos asociados al malestar emocional”, dice Huarcaya.

Vivir con estrés prolongado, por ejemplo, puede producir alteración en el funcionamiento del cerebro o en la estructura del hipocampo (implicado en la memoria), y esto es provocado por la segregación persistente de cortisol, una hormona que se libera cuando vivimos situaciones de estrés. A nivel corporal, este desbalance generaría incremento de la presión arterial, baja de peso, disminución del apetito y alteración del sueño.

El Hospital Regional de Loreto vivió momentos dramáticos: 80% del personal se infectó. Foto: John Reyes/La República

“Antes de la pandemia, se sabía que los que trabajan en salud tenían una pésima salud mental, el coronavirus solo empeoró la situación, y si no se trata, va a repercutir en la atención a sus pacientes”, agrega el psiquiatra.

Resultados preliminares de la encuesta de Censopas arroja que varios médicos presentan síntomas de estrés postraumático: “Los colegas que hicieron el tamizaje me comentan que no pueden dormir o recuerdan vívidamente a sus pacientes, a los que llegaron prácticamente azules porque no podían respirar”, dice Reátegui.

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“El estrés postraumático es un trastorno que se genera cuando nos exponemos a un evento en el que nuestra vida corrió peligro”, explica Huarcaya. Estar en un hospital en la primera ola frente a un virus mortal y sin vacuna fue en definitiva una situación traumática que pudo generar en el personal los siguientes síntomas: “Tener recuerdos repetitivos de los momentos traumáticos; hiperactivación, cualquier objeto puede desencadenar el mal recuerdo; conducta evitativa, se aíslan, no quieren salir por temor a ver algo que desencadene el mal recuerdo y todo esto puede desencadenar en una depresión”.

Advierte el psiquiatra que la depresión en el Perú es la primera causa de años de vida saludable perdidos, además de ausentismo laboral y baja productividad, y si no se le toma atención, puede llevar a ideas suicidas. De ahí la importancia de Peruvian Frontline, que hasta el momento ha sido completada por mil encuestados. La meta es llegar a 12.400 trabajadores de salud. “Es desafiante obtener la información porque el personal está muy ocupado, queremos crear conciencia y decirles que los trastornos mentales tienen tratamiento como cualquier enfermedad”.

Ni el intensivista Otero, ni el doctor Ramal recibieron psicoterapia de forma constante. El primero remedió su irritabilidad con un minigimnasio que instaló en su departamento. El segundo hace poco se partió en llanto en su clase de inglés cuando un compañero le preguntó si había estado en primera línea.