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Binacional: Un título celestial [CRÓNICA]

Con el recuerdo de Juan Pablo Vergara y un triunfo clave en la ida, Binacional se consagra campeón de la Liga 1 por primera vez en su historia. Cayó 2-0 ante Alianza Lima en Matute, con tantos de Ramírez y un autogol, pero igual terminaron festejando.

De la desgracia a la gloria. De la tragedia a la felicidad. Sin escalas, en solo días, horas. De despedir a un compañero a homenajearlo. En los polos, en la memoria y en el corazón. Una partida inesperada que se convirtió en gasolina para un equipo que cumple una promesa: la de ser campeón en casa ajena, de poder celebrar a pesar de las heridas, de ser rebelde en el escenario más complicado.

Por eso cuando pitan el final, algunos caen al piso, otros miran al cielo, algunos se sacan la camiseta. Todo lo mencionan. Juan Pablo Vergara es el ángel del triunfo y aplaude también desde el cielo. Binacional celebra y esfuma ese falso mito de centralismo en el fútbol. La grandeza se mide por títulos -no necesariamente por años- y el equipo de Juliaca se mete en la historia de la Liga 1.

Con solo nueve años de historia, con un ascenso meteórico, ya con un torneo internacional jugado, el ‘Poderoso del Sur’ empieza a hacer gala de un apodo bien ganado. Impecable como local -donde también sacó la ventaja de 4-1 que no pudo remontar Alianza Lima-, ha aprovechado el hambre de gloria de un plantel donde resaltan algunos nombres pero donde lo principal es la unión, que aunque suena a un estribillo repetido es verdad.

Para algunos también es una revancha. Como Roberto Mosquera, que se fue por la puerta falsa de Matute, empujado por los imperiosos resultados pero defendido por el estilo, para regresar por la principal y obligar a que todos lo miren celebrar con otra camiseta. Igual no perdió la elegancia. O Aldair Rodríguez, el delantero de Binacional formado en las canteras íntimas que tuvo pocas chances y ahora se convierte en referente de un equipo que va a la Copa Libertadores.

90 minutos no alcanzan

“Que nadie se siente, que se sienta”, era una campaña esperanzada en que la banda sonora de Matute -con miles de hinchas alentando- juegue también su propio partido pero todavía el público no puede meter un gol y Alianza Lima mostró pocos argumentos futbolísticos para poder remontar una serie que se complicó en la altura.

Embargados en la esperanza de lo épico, de lo poco probable, Alianza Lima empezó superado por el reto, presionado por el escenario más que motivado. Confundido con un esquema conservador -cuatro defensas para cuidar solo a un delantero rival- cuando era imperioso buscar un gol rápido, sin importar mucho la fórmula. Poca claridad, sin elaboración.

Entonces Binacional se vio cómodo, haciendo un partido tácticamente impecable, sin nervios ni apuro. Era tal el desvarío, que la primera opción la tuvo la visita, aunque solo unos segundos después Federico Rodríguez aumentaba el suspenso fallando un tiro a pocos metros del arco. Esos mano a mano que pueden valer un campeonato. Un centro desde lejos de Fuentes acaba en un rebote tras un tiro de Balboa y Luis Ramírez les daba un ‘Cachito’ de esperanza con un cabezazo colocado.

Pero el plan de Binacional seguía inalterable, ellos a su propio ritmo, agazapados en su cancha, sabían que el negocio era que el tiempo pasara. El reloj era un aliado poderoso. Para forzar el tiempo suplementario, los íntimos necesitaban dos goles más. Un tanto cada media hora en un presupuesto optimista, aferrándose a las estadísticas de que no han perdido en Matute pero que pocas veces podían tener una diferencia amplia.

Cada vez que salía el balón de la cancha, Bengoechea miraba su reloj. La desesperación se convertían en cambios ofensivos, lo que pensaba para cambiar la historia. Ingresaba Joazinho Arroé pero fuera de su remate inicial, no pudo torcer el final. Rinaldo Cruzado no encontraba espacios entre tantas piernas celestes. Los intentos por aire y tierra. La insistencia de centros como sello uruguayo, poco vistoso pero efectivo que esta vez tampoco funcionaba. Ugarriza ingresaba para terminar con 3 delanteros, como si más fuera sinónimo de mejor.

Andy Polar -de buen partido- fallaba lo que pudo sentenciar la serie en un contragolpe donde su tiro silenciaba Matute. Pero de nuevo un centro, esta vez de Cruzado, chocaba en la pierna de John Fajardo (32’) para tener una nueva chance de convertirse en héroes. Pero Mosquera también movía sus piezas y sacaba a Millán y Rodríguez, físicamente fundidos, para darle espacio a dos defensas que tenían la misión de rechazar todos los balones.

Con el tiempo cumplido, en ese romance de los minutos ‘noventa y Alianza’, término preciso de una temporada donde encontraban oxígeno cuando todo expira, era la última oportunidad. Un pivoteo de Salazar y el cabezazo de Federico se va desviado, de nuevo. Ni todos los rosarios rezados en la tribuna, tampoco las promesas, todo se esfumaba cuando Patricio Loustau pitaba el final.

Todos lloran. Algunos de felicidad, otros de impotencia. También con sentimientos encontrados. Si el partido fue una canción, tuvo momentos de rock intenso con los pelotazos, también melancólicos y acaba con una melodía tan celeste como el cielo, donde Vergara también celebra. “Hay recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar”, dice el estribillo inicial de una canción emblemática de Fito Páez que recuerda también a ‘Piochi’, al que se le escucha aplaudir a lo lejos.