Considerada por las estadísticas como la criatura más mortífera del mundo para los seres humanos, el mosquito es capaz de transmitir enfermedades globalmente conocidas: fiebre del Nilo occidental, zika, dengue, fiebre amarilla, chikungunya, encefalitis de San Luis, filariasis linfática, encefalitis de La Crosse, enfermedad de Pogosta, fiebre de Oropouche, malaria... la lista es larga.
Frente a este panorama, surge el interés por entender qué hace que los mosquitos elijan picar a ciertas personas y no a aquellas otras que se encuentran en el mismo ambiente.
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Existen señales físicas y químicas que despiertan la atracción del mosquito hacia personas determinadas: calor, vapor de agua, humedad, señales visuales y los olores emanados por la piel.
Si bien varios estudios identifican a moléculas —el indol, el nonanol, el octenol y el ácido láctico— como principales sospechosos, aún no se conoce cuáles conforman el listado exacto. No obstante, un equipo de investigadores dirigido por Matthew DeGennaro, de la Universidad Internacional de Florida (EE. UU.), fichó un receptor de olor único, conocido como receptor ionotrópico 8a (IR8a), que permite al mosquito Aedes aegypti detectar el ácido láctico.
¿Te resulta familiar este nombre? Es el mosquito transmisor del dengue, el chikungunya y el zika.
Pero no se trata del único dato interesante: en el artículo inicialmente publicado en The Conversation y luego compartido en la sección Salud y Bienestar de El País, se detalla que, detectados a través de una investigación reciente, los virus del dengue y del zika alteran el olor de los ratones y de los humanos a los que infectan para volverlos más atractivos a los mosquitos.
Se trataría así de una dinámica curiosa porque favorece que piquen al huésped, tomen su sangre infectada y luego transporten el virus a otro individuo. Lo consiguen modificando la emisión de una cetona aromática, la acetofenona, especialmente llamativa para los mosquitos.
Es más, en el caso de los humanos, los olores recogidos de las axilas de pacientes con dengue contenían más acetofenona que los de las personas sanas. Sucede algo similar con las personas infectadas por el parásito que causa la malaria, Plasmodium falciparum.