A finales del siglo XX, un país latinoamericano, históricamente vinculado a Estados Unidos a través de su comercio y políticas, vivió un giro significativo en sus relaciones con la potencia norteamericana. En 1999, el país dejó de ser socio comercial clave de EE.UU. debido a un hito histórico: la entrega del Canal de Panamá, que marcó el fin de un acuerdo de más de 80 años de control estadounidense sobre esta vital vía interoceánica.
Este cambio en la administración del canal también implicó un cambio en la dinámica comercial, ya que el país ya no dependía de la relación bilateral para el control de esta infraestructura estratégica. A esto se suma la inversión en infraestructura y el desarrollo de sectores clave como la construcción, los servicios financieros y la logística, que han permitido al país desmarcarse del resto de la región en las últimas tres décadas.
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Panamá, un país sin petróleo ni conflictos bélicos relevantes, ha alcanzado niveles de renta per cápita propios de economías desarrolladas, situándose como el más próspero de la región. Su Producto Interno Bruto (PIB) per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA) alcanzó los 42.700 dólares en 2023, superando al resto de sus vecinos latinoamericanos. Además, su tasa de crecimiento del PIB per cápita, que se mantiene en torno al 4,4% anual, refleja un dinamismo que ha sido calificado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) como un auténtico milagro económico.
El motor principal de esta prosperidad es el Canal de Panamá, una obra de ingeniería que ha revolucionado el comercio internacional y consolidado al país como un centro logístico global. Sin embargo, el reto para el país será mantener este crecimiento en un escenario donde los ingresos derivados del canal ya no puedan sostener por sí solos la expansión económica.
La transformación económica de Panamá no ha sido fruto del azar. Desde 1990, el país implementó políticas orientadas al mercado, liberalización comercial y una apertura significativa hacia la inversión extranjera. Su adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1997 marcó un hito, seguido por la firma de múltiples tratados de libre comercio que han diversificado su economía. Esto, junto con una dolarización que asegura baja inflación, ha creado un entorno estable para los negocios.
El FMI destaca que gran parte del éxito panameño radica en la elevada relación inversión/PIB, especialmente en el sector de la construcción. Proyectos emblemáticos como la ampliación del Canal de Panamá y el aeropuerto de Tocumen han impulsado la economía, atrayendo capital extranjero y generando empleo. Además, la Zona Libre de Colón ha consolidado al país como un eje del comercio internacional. No obstante, este modelo basado en la construcción e inversión masiva plantea desafíos a largo plazo, ya que su capacidad de impulsar el crecimiento indefinidamente es limitada.
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A pesar de su impresionante desempeño, Panamá enfrenta retos significativos. La desigualdad, particularmente en las zonas rurales, sigue siendo un problema estructural. Además, el agotamiento de los grandes proyectos de inversión plantea dudas sobre las fuentes de crecimiento futuras. Aunque los ingresos recurrentes del Canal de Panamá brindan un colchón económico, el país necesitará diversificar su economía para mantener su ritmo de expansión.
El FMI y el Banco Mundial coinciden en que el futuro de Panamá dependerá de su capacidad para fortalecer sectores alternativos, como el turismo, los servicios financieros y las tecnologías de la información. Esto requerirá un enfoque renovado en la educación y la innovación, elementos esenciales para competir en un mercado global cada vez más dinámico.