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Cultural

Una máquina de narrar: “Minimosca” de Gustavo Faverón

Todos los saludos críticos que viene obteniendo el último libro de Gustavo Faverón están más que justificados. ¿Pero es una obra maestra?

Gustavo Faverón. Foto: Andina.
Gustavo Faverón. Foto: Andina.

La última novela del escritor Gustavo Faverón, Minimosca (Peisa, 2025), me dejó varias impresiones. En primer lugar, podemos señalar que Faverón viene forjando una obra coherente. Es posible encontrar puntos temáticos en Minimosca, como el horror y la memoria en crisis, que dialogan con los de sus dos novelas anteriores: El anticuario (2010) y Vivir abajo (2018). Este dato no es menor, porque si un factor es visible en no pocos autores hispanoamericanos aparecidos a partir del 2000, ese no es otro que el acomodarse a las tendencias editoriales de temporada. En este sentido, estamos ante uno de los proyectos narrativos más sólidos en castellano del presente siglo, pero no por novedoso (en realidad, ya todo está escrito en literatura), sino porque le presenta al lector tradiciones que no colisionan en el discurso. Faverón se apoya en ellas para evidenciar la mayor virtud de Minimosca: su andamiaje formal.

Minimosca es una novela compleja, llena de personajes e historias que atraviesan hechos dramáticos del siglo XX. Pensemos en las guerras mundiales, en las dictaduras latinoamericanas y en la pesadilla que vivimos en los años del terrorismo. Es del mismo modo un tributo a las tradiciones del arte y de la literatura. Estos aspectos, de acuerdo al tramo, tienen un centro visible y no visible: su protagonista, Arturo Valladares, es un apasionado de la poesía de César Vallejo y boxeador (peso minimosca).

Arturo Valladares es una figura que inquieta por su vida (¿quién fue y si fue alguien es verdad todo lo que le pasó?), la cual provoca un alucinado y atractivo discurso coral.

"Minimosca" (Peisa). Novela finalista de la sexta edición del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.

No me extraña que Minimosca esté recibiendo entusiastas saludos críticos. Faverón tiene oficio y conoce la tradición literaria. Pero Minimosca presenta un error: no todas las historias mantienen la tensión narrativa y en no pocos pasajes la oscuridad se confunde con la ingenuidad y las referencias literarias (una lista a tener en cuenta) parecen estar más al servicio de la información que de la sustancia anímica de la narración.

Daniel, el personaje protagonista de la primera novela de Faverón, El anticuario, es una auténtica máquina de narrar. Ese espíritu está en toda la narrativa de ficción de Faverón, a quien debemos reconocer ese talento. Pero esa cualidad pierde su fuerza en Minimosca por la cantidad de historias que consigna –lo vimos también en Vivir abajo-, las cuales restan verosimilitud a la atmósfera vesánica, gótica y lúdica. Las historias pierden su poesía, los personajes se tornan fríos (muy plásticos) y las historias transitan por el camino de lo predecible.

Decir que esta novela es una obra maestra por su estructura, es tener una mirada chata de la literatura. Valorar la literatura bajo ese criterio, aparte de injusto, nos dice mucho de lo desconectada que anda la crítica de la naturaleza de la experiencia novelesca (la forma es importante, pero la transmisión lo es todo (¿acaso (re)leemos Ulises de Joyce por su estructura?, por citar un caso de irrefutable obra maestra; ¿solo revisamos Conversación en La Catedral por su manejo técnico?). No existe obra maestra cuyo sustento sea únicamente su forma, al menos no en el planeta Tierra. Comparar la poética de Faverón con la de Roberto Bolaño, no tiene sentido porque del saque no es creíble. Quien pensó mover el libro de esa manera, se equivocó por la sencilla razón de que era innecesario. En Bolaño, incluso en su irregularidad formal, había oscuridad y poesía, es decir, dimensión humana. Esta dimensión humana se va desgastando en Minimosca por su innecesaria apuesta por la racionalidad. La solución: menos historias, más páginas. Y más corazón.

Pese a este reparo, recomiendo la lectura de Minimosca. Es una novela que está por encima de no pocos títulos. De los autores hispanoamericanos de hoy, Faverón es de los contados que podría entregar una obra maestra. Esperemos que sea así.

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