Cierta vez Carlos Revilla tuvo que ser operado por una dolencia imprevista y de pronto se vio rodeado de tubos y máquinas. Se dio cuenta en ese momento de que se parecía a los personajes que pintaba en sus cuadros, en escenas “bastantes duras”, con tubos por todas partes, con prótesis, con los ojos tapados, con elementos diversos, en medio de la apariencia de normalidad.
Revilla reflexionó acerca de eso y lo definió como premoniciones. En sus cuadros, pensó, se acercaba al futuro.
“Todo lo que pintaba, pasaba. Una vez hice una mujer biónica, sentada, y de acá (señala la cintura) le salía una computadora, que todavía no existía en ese momento... Y después entro al cuarto y veo a mi mujer exactamente con su computadora”.
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También Revilla contó que cuando vivía en Venecia recibió una invitación para ir a una galería. “Y allí me encontré con una mujer que era un poco la réplica del sueño que yo tenía de una mujer que era una mezcla de Boticelli y Durero, esa rigidez que tiene la pintura alemana y esa suavidad de la pintura italiana, que me fascinaban”.
Esa mujer, que se parecía a una que había pintado anteriormente, tenía por nombre Jeannette Kollegger. Acabó siendo su gran compañera de vida y su musa, desde 1985.
“Ella había tenido un accidente en Suiza y tenía algunas cicatrices. Y yo en ese momento pintaba mujeres con cicatrices. Es decir, hubo una conexión. Y eso va más allá de lo explicable. Casi, casi, surreal”.
Luego del deceso de Carlos Revilla, a los 81 años, ocurrido el último domingo 12 de diciembre, esas y otras curiosidades fueron detalladas por los seguidores de sus obras de arte.
Se coincidía en un aspecto fundamental: hablar de Revilla es referirse a uno de los grandes pintores nacionales, con trazos personalísimos, originales, muy auténtico, con pinturas que han ido del surrealismo al realismo mágico, con sus obsesiones y sus devociones por la figura femenina.
Todos los simbolismos, todo su mundo interior que le ha dado sentido a su pintura, lo llevó a ser reconocido en numerosos países y exposiciones.
Cuarteto. Paisajes y figuras entre el sueño y lo real. Foto: difusión
Revilla, quien ha formado parte de grupos y movimientos surrealistas de países europeos y de América Latina, ostentaba la doble nacionalidad. Hijo de diplomático peruano y madre francesa, nació en 1940 en Clermont-Ferrant, Francia.
Hace poco, cuando recibió un homenaje a su trayectoria, recordó su niñez en Europa, desolada por la guerra, con la falta de comida, de juguetes, de amigos, de sueños.
Recordó que quería ser músico y que era muy hábil con el piano. “Pero mi padre era poco abierto a las artes en general, así que un día el piano desapareció”.
Y empezó a pintar, a escondidas igualmente de su padre arequipeño, y protegido por su mamá. Metía los cuadros debajo de la cama, con la ayuda de ella. También sin avisar se inscribió en Bellas Artes. “Pero me fascinaba esa vida, que era completamente diferente a la que yo conocía, la vida burguesa”.
Fue en España que se vinculó al grupo surrealista, especialmente influenciado por la visión de Salvador Dalí.
Su deceso no ha sido difundido por los grandes medios. Pero sí conocedores de arte y sus incondicionales han manifestado su pesar. Todos destacan sus cuadros alucinantes, el erotismo de sus figuras, el ensueño, la imaginación fantástica, sus paisajes imaginarios.
El vasto mundo de Revilla.
La primera vez que vio a Dalí “bajaba las escaleras, ceremonioso, pensó que yo era periodista. Le dicen ‘es pintor’. Y volvió a ser él. Dalí inventaba al personaje. Decía: ‘Soy sencillo como un pescador’”.