
Imposible olvidarme de esas jornadas de cuatro horas, en total oscuridad, que experimentaba en la Filmoteca de Lima, cuando esta se ubicaba en el Museo de Arte. Fue en una de esas proyecciones, en la segunda mitad de los 90, que conocí a Jean-Luc Godard. Literalmente, fue un soberano combazo en la frente, y estos se sienten más cuando tienes solo 18 años.
Por alguna extraña razón, Godard se ha vuelto un autor difícil. Pero considero que Le Mépris/El desprecio (1963) sí podría servir como puerta de entrada para las nuevas generaciones.
Es una película que merece verse y no solo por la presencia de la Brigitte Bardot, sino porque, muy a lo Godard, en El desprecio tenemos una relectura basada en La Odisea, en donde la infidelidad es enfocada en la mujer, en este caso, en la protagonista Brigitte Bardot, quien da vida a una aburridísima Camille, esposa de Paul (Michel Piccoli), un escritor de guiones de suspenso que a razón de una muy buena paga tiene que enriquecer el guion de un conocido director llamado Fritz Lang (así es, el mismo Fritz actúa en esta película), y juntos tienen que lidiar con Jeremy Prokosch (Jack Palance), un energúmeno productor que contra y viento y marea hace pesar sus decisiones apelando al criterio comercial.
Como la relación entre Paul y Camille pasa por un mal momento, es Jeremy quien aprovecha el bajón para seducir a la esposa de Paul. Y ella, no queriendo, pero queriendo, le entra al juego del flirteo, y entre ambos empieza un romance que yace en la fascinación, carnal en el lado de Jeremy, y vivencial por el de Camille. Pero El desprecio no solo se suscribe a los vaivenes de una pareja en crisis. Con ella, Godard lanza un obús a las producciones norteamericanas, teniendo, en algo, eso sí, un lazo con La noche americana de Truffaut (filmada diez años después, la cual le valió un Oscar a Mejor Película Extranjera).
"El desprecio". Imagen: Difusión.
La otra película de Godard que recomiendo es ya para personas más acostumbradas al cine duro, aquel que obliga a una sentada en serio, a apagar el celular, a desconectarse de las prisas y distracciones de la virtualidad.
Este es uno de sus trabajos más difíciles, pero como dijo Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”. Eso es lo que me sigue provocando Elogio del amor (2002).
Está película está anclada en los cuatros puntos del amor: el encuentro, la pasión física, la disputa y la reconciliación. Para ello, Godard se vale de tres historias que penetran las vidas de tres parejas: joven, adulta y anciana. Y cada una de estas, a su manera, forma parte de un proyecto artístico que permanece innominado a lo largo de toda la película. Sencillamente, no se sabe si se trata de una película, una ópera, una obra de teatro, o una cantata. El espíritu de la irresolución está desplegado, en huellas, a lo largo de la cinematografía godardiana, pero estas huellas temáticas no son nuevas en El elogio del amor. Siempre han estado, pero debo confesar que, en esta película, en especial, estas se vuelven mucho más densas, se sufre para llegar al quid.
Destaquemos la actuación de Audrey Klebaner. Elogio del amor tiene esa cosa especial de la poesía de César Vallejo, es decir, no la entendemos en un principio, pero cada vez que volvemos a ella no deja de conmovernos. Uno es otro durante y después de la visión de esta obra maestra -porque de lejos lo es, superior a Vivir su vida y Pierrot el loco-, y creo que esta sensación es más factible y asimilable en cualquiera que de alguna u otra manera esté metido en el oficio creativo.

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