
Durante décadas, los científicos se han preguntado cómo ciertas especies logran recorrer enormes distancias sin mapas ni tecnología. Un nuevo estudio revela que la polilla (Agrotis infusa), conocida como polilla bogong, navega guiada por las estrellas, usando la Vía Láctea como una brújula natural para migrar a través del vasto territorio australiano.
La investigación, publicada por la revista Nature, confirma que este insecto nocturno recorre hasta 1.000 kilómetros cada año orientándose únicamente con el cielo estrellado. Se trata de la primera evidencia científica de navegación estelar sostenida en insectos, un hallazgo que sorprende por la precisión de una criatura con un cerebro minúsculo y una vida efímera.
El ciclo de vida de la polilla bogong. Foto: Nature
Cada primavera, miles de millones de polillas bogong emprenden una travesía nocturna desde las llanuras australianas hasta las cuevas frescas en los Alpes australianos. Este viaje, de hasta 620 millas, se produce sin que los ejemplares hayan visitado antes su destino. Allí, las polillas entran en un estado de letargo llamado estivación, donde permanecen durante los meses calurosos antes de regresar para reproducirse.
Las polillas bogong en estivación se agrupan a una densidad de unas 17.000 polillas por metro cuadrado. Foto: Eric Warrant
La precisión del trayecto, pese a factores como los vientos cruzados y la rotación del cielo nocturno, ha sido uno de los grandes misterios de la biología animal. A diferencia de las aves migratorias, estos insectos solo viven un año, por lo que no pueden aprender la ruta por experiencia propia.
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El equipo científico descubrió que las polillas no dependen únicamente del campo magnético terrestre. Aunque investigaciones previas indicaban el uso de magnetorrecepción y señales visuales, esta nueva evidencia demuestra que el cielo nocturno cumple un rol clave en su orientación.
Andrea Adden, neurocientífica del Francis Crick Institute, detalló que los insectos “pueden usar el cielo estrellado, sin estímulos adicionales, para volar consistentemente en la dirección migratoria”. Esta habilidad implica que las polillas ajustan su curso para compensar la rotación celeste, manteniendo una trayectoria estable a lo largo de varias noches consecutivas.
Para confirmar sus hipótesis, los investigadores utilizaron una cámara de vacío y un sistema de bobinas de Helmholtz, que anula el campo magnético terrestre. En este entorno, se proyectaron cielos estrellados simulados mientras se registraba la actividad cerebral de las polillas mediante microelectrodos.
David Dreyer, autor principal, explicó que “alrededor de 28 neuronas respondieron a los cambios en la orientación del cielo estrellado, no a las imágenes aleatorias de control”. Esta respuesta neuronal indica que el insecto interpreta referencias específicas, como la orientación del eje galáctico, para mantenerse en rumbo.
A diferencia de otros insectos como el escarabajo pelotero, que solo necesita alejarse del grupo, la polilla bogong debe llegar a un punto exacto para sobrevivir. Cualquier desviación mínima, incluso de cinco grados, podría representar una diferencia de hasta 90 km al final del recorrido.

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