Una idea, que germinó en la mente de un físico de la Unión Soviética en el siglo XVIII, está tornándose lentamente en realidad entre los planes de varios ingenieros del mundo. El proyecto se trata de un extraordinario ascensor que conectará la Tierra con el espacio, permitiendo el transporte de personas y carga científica en un viaje vertical de más de 10.000 kilómetros, donde termina la exósfera, la última capa de la atmósfera terrestre.
Esta megaobra de ingeniería, inspirada en la literatura de ciencia-ficción, está recibiendo el arduo impulso de científicos de países como Estados Unidos, China y Japón, puesto que promete hacer más seguros y cómodos los viajes espaciales, ahorrar costos y energía, y no depender de las adversidades climáticas que interrumpen los lanzamientos de los cohetes.
Ilustración de un ascensor espacial en vista cenital. Foto: Glenn Clovis
La idea del ascensor espacial fue propuesto inicialmente en 1895, por el científico ruso Konstantín Eduárdovich Tsiolkovsky, y fue retomado en el siglo pasado por su compatriota Yuri Artsutanov, quien actualizó los bocetos con los alcances de la tecnología moderna en su artículo Al cosmos en tren eléctrico.
A partir de estos avances, científicos y diversas compañías tecnológicas han elaborado sus propios diseños de elevadores espaciales, coincidiendo todos en que estas cabinas deberán sostenerse por un cable ultrarresistente y ultratenso que cuelgue desde un satélite, ubicado por encima de la órbita geosíncrona, que, según la NASA, empieza aproximadamente a los 36.000 km por encima de la superficie.
En los esbozos del ascensor espacial de Obayashi Corporation, una empresa japonesa que planea empezarlo a construir para 2050, por ejemplo, esta cabina albergará en su interior hasta a 30 personas y viajará a una velocidad de 200 km/h, impulsado por la fuerza de un motor eléctrico.
Si fuese así, un viaje hasta el espacio tardaría aproximadamente unos 8 días. Aunque este tiempo es mayor del que tarda un cohete, los pasajeros a bordo no experimentarían una alta aceleración ni los peligros de viajar dentro de un vehículo con toneladas de combustible, que podría estallar.
El sistema en general, cuyo costo sería aproximadamente de 9.000 millones de dólares y estaría compuesto por “un cable de nanotubos de carbono de 96.000 km, un puerto terrestre flotante de 400 metros de diámetro y un contrapeso de 12.500 toneladas”, indicó la compañía, en un comunicado de 2015.
Según el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), otros proyectos de ascensores espaciales varían significativamente en diseño y no hay un consenso sobre cuál sería el más óptimo. Los hay aquellos que emplearían la luz solar como fuente de energía y otros que utilizarían la superficie de la Luna como punto de anclaje, como es el caso del propuesto en un artículo por los científicos Zephyr Penoyre y Emily Sandford.
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La mayoría de ingenieros que se han abocado a diseñar ascensores espaciales y ejecutar simulaciones en computadora coinciden en que estos deberán ser construidos de arriba hacia abajo, con una cuerda tensa, la cual seguirá la dirección del giro de la Tierra, de oeste a este.
Infografía de las partes de un hipotético ascensor espacial. Foto: Oswalgomezwiki
El material potencial que podría sostener el extenso cable serían los nanotubos de carbono, que, según estimaciones teóricas, sería 20 veces más resistente que el acero, pudiendo un filamento del grosor de un hilo sostener el peso de un automóvil.
El único inconveniente con este material, sin embargo, es que hasta la actualidad no se ha logrado fabricar uno que tenga una longitud mayor de unos 14 centímetros, informaron unos científicos japoneses en 2020.
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La Federación Aeronáutica Internacional indica que la línea de Kármán es el límite donde acaba la atmósfera terrestre y comienza el espacio.
El nombre viene en honor al ingeniero aeronáutico húngaro-estadounidense, Theodore von Kármán, que durante la década de los 50 buscó precisar dónde se podía localizar esta relevante división.
La línea de Kárman, situada a una altitud aproximada de 100 kilómetros sobre el nivel del mar, se decidió en base a consideraciones aerodinámicas. Se destacó el hecho de que, a esta altitud, la atmósfera es tan tenue que las características convencionales de vuelo ya no son aplicables.
Además, la elección de 100 kilómetros tenía la ventaja de ser un número redondo y fácil de recordar, simplificando la aplicación práctica de esta convención en la definición de límites atmosféricos y espaciales.
Donde acaba el halo de luz, en la imagen, acaba la atmósfera. Foto: NASA