Hace 70 millones de años, a lo largo del río Grande en Texas, una criatura impresionante y aterradora acechaba las marismas: un pterosaurio de 4 metros de altura y una envergadura de 12 metros conocido como Quetzalcoatlus northropi, el animal volador más grande que jamás haya vivido en la Tierra.
En un conjunto de estudios publicados por la Society of Vertebrate Paleontology, científicos y un artista brindan la imagen más completa hasta ahora de este pariente de los dinosaurios del cual solo se dispone un conjunto de huesos fosilizados recolectados a finales de la década de los 70 del siglo XX del Parque Nacional Big Bend.
Los artículos describen el entorno geológico y ecológico del pterosaurio durante el Cretácico superior, su anatomía y posición taxonómica, y cómo se movía en el suelo y en el aire.
Uno de los artículos, escrito en coautoría por Kevin Padian, profesor emérito de la Universidad de California (UC) en Berkeley, responde a algunos de los misterios que rodean el comportamiento de volar y caminar de este animal único, sobre el cual poco se ha publicado desde su descubrimiento hace más de 45 años.
¿Cómo puede un animal caminar con alas tan largas que tocan el suelo cuando se pliegan? ¿Qué comió y cómo se alimentó? ¿Qué tan fuerte era un volador? ¿Y cómo se lanza al aire un animal cuyas alas miden 12 metros, pero cuyas patas menos de 2 metros de alto hasta la cadera?
“Este antiguo reptil volador es legendario, aunque la mayor parte de la concepción pública del animal es artística, no científica”, dijo Padian en un comunicado.
“Este es el primer vistazo real a la totalidad del animal más grande que jamás haya volado, hasta donde sabemos. Los resultados son revolucionarios para el estudio de los pterosaurios, los primeros animales, después de los insectos, en evolucionar el vuelo motorizado”, añadió.
Douglas Lawson con huesos de las alas de un Quetzalcoatlus en 1975. Foto: Universidad de Texas en Austin
Los fósiles originales de Quetzalcoatlus fueron descubiertos por Douglas Lawson, quien en ese momento tenía 22 años y estudiaba una maestría en geología en la Universidad de Texas, Austin, y luego se convirtió en estudiante de doctorado en UC Berkeley.
Esta pterosaurio fósil, nombrada en honor al dios azteca Quetzalcoatlus (una serpiente voladora), consistía en un par de alas con un tamaño comparable al de algunos aviones.
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A diferencia del dios serpiente, Quetzalcoatlus no tenía plumas: su cuerpo, incluidas las alas de piel y las fibras de queratina, estaba cubierto de pelo.
Como los dinosaurios, probablemente era de sangre caliente y activa. Había perdido su cola, presumiblemente para mejorar su maniobrabilidad, mientras que su cuello de 2 metros y su cráneo con cresta de 1,30 metros sugieren algo parecido a un cigüeña con esteroides.
Para comprender cómo se comportaban los Quetzalcoatlus, Padian y sus colegas manipularon moldes de huesos de una docena de esqueletos fósiles de pterosaurios más pequeños y completos, incluidos los de la especie Quetzalcoatlus lawsoni.
Se disponen alrededor de 300 trozos de hueso fosilizados de estos especímenes más pequeños. Sin embargo, el gran Quetzalcoatlus northropi se conoce solo por unos pocos huesos de las alas: un húmero y un cúbito de la parte superior del brazo y el antebrazo, respectivamente.
Boceto del esqueleto del Quetzalcoatlus con las alas retraídas cuando estaba en la superficie. Imagen: John Conway
La ilustración elaborada por Padian, Cunningham y Conway muestra un animal similar a las garcetas y las garzas en la forma en que se alimenta y se lanza al aire, como los cóndores y buitres en la forma en que vuela, pero, debido a sus enormes alas, diferente a cualquier otro animal conocido en su forma de caminar.
“Los pterosaurios tienen pectorales enormes, que es donde se unen los músculos de vuelo, por lo que no hay duda de que eran excelentes voladores”, afirmó Padian. “El hueso de la parte superior de su brazo, el húmero, tiene enormes crestas óseas para anclar los músculos de vuelo”.
Quetzalcoatlus era bípedo, es decir, caminaba sobre dos piernas. Pero debido a que los huesos de las extremidades anteriores son tan alargados, sus alas no pudieron evitar tocar el suelo cuando se plegaron.
El estudio de los huesos revela que el pterosaurio no podría haber usado las alas para propulsarse en la tierra como los murciélagos. Cuando estaban en el suelo, solo podían mover sus alas hacia adelante o hacia los lados. Pero eso no significa que fueran torpes.
“Para evitar tropezar, el animal primero levantaba su brazo izquierdo, luego avanzaba su pierna izquierda en un paso completo, luego colocaba la mano en el suelo”, explicó Padian. “El proceso se repetía con la extremidad derecha (...) Nos parece un proceso engorroso, pero el animal podía ejecutar la marcha rápida y fácilmente”.
Esto encaja perfectamente con las huellas de pterosaurios caminantes descubiertas en el sur de Francia en la década de 1990, aseguró el especialista en biología integrativa.