Uno de los fenómenos más extraños fue anunciado este miércoles por los científicos que operan los detectores LIGO y Virgo. Estos instrumentos recibieron una señal del espacio profundo donde dos objetos compactos se fusionaron para formar un tipo de agujero negro que nunca antes ha sido observado directamente.
Lo que recibieron fueron ondas gravitacionales, deformaciones en el espacio-tiempo que viajan a la velocidad de la luz. Podrían compararse a las ondulaciones que produce una piedra al caer en el agua de un estanque. Albert Einstein postuló su existencia ya en 1915, como parte de la teoría de la relatividad general, pero el fenómeno recién se detectó un siglo después precisamente a través de LIGO.
Sobre el reciente hallazgo, Alan Weinstein, profesor de física en el Instituto Tecnológico de California y miembro de LIGO, dijo que de momento se opta por darle la explicación más sencilla, que es la de atribuir el surgimiento de las ondas gravitacionales a la fusión de dos agujeros negros. Sin embargo, los objetos que chocaron poseen 66 y 85 veces la masa del Sol, dimensiones que desafían el conocimiento de los expertos.
La teoría indica que las estrellas que tienen 10 o más veces la masa del Sol terminan por explotar como supernovas y lo que queda colapsa en un agujero negro, aquel objeto que posee una fuerza de gravedad tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, escapa de él. En el caso de las estrellas que tienen una masa central superior a 135 soles, se cree que colapsan en un agujero negro sin haber estallado. Sin embargo, aquellos astros con una masa central comprendida entre 65 y 135 soles sufren una destrucción completa al final de sus vidas.
Por tanto, “no deberían existir agujeros negros entre 65 y 135 masas solares”, según la descripción del equipo que realizó la investigación. En ese sentido, es posible que estemos ante una nueva clase de ’monstruos’ cósmicos, aunque cabe la posibilidad que se hayan formado por choques de agujeros negros más pequeños, según los autores.
La fusión de los gigantes creó un agujero negro aún más grande, de unas 142 masas solares, y el resto de masa se liberó violentamente y fue esparcida por el universo en forma de ondas gravitacionales. De hecho, fueron las más potentes que se han detectado hasta la actualidad.
Además de las masas excepcionalmente grandes de los dos agujeros negros originales, el agujero negro final supuso otro hallazgo sin precedentes:
Todos los agujeros negros observados hasta la fecha encajan en una de dos categorías: los descritos anteriormente son los del tipo estelar, aquellos que nacen del colapso de estrellas y pueden tener hasta varias decenas de masas solares. Por otro lado, se han encontrado agujeros negros supermasivos, como el del centro de la Vía Láctea, que poseen desde cientos de miles hasta miles de millones de veces la masa de nuestro sol. Sin embargo, el agujero negro de 142 masas solares producido de esta fusión se encuentra dentro de un rango de masa intermedio, el primero de su tipo jamás detectado directamente.
“El hecho de que estemos viendo agujeros negros de estas dimensiones hará que muchos astrofísicos se rasquen la cabeza y traten de averiguar cómo se produjeron”, explicó Christensen.
Representación de los agujeros negros que colisionaron. Imagen: OzGrav.
El equipo internacional de científicos informó de sus hallazgos en dos artículos publicados este 2 de septiembre. Uno, que aparece en Physical Review Letters, detalla el descubrimiento, y el otro, en The Astrophysical Journal Letters, analiza las propiedades de la señal y las implicaciones astrofísicas.
La señal fue detectada el 21 de mayo de 2019 por LIGO (Estados Unidos) y Virgo (Italia), y se le ha nombrado con el código GW190521. Se asemeja a unos cuatro movimientos cortos, y es de duración extremadamente breve, menos de una décima de segundo.
Eso indica, según los investigadores, que GW190521 fue generada por una fuente muy lejana, cuando el universo tenía aproximadamente la mitad de su edad actual. Esto significa que el evento se produjo hace aproximadamente 7.000 millones de años, lo que lo convierte en uno de los más antiguos —y distantes— detectados hasta ahora.
(Con información de EFE).