Viñetas de la segunda semana
“El enemigo en esta guerra se desplaza del virus a los hipotéticos portadores, a los que se criminaliza cuando infringen una norma (pese a ser víctimas)”.
Aquí y allá.- Santiago, desde Chicago, publica en su blog la vivencia de la teleterapia. Él y sus pacientes se acompañan virtualmente en la incertidumbre. En Lombardía, Laura prepara sus plantas para la primavera de Milán, mientras en Varese, Lella escribe su segundo libro. Sobrellevan su largo confinamiento, aunque les pesa el dolor de más de diez mil italianos muertos. Leire, en Madrid, se preocupa por su abuela, aislada en una residencia de ancianos en Vitoria donde ya murieron nueve. No la pueden ver. Temen que muera sola.
La sabiduría del coronavirus.- Dos semanas después de declarada la Emergencia, se mantuvo la cacería a los dueños de mascotas. Pese a que una norma autoriza su salida fuera del domicilio (www.gob.pe/8791), en Miraflores la policía detenía y apiñaba en una camioneta a personas y perros, obligándolos a largas colas en la comisaría; una suerte de castigo ejemplificador. Pero esa aglomeración podría haber ocasionado lo que se pretendía evitar: el contagio.
La lucha de clases entre policías y mascotas no conoció sosiego. Tampoco los mercados mayoristas, donde se sobajeaban compradores, vendedores, camioneros y cargadores. Un periodista se congratula porque una ambulante lleva mascarilla, mientras en su precario quiosco se bambolean los pollos desplumados que ofrece al público. Ella tiene que trabajar, filosofa. Una duda: si la cuarentena es para proteger (nos) cómo distinguirá el coronavirus quién es el pituquito miraflorino infractor, que se merecería la infección, y quién la sacrificada trabajadora.
El cachacovirus.- El sustento del confinamiento es protegerse y proteger a los demás: estamos en guerra. El lenguaje militar se refuerza con la presencia de los uniformados en las calles. El filósofo español Santiago Alba, a propósito del uso de las metáforas bélicas en su país, observa cómo ellas van trastocando la sensibilidad de quien las escucha. El enemigo en esta guerra se desplaza del virus a los hipotéticos portadores, a los que se criminaliza cuando infringen una norma (a pesar de ser potenciales víctimas).
Un ejemplo de lo anterior es la aceptación pública a la cachetada que recibió un joven por parte de un capitán del Ejército, por no respetar el toque de queda. El General Astudillo, jefe del Comando Conjunto de las FFAA, aseguró al respecto: “lidiar con estos bellacos es difícil, en la calle algunos se creen muy machitos. Hemos puesto a patrullar perros de guerra y el empleo de armas: escopetas con perdigones y balas de goma”. Hasta el sábado habían sido detenidos más de veintiséis mil “bellacos” por no cumplir la orden de confinamiento.
Las redes sociales reprodujeron el video del toque de queda en una calle de Villa Rica, Oxapampa (https://www.youtube.com/watch?v=tlyoBUdZQuE ). Soldados rastrillando sus armas y gritando que todos deben estar en sus casas. Hay orden de disparar, aseguraban. Dan tiros al aire; provocan miedo. Los comentarios al video son aún más espeluznantes: “Muy bien carajo. Esa gente se lo merece. Que se jodan”.
Bien alimentada la vena autoritaria nacional, el Ejecutivo no observó y el Congreso promulgó una peligrosísima Ley de Protección Policial, que exime de responsabilidad penal al personal de las Fuerzas Armadas y de la Policía que “en uso de sus armas u otro medio de defensa, en forma reglamentaria, cause lesiones o muerte”. Como aseguró en el portal de Noticias Ser la abogada Ana María Vidal, además de inconstitucional ésta es una ley de impunidad policial. Estamos advertidos.