Política

Murió en su celda Abimael Guzmán, el mayor homicida del Perú

Encierro final. Había completado 29 años de prisión, de las dos cadenas perpetuas que se le impusieron, una por la matanza de campesinos en Lucanamarca, Ayacucho, y por la masacre con coche bomba en la calle Tarata, Miraflores. Su cuerpo fue encontrado en su celda de la Base Naval del Callao. Contaba con 86 años de edad.

Se hizo llamar la "cuarta espada", después de Marx, Lenin y Mao. Nunca aceptó que la derrota fue producto de su derrota. Presentación en 1992. Foto: difusión
Se hizo llamar la "cuarta espada", después de Marx, Lenin y Mao. Nunca aceptó que la derrota fue producto de su derrota. Presentación en 1992. Foto: difusión

En la celda de la Base Naval del Callao, donde cumplía cadena perpetua por haber diseñado, organizado y dirigido una guerra terrorista que comenzó el 17 de mayo de 1980 y causó la muerte de 69.280 personas en dos décadas, fue encontrado sin vida Abimael Guzmán Reinoso.

‘Camarada Álvaro’, llamado así durante el periodo de preparación de la lucha armada; reverenciado como ‘presidente Gonzalo’ por sus seguidores senderistas; identificado con el acrónimo de ‘Abigur’ (Abimael Guzmán Reinoso) por los servicios secretos; y como ‘Cachetón’ por los agentes policiales del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN). A las 8 de la mañana las autoridades de la Base Naval comunicaron al Ministerio Público el fallecimiento de Guzmán, de 86 años. El martes 20 de julio había sido evacuado del penal a un hospital cercano porque presentaba un cuadro generalizado de malestar, pero al poco tiempo retornó al presidio donde fue recluido el 3 de abril de 1993.

Guzmán murió un día antes de cumplirse los 29 años de su captura por parte de agentes del GEIN, en compañía de la cúpula terrorista, junto con su pareja y número 2 de la organización criminal, Elena Iparraguirre Revoredo.

Coincidentemente, el deceso de Guzmán también se registró un día antes de que se cumpliera 3 años de la segunda condena a muerte que se le impuso a él y a los miembros del comité central terrorista por el brutal ataque con coche bomba contra los vecinos de la calle Tarata, en Miraflores, el 16 de julio de 1992, que le costó la vida a 17 personas. La sentencia se produjo el 11 de setiembre de 2018.

Después de que se le anulara la sentencia de cadena perpetua que le aplicó un tribunal militar durante el régimen de Alberto Fujimori, se le abrió un nuevo proceso y el 13 de octubre del 2006 el Poder Judicial lo encontró responsable de numerosos crímenes, en particular de la masacre de 69 campesinos de Lucanamarca, Ayacucho, el 3 de abril de 1983. Entre hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron ejecutados salvajemente 69 campesinos. El propio Guzmán justificó la brutalidad de la acción en la llamada “entrevista del siglo”, publicada en 1986. Afirmó que era una represalia porque la población se estaba organizando contra ellos bajo la protección del Ejército. Guzmán resolvió que si no estaban con Sendero Luminoso, merecían la muerte.

“Frente al uso de las mesnadas (autodefensas campesinas) y la acción militar reaccionaria, respondimos contundentemente con una acción: Lucanamarca. Ni ellos ni nosotros la olvidamos. Claro, porque ahí vieron una respuesta que no se imaginaron. (...) Fue un golpe contundente para sofrenarlos. En algunas ocasiones, como esa, fue la propia Dirección Central la que planificó la acción”. Abimael Guzmán, y su entonces mujer, Augusta La Torre, controlaban la maquinaria de muerte senderista, compuesta por muchos terroristas que escaparon de prisión durante la toma del penal de Huamanga, el 2 de marzo de 1982. Entre ellos se encontraban elementos fundacionales senderistas, como el exestudiante de Antropología de la Universidad San Cristóbal de Huamanga Víctor Quispe Palomino, quien encabeza el aparato militar sobreviviente en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem).

Abimael Guzmán, Augusta La Torre

Abimael Guzmán, Augusta La Torre

Esa política de exterminio la trasladó a la capital, Lima, con la ejecución de una serie de asesinatos selectivos de altos jefes militares y policiales, congresistas, alcaldes, dirigentes políticos y populares, e hizo crecer la intensidad de la violencia con sucesivos coches bomba en la capital. Buscó escalar más la guerra terrorista dirigiendo un vehículo con dinamita y anfo contra un grupo de edificios en la calle Tarata, un atentado cuyas características no se habían registrado durante los 12 de años de las acciones armadas, con la finalidad de conquistar el poder e instalar un régimen comunista, la denominada República Popular de Nueva Democracia (RPND). Pero su sucesor, Óscar Ramírez Durand, camarada ‘Feliciano’, también fue apresado, en las cercanías de Huancayo, el 14 de julio de 1999.

Durante el proceso judicial por el ataque a Tarata, Abimael Guzmán pretendió sustraerse de su responsabilidad, y arguyó que el objetivo no eran las viviendas de los civiles, sino el local del Banco de Crédito, en la esquina de la avenida Larco con Shell. Lo mismo dijeron los miembros de la cúpula. Sin embargo, testificaron algunos de los integrantes de los destacamentos terroristas que participaron en la acción, entre ellos Carlos Mora La Madrid, camarada ‘Daniel’, quien afirmó que la orden vino de la misma dirección de la organización, es decir, Abimael Guzmán. Y tenía la certeza de lo dicho porque trabajaba directamente con Martha Huatay Ruíz, miembro del comité central senderista que encabezaba Guzmán. Otros senderistas corroboraron lo manifestado por Mora, quien cumple condena en prisión.

La semilla del mal

“Nací el 3 de diciembre de 1934 en el puerto de Mollendo (en la Aguadita para más señas), provincia de Islay de la república independiente de Arequipa”, escribió Guzmán en Memorias desde Némesis (2014), una de las pocas ocasiones en las que relató su vida: “Mis padres fueron Abimael Guzmán Silva y Berenice Reinoso Cervantes, de cuya relación natural fui fruto único. Mi padre tuvo sus ancestros en campesinos del Valle de Tambo, en la costa arequipeña. Hizo secundaria completa y realizó sus estudios de Contabilidad. No sé si viva aún. Mi madre fue del mismo Arequipa, de familia intelectual, y también concluyó su secundaria o educación media, como se decía entonces. Ella falleció cuando yo tenía cerca de veinte años. Mi nombre completo es Manuel Rubén Abimael Guzmán Reinoso, conforme reza la partida de nacimiento del Registro Provincial de Islay. (..) Fui, como la mayoría en el país, bautizado y confirmado”.

Estudió Filosofía y Derecho en la Universidad Nacional de San Agustín, en Arequipa, donde vivió con su padre y su cónyuge chilena, Laura Jorquera Gómez. En el claustro se vinculó con el Partido Comunista del Perú. Por recomendación de sus profesores, fue contratado para enseñar en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en 1962, donde enseñó Filosofía y Psicología. En Huamanga protagonizó una lucha interna en la organización comunista que estaba bajo la influencia de la Unión Soviética, y como parte de su ruptura, viajó dos veces a China popular, en 1965 y 1967. En ambas ocasiones recibió formación ideológica maoísta y militar. Aprendió cómo convertir una organización política en una maquinaria de matar. “Cuando terminábamos el curso de explosivos, nos dijeron que todo se podía explosionar; entonces, en la parte final, cogíamos el lapicero, reventaba; nos sentábamos, también reventaba, era una especie de cohetería general, eran cosas perfectamente medidas para hacernos ver que todo podía ser volado si uno se ingeniaba para hacerlo”, rememoró en “la entrevista del siglo”. Asumió que la revolución que necesitaba el Perú debía contar con la participación fundamental del campesinado.

Sin embargo, conforme el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), la mayor parte de las víctimas de la guerra terrorista que planificó y dispuso su ejecución Abimael Guzmán fueron campesinos. El 79% de los muertos residía en el campo y el 56% se dedicaba a labores agropecuarias. Y el 40% de los fallecidos y desaparecidos vivía en Ayacucho, donde el 17 de mayo de 1980 se dio comienzo a la guerra terrorista, horas antes de las elecciones presidenciales de las que salió elegido Fernando Belaúnde Terry.

Siempre se ha creído que Guzmán condujo la guerra desde el campo, desde el interior del país, incluso así lo pensaban sus seguidores, pero no es verdad. Desde el periodo de la preparación de la lucha armada, a mediados de los años 70, cuando la organización de Guzmán enviaba a escolares del Colegio Mariscal Cáceres o alumnos de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga a formar “escuelas populares” y captar simpatizantes en el campo, este ya vivía en Lima. Lo dijo él mismo en sus memorias: “Hasta 1972 viví regularmente en Ayacucho, a partir de 1973 más vivía en Lima, nuevo centro de mi actividad partidaria. Salí de año sabático y renuncié (a la universidad) en 1975”.

Pero también durante la guerra terrorista siguió en Lima, desde escondites en Monterrico, en San Borja, y en San Antonio, Miraflores. Mientras sus militantes perdían la vida enfrentándose con las fuerzas del orden y las autodefensas en inhóspitas localidades y zonas del interior del país, Guzmán disfrutaba de la tranquilidad de sus refugios con excelentes vinos, mejores alimentos y finos cigarrillos, bebiendo y bailando, como lo acreditan los videos de Zorba, el griego y el testimonio de miembros de la cúpula senderista.

Abimael Guzmán durante una de sus sentencias. Foto: GLR

Abimael Guzmán durante una de sus sentencias. Foto: GLR

Yerro estratégico

Elena Iparraguirre Revoredo, quien sustituyó como pareja de Guzmán al morir -en condiciones misteriosas- su esposa Augusta La Torres, reconoció que ese fue el gran error de Guzmán. Así se lo dijo al historiador Antonio Zapata: “El comité permanente (senderista) estaba viviendo donde caímos (detenidos, en Surquillo) solamente desde hacía poco. Antes habíamos estado en San Antonio (Miraflores), en otra casa. (...) Habíamos tenido refugios en residencias de distinto tipo, algunas de lujo y otras de clase media. Nunca fuera de ciertos distritos de Lima. Como digo, antes habíamos estado en San Antonio. Nos vimos obligados a dejarla porque entró un ladronzuelo y nos robó unos casetes con música partidaria. Nos pareció muy peligroso y cambiamos de sitio”, dijo Iparraguirre.

Cuando pretendió trasladarse al campo, ya era demasiado tarde. “Los frentes regionales no se comprometieron. El Comité Regional de Ayacucho, por ejemplo, contestó diciendo que a lo sumo podían ayudar con un guardia de seguridad. (...) Abimael quería abrirse camino hacia provincias cuando cayó detenido”, en Los Sauces, Surquillo.

El historiador Zapata señala que, de haber permanecido en la capital, contribuyó a que los sabuesos del GEIN detectaran a Abimael Guzmán y su cúpula (ver nota aparte). Cuando fue detenido el administrador de la academia César Vallejo, Luis Arana Franco, quien llevaba dinero personalmente a Guzmán, fue el principio del fin. A Arana le prometieron cambiar de identidad y salir del país si revelaba la ubicación del cabecilla. “El muy burro nos informó que había confesado un encuentro con Guzmán”, dijo Iparraguirre a Zapata. De haber dirigido la guerra terrorista desde el interior del país, probablemente la captura del ‘Cachetón’ habría durado más tiempo.

Abimael Guzmán

Abimael Guzmán

Pero Guzmán nunca reconoció su fracaso. Su detención fue solo un accidente. “La guerra continuará”, fijó cuando fue presentado en traje a rayas y enjaulado, el 24 de setiembre de 1992: “Esto es un recodo en el largo camino de la victoria”.

Firmo su intención de acuerdo de paz con el Gobierno de Fujimori en 1993, que nunca funcionó. Entonces organizó el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), con el que pretendía buscar la excarcelación mediante acciones legales. También fracasó incluso en su intento de legalizar la mencionada organización de pantalla senderista. Con su muerte, su llamado “pensamiento Gonzalo”, con el que articuló la sangrienta guerra terrorista, desaparecerá y no causará más muertes, miedo y dolor.

Iparraguirre habló desde Chorrillos

No obstante las estrictas medidas de seguridad en el penal de Chorrillos, la reclusa Elena Iparraguirre Revoredo consiguió filtrar un mensaje mediante una llamada de teléfono a un partidario.

“Es imposible que me entreguen el cuerpo de mi esposo. Ya no está en manos del Ministerio de Justicia ni en manos de la presidencia del INPE. Está en manos de la Fiscalía, de la Tercera Fiscalía. En todo caso, yo tendría que dirigirme a esa instancia, para que, a través de un poder hecho a un familiar, puedan entregárselo. (...) No tengo ni un solo abogado a quien acudir para que resuelva esta situación”, dijo.

Elena Iparraguirre, de 73 años, quien abandonó a su familia para sumarse a la guerra terrorista, está condenada a cadena perpetua por las matanzas de Lucanamarca y la calle Tarata.

Abimael Guzmán, Elena Iparraguirre

Abimael Guzmán, Elena Iparraguirre

Iría a una fosa común o será incinerado

El ministro de Justicia, Aníbal Torres, manifestó que, al no tener familiares, de acuerdo a ley, el cadáver de Abimael Guzmán iría a una fosa común o podría ser incinerado, “y si es posible sus cenizas esparcidas por el mar a fin de que nadie pueda tener un recuerdo”.

Advirtió que esta medida no está estipulada en los protocolos del INPE, pero informó que su sector sugerirá que el cadáver de Abimael Guzmán sea incinerado y “eso se determinará posteriormente, especialmente por el Ministerio Público”.

Respecto de la posibilidad de que el cuerpo de Abimael sea cremado, Susana Silva, jefa del INPE, sostuvo que se dará parte a la Dircote para que se evite cualquier tipo de utilización política del hecho.

Para Sebastián Chávez, abogado de Guzmán, “por ley” el cadáver debe ser entregado a su esposa Elena Iparraguirre, que es su familia más directa. “Se van a hacer las diligencias del caso, la necropsia y luego veremos”, apuntó.

“Su fanatismo enlutó al Perú”

Por Umberto Jara, periodista, escritor.

Fue un hombre extraño. Taciturno y áspero. Quienes compartieron aulas con él en la Universidad San Agustín de Arequipa lo recuerdan como monotemático y obsesivo con el marxismo, incluso cuando bebía en el bar El Crillón Serrano en la calle Perú 109, de la ciudad mistiana. No difieren en el recuerdo quienes fueron sus colegas de cátedra en la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Ellos desmienten la fábula de gran maestro y filósofo que la propaganda senderista difundió. No fue ni por asomo un intelectual y la prueba indiscutible es que no tiene obra escrita. No existen textos con sus ideas y aquello del “Pensamiento Gonzalo” fue una exitosa invención de su primera esposa Augusta La Torre, la camarada Norah.

Existe un rasgo que casi nadie anota: no fue un hombre de acción. Abimael Guzmán dejó de ser un oscuro y ensimismado profesor provinciano cuando la joven Augusta La Torre hizo que se desborde la furia que habitaba en el espíritu de Guzmán. Después, bajo las órdenes del marido, ella condujo en persona las primeras matanzas en la sierra ayacuchana y luego, ya en Lima, organizó cruentos atentados.

La otra mujer de Guzmán, Elena Iparraguirre, alimentó el fanatismo con la veneración enfermiza que tributaba a su marido. Ella tiene sobre sí la sospecha de haber participado en la muerte de Augusta La Torre cuando los tres vivían en el mismo escondite en un extraño triunvirato mientras Lima ardía con estallidos de coches bomba.

La historia real, y no la que inventan algunos, les asignará lo que les corresponde: el fanatismo que enlutó a Perú a lo largo de doce años de violencia, horror y muerte.

“Todavía falta para la reconciliación”

Por Jo-Marie Burt, George Mason University

En mayo de 1980, el preciso momento en que el Perú estaba votando para un nuevo presidente luego de 12 años de gobierno militar, Abimael Guzmán Reinoso inició la guerra quemando las ánforas en Chuschi, provincia de Víctor Fajardo, en Ayacucho. Pretendió imponer el comunismo a sangre y fuego, pero lo único que hizo fue destrozar vidas y la frágil democracia peruana. Abimael Guzmán llevó a una generación de jóvenes a seguir un camino de muerte y destrucción que arrasó a todo el país y con ello la posibilidad de la convivencia pacífica.

El día de su captura, el 12 de setiembre de 1992, marcó un cambio muy significativo para la sociedad peruana, abriendo la posibilidad de reconstruir la paz y la democracia. Lamentablemente, su captura fue utilizada por el presidente Alberto Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos para acumular más poder y para continuar robando al país.

La muerte de Abimael Guzmán marca el fin de una época, pero la persistencia de la pobreza, la exclusión y el terruqueo de todo aquel que piensa distinto evidencia que aún falta para que la sociedad peruana llegue a una verdadera reconciliación con su pasado, necesaria para construir un futuro con base en la paz, la justicia y la democracia.

Es importante prestar menos atención a Guzmán y recordar y conmemorar a las personas cuyas vidas fueron sesgadas como resultado de su ideología totalitaria y violentista. Personas como María Elena Moyano, Pascuala Rosado, y Enrique Castilla. Las comunidades destruidas por el “pensamiento Gonzalo”, desde los pobladores de Lucanamarca hasta las comunidades ashaninka.

Abimael Guzmán

Abimael Guzmán