Nochebuena bajo asedio
“Ese día PPK cruzó una línea que lo puso más allá de cualquier consideración. Pero nos brindó la oportunidad de ver a ciudadanos alzarse contra los enjuagues delincuenciales”.
En Occidente, la Navidad es una festividad de carácter ecuménico. Tanto los cristianos como los no creyentes la han convertido en la fiesta de la familia y de la paz, y ven en la ilusión, inocencia y alegría de los niños -los verdaderos protagonistas de la fiesta- la promesa de un futuro mejor.
La fuerza de la Navidad se puso en evidencia durante el invierno boreal de 1916, cuando a lo largo de los miles de kilómetros de las trincheras que dividían a la Europa desgarrada por la Primera Guerra Mundial, millones de soldados de uno y otro bando abandonaron por un momento sus trincheras para confraternizar.
Todo comenzó cuando en las trincheras americanas escucharon cantar en las líneas enemigas unas melodías inconfundibles, aunque en otro idioma: soldados que cantaban villancicos navideños. De pronto aquellos seres inhumanos, a quienes había que matar antes de que te maten, dejaron de ser el enemigo metafísico para convertirse en unos muchachos asustados y nostálgicos, que, añoraban el calor del hogar, el abrazo de sus seres queridos, la comida de Nochebuena en comunión con la familia, al igual que ellos mismos.
Nadie dio una orden. Simplemente unos cuantos soldados de cada bando abandonaron la seguridad de las trincheras y caminaron por la tierra de nadie, donde asomarse minutos antes hubiera sido una segura sentencia de muerte. Caminaron para encontrarse con otros seres humanos, tan parecidos a ellos mismos, para estrecharse las manos y confraternizar, sin que la diferencia de idiomas importara. Los siguieron millones, e intercambiaron humildes presentes: algunos cigarrillos, el botón metálico de una chaqueta. Bebieron un trago juntos los que tenían licor, en varios lugares de la tierra de nadie armaron arcos, marcando el espacio con unas piedras, para jugar un partido de fulbito. Y por algunas horas reinó la paz… para desesperación de los estados mayores y los grandes promotores de la carnicería.
¿Qué sucedería si unilateralmente los soldados declarasen la paz y anunciaran que retornaban a sus hogares? Era una posibilidad terrible para quienes venían mandando a la muerte a millones de jóvenes en reiteradas ofensivas inútiles, que movían las líneas de las trincheras apenas unos pocos cientos de metros, que puntualmente eran recuperadas por el enemigo durante las semanas siguientes.
La orden perentoria recorrió la línea de las trincheras: los soldados debían volver de inmediato a sus puestos de combate, o, cumplido un corto plazo, sus compañeros deberían disparar a matar. Asesinando a algunos soldados, pudo restablecerse la disciplina y volver a meter al resto a sus trincheras, para proseguir la meticulosa carnicería por dos años más.
He evocado esta historia recordando cómo, hace exactamente dos años, Pedro Pablo Kuczynski aprovechó la Nochebuena para decretar la liberación de Alberto Fujimori, violando el pacto implícito de una tregua de paz y concordia, que históricamente ha sido respetado por los seres humanos hasta en circunstancias extremas. Ese día para mí PPK, gobernado por su maldito espíritu de mercader, cruzó una línea que lo puso más allá de cualquier consideración y respeto. Pero, sin proponérselo, nos brindó la oportunidad de ver a decenas de miles de ciudadanos alzarse contra los enjuagues delincuenciales. Confiemos en que este año no haya nuevas sorpresas.
Feliz Navidad para todos los lectores.