Cuando se castiga por (in)formar, se ningunea el aporte de los intelectuales y docentes al informe de la CVR y al currículo de Educación Básica,Cinco titulares en el Ministerio de Educación en menos de cuatro años no es un asunto que desvele al presidente Vizcarra. De otra manera, en su apresurado discurso del 11 de abril pasado no hubiera calificado de “errores imperdonables” aquellos que supuestamente aparecen en los libros distribuidos por el Minedu, anunciando sanción a los responsables, y la revisión de esos textos para “salvaguardar la formación de nuestros hijos / con valores”. Para la afiebrada mente del colectivo que, con ligeras y desasosegadas manos escribe que el enfoque de género es igual al sexo anal, fue una invitación: la interpelación a la ministra Flor Pablo y el encargo a la Comisión de Educación del Congreso a investigar a todos los ministros y todos los contenidos educativos. Una afirmación en el capítulo sobre sexualidad integral de un libro para tercero de secundaria remitía a un link, su fuente bibliográfica. Este, que es un procedimiento académica y éticamente necesario, fue incomprendido por quienes plagian tesis, inventan títulos de maestría y fantasean nombres de compañeros de aula que confirmen estudios de secundaria nunca realizados. Dejemos de lado la incapacidad moral e intelectual para aquellos que no tienen idea de lo que es una referencia bibliográfica. Y vayamos hacia quienes vieron esta oportunidad para ir completando el rompecabezas de la reacción conservadora. Una cosa es el abucheo desde la cazuela, donde la congresista de Fuerza Popular Nelly Cuadros se tiró abajo 70 años de repercusión teórica y activista de El segundo sexo, obra fundacional de la filósofa Simone de Beauvoir, cuando pretendiendo parafrasearla le preguntó a la exministra Marilú Martens: “¿Usted, señora, nació mujer o se fue construyendo a través de su experiencia?”. Y en fila, la también fujimorista Arimborgo con su proyecto de ley para excluir la ideología de género de las políticas públicas, por sus negativos efectos como el cáncer o el sida. Estos arrebatos, producto del peligroso cóctel del fervor religioso e ignorancia, son subsidiarios de una estrategia política más articulada: pasamos del celeste y el rosado obligatorio al terruqueo. El pliego interpelatorio que se debate esta semana incluye explícitas descalificaciones al trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación cuyas conclusiones tratarán de ser arrinconadas y tergiversadas. Esa es una mixtura de alto riesgo. Sus resultados ya se vieron en Colombia en el 2016, cuando la ministra de Educación Gina Parody, impulsora de la política “Ambientes Escolares Libres de Discriminación” fue acusada de promover la homosexualidad y tuvo que renunciar. El rechazo a su propuesta educativa se ensambló con el debate del Plebiscito por la Paz: los partidarios del no alentaron movilizaciones religiosas contra Parody, una de las caras visibles del sí a la paz. El cuestionamiento a los materiales educativos, entonces, no es solo eso. Cuando se investiga y castiga por (in)formar a los adolescentes sobre la sexualidad y el conflicto armado interno, indirectamente se ningunea el aporte de intelectuales y docentes al informe de la CVR y al currículo de Educación Básica. Y se entrega en bandeja a la Comisión de Educación del Congreso –cuyos integrantes han dado pruebas de insondables méritos académicos y rectitud política– los pocos avances que hemos tenido como sociedad en la era post-Fujimori.