Alan García al margen de su reconocida inteligencia y capacidad oratoria, ha ido dejando en el aire muchas interrogantes y dudas. ,César Caro Al margen de consideraciones filosóficas sobre el acto de quitarse la vida, soy de aquellos que considera que el suicidio no es cuestión de valentía o cobardía: es cuestión de desesperación. Empero, en esta ocasión, no quiero ahondar en los motivos que pueden haber impulsado a García, sino en el ejemplo o consecuencias de sus actos públicos en el transcurso de su vida, que hicieron que pasara de tener 96% de aprobación en septiembre de 1985 a una cifra casi similar de rechazo o percepción de ser una figura política corrupta en sus últimos días. Y no puedo tampoco dejar de recordar lo que alguna vez me dijo un amigo aprista: “Hay grandes diferencias entre Haya de la Torre y Alan García. En tanto que el primero provino de una familia de fortuna, que tuvo ideas propias y dictaba cátedra a lo largo y ancho del país, siendo político murió pobre; el segundo, que proviene de una familia modesta y surgió como dirigente a la sombra y enseñanzas del primero, ten la seguridad que morirá rico y pleno de egolatría y vanidad”. Premonitorias palabras que me permito recordar en los actuales momentos, en los que, al margen del respeto al dolor de sus familiares, es conveniente recalcarlas al ser conocedores del fácil sentimentalismo de nuestro pueblo, para el cual “no hay muerto malo”. García, al margen de su reconocida inteligencia y capacidad oratoria, ha ido dejando en el aire muchas interrogantes y dudas, tanto de su quehacer público como de su actuar partidario, así como de su solvencia psicológica, que lo hizo ser caudillo antes que líder, defecto muy propio de los actuales políticos a los que generalmente los mueven sus mejores amigos: el orgullo y su enorme ego. Para finalizar, permítanme transcribir una leyenda urbana: “Corrían los últimos meses del año 1985, cuando García en la plaza de Armas de Arequipa protestaba por la producción en latas de leche evaporada por la empresa Gloria, entonces propiedad de Nestlé Perú, aduciendo que debería ser reemplazada por leche en polvo. Pocos meses después, un grupo arequipeño adquirió Gloria, la que siguió produciendo leche evaporada, sin que el aún presidente García volviera a tocar el tema. Lo malo o raro, por decir lo menos, es que, según dicha leyenda, los fondos (intis) para adquirir la empresa fueron prestados al grupo arequipeño por la banca estatal, ese dinero fue transformado en dólares MUC, permitiendo la compra del paquete accionario”. ¿Realidad, exceso de imaginación o suspicacia?... García ya no puede respondernos.