Ese día el Perú empezaría realmente a cambiar.,Alguien de su entorno debiera tener la sinceridad de advertirle al expresidente Alan García sobre el ridículo que protagoniza cada vez que hace una declaración para desviar la atención sobre las acusaciones que enfrenta mediante una táctica que antes –hace más de una década– sí le daba estupendos resultados pero que ahora solo engrandece el papelón. Eso volvió a ocurrir anteayer al final de su testimonio sobre una presunta intercepción telefónica en su vivienda en la primera fiscalía provincial penal de Miraflores. Ahí reiteró su versión de que es víctima de una persecución por parte del gobierno que tendría, entre otros instrumentos, la interceptación de sus comunicaciones poniendo un patrullero encubierto cerca de su casa. Luego de oír su versión y la del gobierno a través del ministro del Interior –que no es precisamente un antiaprista sino buen amigo de esa casa–, el 79% de los que están informados de ese tema cree, según Ipsos, que es una estrategia de García para victimizarse. Su ya antigua falta de credibilidad se ha agravado mucho luego de su fracasado pedido de asilo al gobierno de Uruguay –tal como también le habría ocurrido en, al menos, Costa Rica y Colombia–, el cual es interpretado por el 88% de los que están informados del tema como un intento de evasión a la justicia. Solo el 9% cree que García es un perseguido político, tal como él mismo reitera y acusa al presidente Martín Vizcarra de ser jefe de esta cacería usando a los fiscales anticorrupción que él busca eliminar a través de ‘su’ fiscal de la Nación Pedro Chávarry. Entonces, García cree que la mejor defensa es el ataque, e inventa acusaciones sobre malos manejos en la compra de un satélite durante el gobierno del expresidente Ollanta Humala con argumentos deleznables y creyendo que su labia sigue teniendo el impacto de antes y confiando en todo lo que le queda de respaldo: cuatro congresistas y una barra de aprotrols. El problema principal que aturde a García es la próxima declaración de Jorge Barata, la cual podría demostrar lo que todos intuyen. Si luego de un juicio riguroso, imparcial e impecable, un día se demuestra que Alan García es corrupto y va preso, el país recibiría con algarabía una sentencia que echaría por tierra la creencia antigua en el país de que él se las sabe todas, y de que la ‘sinvergüencería’ siempre paga. Ese día el Perú empezaría realmente a cambiar.