A Eyvy la mató también la indiferencia de un sistema indolente.,A ella un hombre decidió quemarla. Porque la vio inalcanzable, porque era sencillo agredirla, porque era mujer. Ella trata de aferrarse con todas sus fuerzas, mientras los demás deciden negar la realidad, no quieren asumir que lo que vivimos no es casual, es consecuencia directa de un Perú que se ufana de sus taras, que respira un machismo violento y soterrado combinado con absoluta despreocupación por la salud mental. Una peruana atacada salvajemente es materia estadística, noticia corriente, asunto menor, designio de la vida. Lo peor es que cada vez conmueve menos y los niños crecen mirando sin gravedad cómo matan a quiénes los tuvieron en su vientre, a las que pudieron ser sus compañeras. A Eyvy la mató también la indiferencia de un sistema indolente. Un Estado lejano e hipócrita ocupado sistemáticamente por gobiernos que piensan en cómo sobrevivir mientras sus funcionarios se levantan el país en peso. A Eyvy le ganó el dolor y unos hombres más preocupados en insultar feministas que en generar una revolución cultural que nos obligue a enfrentarnos contra un modelo de formación evidentemente equivocado, caduco y perverso, una doctrina hogareña-callejera que presente la superioridad del genero masculino como axioma. Eso nos enseñaron y nos cuesta renunciar a los privilegios que plantea, a la agresiva mentira que nos inocularon: ellas son nuestra propiedad, decidimos sobre su destino y eso provoca que algún desgraciado crea que puede eliminar a una mujer como castigo. Tenemos que cambiar, entregar una mejor versión, por Eyvy, por las que se fueron,por las mujeres que amamos.