Su admirable tenacidad y probada obstinación, pese a ser conscientes de que estaban enfrentando “un monstruo grande y ‘pisafuerte’”, como es la iglesia católica, hizo que se rompiera el silencio. Porque Cruz, Hamilton y Murillo jamás desmayaron ni cejaron en su esfuerzo, en el que también participó el abogado Juan Pablo Hermosilla. ,Se llaman Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo. Son chilenos, y desde hace más de una década vienen denunciando los crímenes de abuso de toda índole del sacerdote Fernando Karadima y de sus cómplices y encubridores. En un principio, les dijeron de todo. Mentirosos. Figuretis. Histriónicos. Difamadores. Resentidos. Traidores. Mitómanos. Rencorosos. Malintencionados. Y qué sé yo. Encima los revictimizaron, o sea. Y los persiguieron y maltrataron. Porque el Chile ultracatólico de hace diez años, consideró sus graves y terribles denuncias como ataques y denuestos a la institución católica y a sus autoridades, y a “gente de bien”, como el cura Karadima. Pero el tiempo les fue dando la razón. Poco a poco la verdad se fue abriendo paso. Y los medios de comunicación chilenos, que al principio se pusieron del lado de los abusadores, comenzaron a investigar y a hurgar en las interioridades de la parroquia El Bosque, ubicada en la comuna de Providencia, donde Karadima reinaba. Y así se fueron topando con los embustes y engaños y fábulas que había creado el clérigo pederasta al que la clase alta de Santiago consideraba una suerte de santo en vida. Eso sí. La verdad sale a la luz, todo hay que decirlo, no porque la iglesia católica hace una investigación en toda regla luego de los señalamientos de Cruz, Hamilton y Murillo. No, no, no. No se equivoquen. Porque la jerarquía católica chilena no movió un puñetero dedo. Se hizo de la vista gorda y en no pocas instancias enmascararon las truculencias en las que participaron Karadima y sus secuaces, los obispos Juan Barros, Andrés Arteaga, Horacio Valenzuela, Tomislav Koljatic y los padres Esteban Morales y Diego Ossa. Entre otros. Porque Karadima, ya adivinarán, no actuó solo. Como tampoco actuaron solos el mexicano Marciel Maciel y el peruano Luis Fernando Figari. Bueno. La verdad sale a la luz, decía, porque estos audaces y corajudos protagonistas que les menciono (Cruz, Hamilton y Murillo), jamás se cansaron de evidenciar su verdad, con sus crudos testimonios y empapelando y acusando a cardenales y obispos que facilitaron la impunidad de Karadima. Su admirable tenacidad y probada obstinación, pese a ser conscientes de que estaban enfrentando “un monstruo grande y ‘pisafuerte’”, como es la iglesia católica, hizo que se rompiera el silencio. Porque Cruz, Hamilton y Murillo jamás desmayaron ni cejaron en su esfuerzo, en el que también participó el abogado Juan Pablo Hermosilla. El costo personal para los tres ha sido enorme. Pero su larga lucha valió la pena. El papa se está reuniendo este fin de semana con ellos en la Casa Santa Marta. Conversará individualmente con ellos, sin tiempo determinado, para pedirles perdón, “y, sobre todo, escucharlos en todas aquellas sugerencias que puedan realizarle para evitar la repetición de semejantes hechos reprobables”. ¿Cabe la posibilidad de que la invitación papal sea un juego político de manejo de crisis? Sí, cabe la posibilidad. Francisco, en sus cinco años de pontificado, no ha sido consistente ni coherente con su política de “tolerancia cero”. Pero Cruz, Hamilton y Murillo, a quienes tengo el honor de conocer, la tienen clara. “No queremos que esto sea una operación de relaciones públicas. No queremos que sea un lavado de imagen, ni un favor, ni un premio o una especie de reconocimiento vacío. Queremos que sea una reunión para trabajar y hablar sobre el abuso sexual a nivel global”, ha dicho con firmeza José Andrés Murillo en The Clinic. “Si de pronto el Papa toma conciencia –ya sea por razones políticas o espirituales profundas- de que esto es inaceptable, y que hay que poner medios y acciones en la prevención, de intervención y acompañamiento de víctimas hacia la justicia, es un triunfo”, añade Murillo, quien, junto a Hamilton y Cruz, son los artífices de restarle influencia en su país a una jerarquía católica ultraconservadora, acostumbrada a meter sus narices en todo, como Cipriani suele hacerlo por acá. ¿Qué pasará luego de este encuentro? Nadie lo sabe. Tendremos que esperar a ver los resultados, si los hay. En el caso chileno, si me apuran, deberían darles de baja a los obispos y curas de Karadima, para comenzar. Y en el caso peruano, si me preguntan, debería disolver el Sodalicio. Como sea. Que sirvan estas líneas para rendirle un merecido homenaje a este trío de “profetas de la verdad y de la justicia”, como les ha llamado el columnista chileno Rafael Gumucio en Clarín.