No nos damos cuenta y la violencia está ahí, latente, furiosa, a punto de explotarnos en la cara.,Estamos viviendo al borde del abismo, sin conciencia del peligro. Encerrados en nuestras burbujas, el otro no existe. Si el presidente cae sin cumplir dos años, nos importa poco. Si los congresistas buscan vacíos para regalarse una penosa perpetuidad, no nos afecta. La corrupción nos indigna solamente si es del adversario. Los niños ajenos que se mueran de frío en Puno. Que los tuberculosos de las postas estén lo más lejos posible de nuestro aire. Que los que no pueden pagar la pensión de un colegio privado se siente en un ladrillo, que el maestro escriba en el cartón de una caja, que los dos se caguen de hambre. Las niñas abusadas abortan en un muladar. En la calle se escucha el enojo por los reclamos de un espacio menos hostil para las mujeres, se habla agazapado, con cobardía, a media voz. Mientras los jóvenes crecen con la cabeza más despejada, los dueños de la moral exigen castigar a los homosexuales. Algunos más torpes pretenden revertir la "enfermedad" que padecen. Detestamos lo que piensa la mayoría. Quisiéramos eliminar cualquier minoría. Nos seguimos choleando. Nos seguimos discriminando. Nos seguimos odiando. Nos seguimos violando. Nos seguimos matando. Vivimos crispados, insultando desde la oscuridad, vomitando complejos y prejuicios. A veces pareciera que no existe posibilidad de buscar el bien común, de mirar hacia el mismo norte, de construir un país que nos incluya a todos. Llegó la hora de ceder, de encontrar puntos de intersección, de pensar realmente en el Perú. No nos damos cuenta y la violencia está ahí, latente, furiosa, a punto de explotarnos en la cara. Una vez más.