Desde que comenzó este gobierno, el presidente Kuczynski ingresó a un círculo perverso del que aún no sabemos si saldrá. Keiko Fujimori, candidata derrotada, pero con mayoría absoluta en el Congreso, quiso su cabeza desde el día que juramentó y encontró el motivo que buscaba en los vínculos entre las empresas del mandatario y el gobierno peruano, cuando aquel se desempeñaba como ministro de Estado . La maniobra la inició Rosa Bartra en la Comisión Lava Jato y seguidamente se desplegó una potente campaña de demolición contra el Presidente para presentarlo como corrupto ante la opinión pública y justificar así su vacancia por incapacidad moral permanente. Pero entonces surgió Kenji Fujimori, quien se apodera del escenario político y salva a Pedro Pablo Kuczynski de la vacancia, a cambio del indulto a su padre, Alberto Fujimori, quien cumplía condena por delitos contra los derechos humanos. Sin embargo, la inesperada victoria dejó a PPK en una situación tan o más precaria que antes de la coyuntura de vacancia. Ganó el apoyo de diez congresistas que dejaron Fuerza Popular, dividiendo al fujimorismo, pero perdió el condicionado respaldo de Nuevo Perú; es decir, de otros diez congresistas, con lo que las cosas quedan como estaban: la oposición podría tener los votos para vacarlo, solo le falta la oportunidad. Además, a estas alturas queda claro que los promotores de la vacancia no serán muy rigurosos al plantearla de nuevo; de hecho, las dos izquierdas ya lo han hecho y el fujimorismo se sumará presto: la pelota ha quedado en la cancha del PAP, AP y APP. En todo caso, el motivo de la moción pareciera ser casi irrelevante. Esto sucede porque el círculo perverso del que hablo ha prostituido la esencia de la norma constitucional. La mayoría calificada de 86 congresistas para vacar un presidente -2/3- que exige la Carta Magna no debería ser una cuestión trivial. Se exige para que solo pueda aplicarse en circunstancias muy graves, como fue el caso de Fujimori en 2000, huido del país, renunciante por fax, con vladivideos circulando y el castillo fujimontesinista cayéndose a pedazos. Del mismo modo, el indulto humanitario, máxime en el caso de un reo como Alberto Fujimori, no es un asunto que pueda aprobarse en trece días, ni tampoco cambiando la norma para que su galeno participe de la junta que elaboró el informe médico. Ni, menos aún, otorgarse el 24 de diciembre, dos días antes de que el informe del hospital de neoplásicas se adjunte al expediente. Entonces, el tema va más allá de la vacancia a Kuczynski y del indulto a Fujimori. La ligereza con que se están aplicando preceptos constitucionales sienta un pésimo precedente para nuestra institucionalidad: cualquiera revestido de poder utilizará la norma sin importar si existen causales que lo justifiquen. Lo que nos pasa, nos coloca cada vez más cerca de la jungla. Si cuentas con los votos o las facultades suficientes puedes aplicar la ley de manera arbitraria. Mañana vacarán a PPK, a Martín Vizcarra y a Mercedes Araoz; pasado mañana un juez dictaminará la cárcel de quien le resulte incómodo; en unos años un presidente hiper nacionalista junto con un Congreso afín, declararán la guerra a otro Estado porque lo perciben como enemigo. Hasta en el absolutismo monárquico el límite del poder divino de los reyes era la razón, pero en el Perú, la clase política parece haberla perdido por completo. Piensen, políticos, en el país que construyen para mañana. Muy cerca de los palacios de Gobierno y Legislativo, la hiedra venenosa de la jungla se está extendiendo peligrosamente. Es menester recuperar la cordura y llegar a consensos mínimos para alcanzar la gobernabilidad que exige a gritos un país a la deriva.