El predicamento de Susana Villarán está siendo leído como un problema de pérdida de las pretensiones de superioridad moral de la izquierda. Esta es una generalización atrevida, pues no todos los izquierdistas están en lo mismo. Si se trata de generalizar, podría decirse que todos los sectores del espectro ideológico se atribuyen tales superioridades. Es verdad que Villarán cultivó una imagen de moralidad superior frente a sus rivales, y ello le sirvió bien. Su campaña electoral del 2010 se inició planteando un enfrentamiento entre decencia y corrupción, esta última eficazmente representada por Alex Kouri. Quienes quisieron revocarla unos años más tarde fueron enfrentados con similar argumento. El de Villarán no es el primer caso en que un político izquierdista se chanca los dedos, justificadamente o no, en la ruleta de la sanción ética. Allí está el caso de Julio Gutiérrez, combativo dirigente de Tambo, que aceptó una coima de Southern Perú. Natura humana. La historia de todos los partidos está trufada de casos parecidos. Lo que sí se presta al contagio es que incluso los grupos de izquierda independientes y hasta lejanos de Villarán, que han sido la mayoría, se van a mostrar renuentes a criticarla, por cierta solidaridad ideológica. Sobre todo cuando existen tantos casos de faltas morales de todo calibre en la derecha, donde también se reclama superioridad moral. Como era previsible, Villarán ha rechazado las acusaciones. Es poco probable que otros grupos de izquierda la acompañen en esto. No necesariamente porque duden de su honestidad, sino porque tienen claro que el episodio Odebrecht no se va a resolver en el terreno de la moralidad, ni en el de la justicia, sino crudamente en el de la política. De modo que a la izquierda no se le ha perdido una aureola de especial honestidad política. Nunca lo tuvo, y allí está la historia de sus alianzas para sugerirlo. Lo que tuvo y mantiene es el interés y el voto de un sector variable de la población por sus ideas, propuestas, sus figuras. La supuesta superioridad moral nunca ha estado en esa ecuación. Estamos en un momento en que todos tiran la primera piedra, y luego reclaman del prójimo la pulcritud que ellos mismos no practican. Quizás Villarán ha sido una de ellas, pero eso no debería quitarle el sueño a nadie.