El gobierno ha tratado, casi sin frutos, de tener una relación cordial con su adversario, el legislativo. La estrategia, por más de un año, no solo no ha funcionado. La absoluta falta de colaboración del fujimorismo y de otras bancadas, aliadas al paso, ha generado una grave crisis al país. El último plan de Keiko Fujimori era no aprobar el Presupuesto Público 2018 y hacer, todo lo posible, para entorpecer la ejecución presupuestal del de este año. ¿Reformas importantes propuestas? Ninguna. Parar proyectos, denunciando corrupción, en todos los niveles de la administración; vetar nombramientos –y hasta exposiciones culturales– ; requerir a los ministros, horas de horas, en el Congreso ante comisiones de ignorancia supina; o someterlos a interpelaciones con plenos vacíos llevó, finalmente, al convencimiento de lo que era obvio cuando censuraron al ministro Saavedra sin causa real. Keiko Fujimori cree que le robaron las elecciones y si para destruir a Kuczynski tiene que sacrificar a su padre o al país entero, lo hará sin pestañar. Le da lo mismo y lo que es peor, lo está logrando. Hacer daño, al máximo posible, es su meta política. Tenemos un Presidente acorralado, prisionero e impopular. El pueblo detesta la debilidad, pero detesta más la inacción. Un país sin inversión pública, ni privada de relevancia está condenado. Estamos pues, condenados. Es responsabilidad del Presidente –y lo ha sido por meses– no responder con firmeza los ataques que el fujimorismo ha perpetrado no solo contra su persona, sino contra la situación económica y política del Perú. ¿Hizo bien el Presidente en poner un límite a un Congreso prepotente? Hizo lo correcto. Se demoró demasiado, pero lo ha hecho y eso debe aplaudirse. Usar las herramientas constitucionales para defender la democracia no solo es un derecho, es un deber. Desenmascarar a los charlatantes que invocan mal la Constitución es también obligación de cualquier peruano. En esto he estado y agradezco su audiencia. Sin embargo, con Zavala censurado y un nuevo gabinete nombrado, ¿qué nos espera? Si el Presidente quiere seguir en el mismo tono conciliador, está perdido él y está perdido el país. No solo debemos ver un cambio de algunas caras. Lo que debe cambiar es el liderazgo para enfrentar la amenaza totalitaria que es hoy el fujimorismo. Pruebas, ya hay suficientes del interés por vacar al Presidente. Kuczynski tiene que aglutinar, otra vez, a la masa que lo llevó al poder. A esos millones de peruanos que, sin ser su candidato, votaron por él porque era la garantía de un gobierno democrático que lucharía contra la corrupción. Lo abandonaron porque rompió su promesa dándole ofrendas de paz al enemigo. Si los quiere de vuelta, tiene que ser firme en “un nunca más de rodillas” y un “aquí gobierno yo”. ¿Le será difícil? Mucho. Porque no está en su carácter el confrontar, pero, si quiere llegar vivo al 28 de julio del 2021 tendrá que recordar al Congreso, ante cada manotazo –porque vendrán muchos– que los puede disolver antes de ser él vacado. De otro lado, un acto político, dirigido a un adversario público, tiene que ser explicado a la población con paciencia. El factor sorpresa puede desarmar al enemigo y obligarlo a tomar malas decisiones (de hecho, censurar a Zavala es una mala jugada política para el fujimorismo porque les quita la posibilidad de censurar más ministros) pero hay que trabajar con cuidado. Las mentiras propaladas por voceros del fujimorismo –y sus abogados de ocasión– respecto a la pertinencia de la cuestión de confianza (no querían votarla hasta que les recordamos las sanciones que les caerían en el futuro) o quienes pueden integrar el nuevo Consejo de Ministros, son solo eso, mentiras. Pero repetidas una y otra vez, confunden. El gobierno hizo y hace muy poco para defenderse. También es claro que en el Congreso se encuentran hoy los niveles de vulgaridad más ramplones de la historia del Perú. No quiero repetir palabras que me dan vergüenza por mi país, pero ahí está el último debate. Si a ello sumamos la ignorancia (la causada por pereza o por dolo), el extravío ideológico de las izquierdas, el oportunismo y la matonería exhibidas, no envidio a los que deben trabajar ahí. Como dice Augusto Álvarez, parece que el fujimorismo confeccionó su lista parlamentaria en el desagüe. El pueblo detesta al Congreso mucho más que a un Presidente débil. Disolverlo sería un error, pero nadie va a lamentar su ausencia. Se han ganado a pulso ser vistos como lo que son. ¿Rectificarán? Lo dudo. Keiko Fujimori solo fue a pedir una tregua cuando su hermano parecía robarle la bancada. Conjurado el peligro, Kenji quedó aislado, viendo su voto verde en la pantalla mientras que el indulto de su padre se perdía para siempre. Ya lo sabe el Presidente. Se lo recordé en diciembre pasado: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegiste el deshonor y te dieron la guerra”, dijo Churchill. Pocas veces se tiene un última oportunidad. Solo queda aprovecharla.