Si usted fuera un delincuente, lo que más quisiera es que no hubiera periodistas que pusieran reflectores a sus crímenes, e intentaría meterles miedo.
Eso cree la mayoría de los inquilinos de este Congreso donde la competencia por la mediocridad solo es superada por la vocación invicta por la corrupción, siendo la más reciente evidencia el proyecto aprobado, en primera votación, para elevar la pena por difamación a través del periodismo.
El IPYS —institución que me honra presidir— cree que este proyecto intenta amedrentar a la prensa para evitar que esta siga denunciando irregularidades cometidas por los congresistas.
Una evidencia de ese propósito es que el congresista que sustentó este proyecto que se aprobó sin debate fue el presidente de la comisión de justicia, Américo Gonza, un ‘niño’ que ya tiene en su prontuario parlamentario más chicharrones que cafetería en Lurín.
Pero sería injusto singularizar la responsabilidad en este proyecto, pues este es parte de un esfuerzo mayor para limitar el ejercicio del periodismo en el que también participan casi todos los sectores políticos del Congreso, desde la izquierda hasta la derecha, pasando por el centro; al igual que un Poder Judicial que acoge con entusiasmo cualquier demanda de delincuentes que quieren callar al periodismo con juicios absurdos; y un poder ejecutivo en el que abundan las iniciativas para parametrar la libertad de expresión, como el proyecto de porcentajes de contenidos obligatorios en los medios.
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Este esfuerzo no es reciente, como lo evidencia la campaña sistemática contra el periodismo del hoy bien encarcelado Pedro Castillo —por golpista y corrupto—, sus secuaces Aníbal Torres y Betssy Chávez, y su ¿ex? ideólogo Vladimir Cerrón, cuyo plan de gobierno era un himno contra el periodismo.
Esfuerzo en el que también son cómplices los gremios que quieren obligar a colegiarse para ejercer el oficio, o periodistas que festejan la agresión a periodistas que piensan distinto por parte de hordas como la Pestilencia.
Políticos mediocres y corruptos que creen que el mundo sería más feliz si no hubiera periodistas —para ellos, sin duda lo sería—, entre esos tipos y yo —como canta Joan Manuel Serrat— hay algo personal.
Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.