Sin patrones y sin amos
“Hoy, millones de indígenas se han convertido en ciudadanos y ciudadanas, aun contra los Baylys y los Gagliuffis supérstites”
Jaime Bayly ha dicho que no entiende por qué los indígenas en Ecuador se levantan contra el aumento de gasolina si “no manejan un Audi”. Cachosito y digno representante de su clase social, porque siendo inteligente e instruido, su ironía es racista, clasista y colonial, y una vergüenza para Latino América. No olvidemos que en sus novelas el protagonista siempre llama a los “otros” que pueblan el centro de Lima, los “brownies”, los marroncitos. Ese cinismo es vomitivo.
En Lima una mujer atropella a tres jóvenes en San Isidro y el fiscal le da comparecencia porque la encuentra decente. Como escribe Marco Avilés: “¿Puede una Gagliuffi ir a prisión tras matar a un Huashuayo? Aún no”. La impunidad colonial sigue actuando. ¿Y cómo no lo haría si algunos siguen teniéndola metida en la pepa del alma? Este colonialismo se reproduce en una escena del documental La revolución y la tierra: cuando llega el rey de España al Congreso y los otrora republicanos congresistas, se auto-identifican como “descendientes de españoles”, hasta Francesco Petrozzi, “a pesar de mi apellido”. ¡Da vergüenza ajena ese nivel de colonialismo de los hijos del amancebamiento de los conquistadores!
Pero hoy el patrón no come más de la pobreza del indígena, por lo menos, sin que este se levante con toda su dignidad a decirle “miserable”.
Hoy los subalternos que no tenían voz dejaron de serlo porque se han apropiado, con mejor o peor resultado, de una manera de hacerse notar.
Hoy los pueblos indígenas dejaron de ser siervos, esclavos y pongos, se encuentran bien organizados, se financian a sí mismos con sus relaciones comerciales —como los otavalos, por ejemplo— y se levantan en contra de las decisiones que hambrean a sus comunidades y al pueblo en general. En Ecuador el movimiento indígena sacó y puso a varios presidentes. En Bolivia, aún con todas sus contradicciones, no hay retroceso hacia la sumisión. En Perú, con el alto sacrificio de vidas humanas, han puesto su agenda en las mesas de diálogo.
En 1992 Rigoberta Menchú, una indígena quiché, ganó el Premio Nobel de la Paz. Hoy, millones de indígenas se han convertido en ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, aun contra los Baylys y los Gagliuffis supérstites.