Cultural

La primera obra de teatro de Mario Vargas Llosa

La literatura y la política no fueron las únicas pasiones de Mario Vargas Llosa, La dramaturgia también cumplió un rol fundamental en sus años formativos en Piura, en donde estrenó “La huida del Inca” en 1952.

Mario Vargas Llosa y Javier Silva Ruete, en 1953. Imagen: Difusión.
Mario Vargas Llosa y Javier Silva Ruete, en 1953. Imagen: Difusión.

Escribe: Eduardo González Viaña

-¡Oh, vientos!, ¡oh, ríos!, ¡oh, montañas!, sean propicios con el inca que se ha perdido en el camino y no sabe cómo encontrar la vía de retorno.

El sumo sacerdote calló un instante y continuó:

-Enséñenle, les ruego, el sendero del Cusco.

Al decir esas palabras, el sumo sacerdote cerró los ojos y esperó la respuesta, pero no fue la que imaginaba.

-No, no, no. No, Walter, así no. Tú no eres un sacerdote, un personaje serio. Tú eres un chamán, un brujo, un hechicero, por eso tu actuación tiene que ser farsesca.

Era 1952 en Piura y los alumnos del colegio San Miguel estaban ensayando la próxima puesta en escena de “La huida del inca” que había escrito un estudiante de dieciséis años llamado Mario Vargas Llosa.

Mario era no solamente el autor, sino también el director de esa puesta, de manera que participaba en los ensayos y reprendía a los actores como en ese caso estaba haciendo con Walter Palacios Vinces, de la misma edad que él.

Al tiempo que corregía su tono de voz, daba pequeños saltos y gesticulaba grotescamente.

A un lado, el futuro presentador de la obra, Javier Silva Ruete esperaba también su sanción.

-¿Y tú, Javier? Habla como lo que eres, un estudiante, y no trates de engolar la voz como si fueras senador o ministro.

Allí, tal vez profetizó porque Silva Ruete sería ministro de Economía en tres oportunidades: durante los gobiernos de Alejandro Toledo (2002-2003), de Valentín Paniagua (2000-2001) y de Francisco Morales Bermúdez (1978-1980).

Mario era, apenas, un “churre” de dieciséis años en esa época y la obra se iba a estrenar en el cine-teatro Variedades, de Piura.

El entonces futuro premio nobel estudiaba quinto año de secundaria en el colegio San Miguel y había escrito la obra que sería el título central de la Gran velada literario musical que cada año organizaba ese plantel.

Palacios Vinces, quien hacía el papel de sumo sacerdote, era el primer actor del elenco. Acabo de entrevistarlo y le pregunto por los otros. Responde Walter:

-Todos los actores eran alumnos de quinto año, compañeros de Mario, el único actor que estudiaba el cuarto año era yo. El reparto de roles lo determinó el propio Mario.

-Y, ¿quiénes eran los otros?

-En el papel del Inca, Ricardo Raigada. Como sumo sacerdote, yo mismo. Ricardo León como indígena. Federico Otoya como Untar. Y Víctor Izquieta como Urcos.

A las palabras de Palacios, debo añadir las del poeta Marco Martos, con quien también acabo de conversar:

“Yo todavía estaba en primaria, pero algunos de los ensayos se realizaban en mi casa. Mi padre cerraba la puerta de la sala-biblioteca donde ensayaban, y me mandaba a la calle a palomillar”.

Se refiere a Néstor Martos, profesor de historia de Vargas Llosa quien, a la vez, fue un verdadero sembrador de ideas, un apasionado de la historia y de la justicia social.

Volviendo a lo de la obra teatral, llegó el día del estreno y, había tanta expectativa entre los piuranos, que las entradas se agotaron. El éxito artístico y económico fue rotundo y dio mucho que comentar en la Piura de entonces. El director Marroquín y los profesores del colegio “sacaban pecho”.

Cuenta Walter: “Muchos años después, Mario llevaba en su billetera, como amuleto, el programa impreso de la velada sanmiguelina de 1952. Él mismo me lo mostró doce años después, en 1964, en París, cuando pasé a visitarlo en su pequeño departamento en el Barrio Latino. Era un papel doblado, amarillento y medio roto que sacó de su billetera, y en el que todavía podían leerse los nombres de los alumnos actores que figuraban en el reparto. Por ahí estaba el mío”.

El propio Walter volvería al país para hacerse cargo de la presidencia de la Federación de Estudiantes del Perú. Sucedía a quien sería después el eminente psicoanalista Max Hernández Camarero.

Por mi parte, un día en París le pregunté a Mario qué significaba para él “La huida del Inca”, y me respondió que estaba apasionado por el teatro y pensaba inundar algún día el mundo con obras teatrales como las de Lorca.

Todavía no lo pensaba, o tal vez no lo decía, que su camino iba en otra dirección, la del Premio Nobel de la Literatura.

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