Cultural

Mails, acusaciones, censuras compartidas, argollas y pronto un tren en la Casa de la Literatura Peruana

Saludada como uno de los espacios que promovía la lectura y el espíritu crítico, la actualidad de la Caslit transita entre puyas internas, censuras compartidas y una desatención a lo que es su peligro mayor: ¿qué pasará con este espacio ante la llegada del tren Chosica-Lima?

Caslit y el tren. Diseño: Jhon Casco.
Caslit y el tren. Diseño: Jhon Casco.

En La República hemos abordado en más de una ocasión la situación de la Casa de la Literatura Peruana (Caslit), la cual, en la presente gestión presidencial, ha estado perdiendo su esencia pedagógica para convertirse en instrumento de censura y en un espacio de disputas internas.

Este fin de semana, La República recibió reenvíos de mails que nos revelaban la pugna interna que existe entre el personal nuevo contratado por sus dos últimos directores y el personal que viene trabajando ahí desde hace no pocos años.

No es, como podría pensarse, una lucha entre buenos y malos.

Los mails que denuncian la contratación de personal no especializado revelan dos cosas: la Caslit se ha convertido en una agencia de empleos y el pataleo de quienes han perdido el poder de decisión en una institución que se había caracterizado por exhibir una buena gestión, reconocida por el público, por cierto. En medio del fuego cruzado, está la administración del erario público. Eso es lo grave.

“Se están realizando muchos servicios en los cuales coincidentemente los únicos postores son amigos del director, contrataciones que se hacen en tiempo record, y que nunca estuvieron programadas, como son el caso de la compra de un domo y sus materiales, donde también los proveedores que ganaron son sus amigos, servicios para la instalación del domo, la contratación de personas para realizar investigaciones donde se gastará 120000 aproximadamente, solo para tomarse la foto, cuando casa de la literatura cuenta con personal de planta para esas actividades”, dice, literalmente, uno de los mails que proviene de la facción descontenta de la Caslit.

En mayo de 2024, el Ministerio de Educación, entidad de la que depende la Caslit, designó a Juan Yangali como director. Yangali tiene experiencia en gestión cultural, pero su nombramiento como director se debió a que su hermano es asesor de la presidenta Dina Boluarte. Yangalí renunció en octubre de aquel año tras el escándalo que suscitó la censura al artista Juan Acevedo.

A Acevedo se le retiró el Premio Casa de La Literatura Peruana 2024 no por una cuestión formal perfectible (tras más de una década de premiación, se dieron cuenta de que no era un galardón con autorización ministerial, pero como bien indicó la exdirectora de la Caslit, Karen Calderón, ese detalle no le quitaba validez a un premio reconocido por el público y los especialistas; y claro, estaban asimismo los que defendían la formalidad, o sea, la censura a Acevedo, pero esa defensa tenía varios puntos débiles: era ejercida por los nuevos empleados de la Caslit, promovida por quienes mienten al informar y avalada por comentaristas virtuales divorciados del sentido común), sino porque Acevedo era muy crítico con el gobierno de Boluarte. 

Su caso es significativo en la lista de censuras culturales ejecutadas por los adláteres de la presidenta Boluarte.

Pero la censura no solo ha sido práctica únicamente de los boluartistas. La facción antigua no se quedaba atrás en la censura. Lo hacía no por ideología, sino por argollera.

El último caso de censura, expuesto del mismo modo en La República, ocurrió en marzo último, cuando se le negó al escritor, periodista y catedrático Michael Dancourt la presentación de su libro Lo que le gusta a la gente. Una mirada sobre Alfonso “Pocho” Rospigliosi.

Dancourt no es parte de la argolla de los indignados de la Caslit, esa es la única explicación posible si comparamos su caso con otras presentaciones (no todas, obviamente) de libros llamados a quedar en el olvido, pero cuyos autores, ya sea de manera directa o indirecta, mantenían vínculos con los indignados que se creen propietarios hasta de las macetas del patio de lectura.

Después de Yangali, fue nombrado, en diciembre del año pasado, Gary Marroquín como director.

Gary Marroquín no tiene experiencia en gestión cultural y es parte del ala dura de Dina Boluarte. A Marroquín le toca enfrentar el peor escenario de la Caslit desde su inauguración en octubre de 2009: ¿qué será de la Caslit cuando la Estación Desamparados sea la parada principal del tren Chosica-Lima, el cual es impulsado por el alcalde Rafael López Aliaga?

La inauguración de este servicio está proyectada para junio de 2026 y los trenes ya están en Lima. Ese es el problema que debería ser discutido por la Caslit, la Municipalidad de Lima y su entidad ProLima.

Boluartistas e indignados tienen una oportunidad para afianzar criterios en favor de un interés común: el destino de la Caslit. Esta oportunidad es igualmente para Rafael López Aliaga y compañía. Ese tren es necesario y todo parece indicar que, en las gestiones, no tuvieron en cuenta el impacto cultural de la Caslit.

El silencio de la Municipalidad de Lima en este tema causa vergüenza. Todo lo que está haciendo en el centro histórico exhibe la banderita cultural. Si Lima existe en el mundo, es precisamente por su valor cultural y López Aliaga no está siendo coherente.

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