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Cultural

Ana Varela Tafur: “Mi poesía busca ser testigo de la crisis ecológica”

La poeta amazónica ha publicado Estancias de Emilia Tangoa, un poemario que asume la defensa ecológica de la Amazonía contra el extractivismo y otros poderes.

Ana Valera, a través de su reciente libro, denuncia contra el extractivismo realizado en la Amazonía
Ana Valera, a través de su reciente libro, denuncia contra el extractivismo realizado en la Amazonía

Vive en California, Estados Unidos, lejos de su natal Iquitos. Extraña el bosque, las rutas que transitó durante años por las cuencas del Amazonas. La poeta Ana Varela Tafur (1963) no solo tiene la selva en sus pensamientos y escritura, sino en ella misma. Como los árboles de esa región, sus raíces amazónicas son profundas. Su abuela paterna era huitoto. En su reciente poemario, Estancias de Emilia Tangoa (Pakarina ediciones), la poeta asume una defensa cerrada de la ecología amazónica sin traicionar un ápice el lenguaje poético.

El universo amazónico siempre está en su poesía, como ocurre en su libro Lo que no veo en visiones, con el que ganó el premio Copé en 1991. Y si bien primero hizo la carrera de Ingeniería Química, después estudió Lengua y Literatura, que la condujo –en realidad, la retornó– al cauce de la poesía. Ana Varela, junto a Carlos Reyes, Percy Vílchez, entre otros, integró el grupo de Iquitos Urcututu, en poesía, a principios de los años 80, hasta hoy en día.

“Mi padre, que era maestro como mi madre, me inició en las lecturas. Cuando murió, yo tenía doce años y sufrí mucho. Mi madre se iba durante el día a trabajar a Puerto Alegría. ‘Mamá, mi papá ya no está, tú te vas a trabajar, con quién voy a conversar’, le dije. Mi madre me compró un cuaderno. ‘Todo lo que tú quieras decirme, lo escribes allí. Así vamos a conversar’, me dijo. Y yo empecé a escribir allí como un diario y a su regreso ella lo leía. Hasta que un día me di cuenta de que yo no escribía lo que veía sino lo que me imaginaba.

Cuando mi madre leyó ‘Cómo es el amor detrás del arcoíris’, me dijo ‘eso es poesía’, y me dio ánimos a seguir escribiendo. Así apareció el deseo de comunicarme, primero conmigo misma y después con mi mamá”, cuenta Ana Varela. Después vendría su amor por la escritura, por la selva y sus gentes.

 Ceremonia. Los dirigentes de las organizaciones indígenas de la selva central hicieron un cruce de lanzas en honor a su líder. Foto: difusión

Ceremonia. Los dirigentes de las organizaciones indígenas de la selva central hicieron un cruce de lanzas en honor a su líder. Foto: difusión

— ¿Podemos decir que tu poesía se propone rescatar el bosque, pero no solo para la poesía amazónica, sino también un rescate ecológico para el planeta?

Es una buena pregunta. Yo creo que mi poesía, sobre todo en mi último libro, Estancia de Emilia Tangoa, mi voz poética se vuelve más crítica frente a la profunda crisis ecológica, no solo de la Amazonía peruana sino de toda la región transnacional y tiene que ver con problemas ambientales del planeta. Dependerá de los lectores que tengan también un pensamiento crítico. La poesía ayuda, desde las emociones y a través de un lenguaje que convoca una actividad intelectual. Mi poesía busca, de algún modo, ser testigo de la crisis ecológica que existe.

— ¿Intentas mostrar el desastre que causa la modernidad?

Es un poco conversar con el lector sobre ese problema. Es decir, hablar sobre un espacio que está poblado no solamente por seres humanos sino también por animales y plantas que tienen derecho a la vida en este planeta. Yo soy hija de los humedales, soy hija de un ecosistema, aunque, claro, también con influencia europea. Pero igual, yo me reclamo mucho a mí misma como una persona que quiere hablar sobre esta amenaza a través de la poesía y que el lector también se ponga a pensar sobre lo que está pasando con nuestro medio ambiente.

— En el poema “Zona de sacrificio” destaca la imagen de la motosierra como la máquina devastadora del bosque. A manera de rugido de motores se repiten palabras como “motosierra”, “motobombas”, “motoprogreso”, “motodesarrollo”…

Sí, es la maquinaria destructiva, la maquinaria del extractivismo. Es una maquinaria que tiene que ver con un pensamiento colonialista que aún tenemos sobre los recursos naturales. Pero no solo es en la Amazonía, sino que lo mismo está pasando con las minas de Cerro de Pasco, de Cajamarca, etc. Entonces, como tú dices, ese motoprogreso, motodesarrollo, toda esa máquina destructiva está impactando mucho en la población, en la fauna, en la flora y en los ríos. Siembran el caos y allí surgen las “zonas de sacrificio”. Cómo puedo, con mi poesía, que es también emoción, comunicar sobre eso al lector. Eso es también lo que me planteo en este libro.

 Los especialistas constataron la tala ilegal de 53 árboles de algarrobo. Foto: Serfor

Los especialistas constataron la tala ilegal de 53 árboles de algarrobo. Foto: Serfor

— ¿Se destruye también la cultura de esa región?

Exacto. También estamos destruyendo los conocimientos acumulados durante miles de años para conservar ese hábitat. Conocimientos de los abuelos, de las abuelas en el manejo del bosque. Por ejemplo, el conocimiento de las plantas para cuidar la salud, la alimentación. Conocimientos de uso cotidiano. La gente de allí no arrasa un bosque de tres hectáreas para hacer una casa. Ellos saben hacerlo sin destruirlo. No ocurre así con el extractivismo, que causa destrucción, derrame de petróleo en regiones donde no tiene ni voz para hablar sobre ese abuso. Yo intento denunciar todo eso.

— En el poema “Cuerpos de madera”, que habla del traslado de troncos por los ríos, uno tiene la sensación de verlos como cadáveres flotantes.

Esa es la imagen. Una vez me puse a mirar el traslado de los troncos por el río. Primero, la impresión por la cantidad de troncos y, segundo, ver sobre ellos a los balseros que los van conduciendo. Era una visión surrealista. Como tú dices, cadáveres flotantes. Me preguntaba a dónde los llevan, a dónde los ponen. Muchos los exportan y la población se sigue quedando más pobre mientras se llevan sus recursos. ¿Cuánto queda del motodesarrollo? Muy poco, porque esos recursos no los aprovechan las comunidades sino los propietarios de las maquinarias. O sea, ellos tienen el poder.

— En el poema “Agua intermitente”, a propósito de ojos de agua, se lee: “Cerca del vasto Nanay y próximo a alguna ruta/ a veces brotas en un espacio amenazado/ por puentes de concreto”. ¿La ecológica?

Definitivamente. Mi poesía manifiesta en realidad ese malestar que tengo como ciudadana, como ciudadana iquiteña, amazónica y también como ciudadana del mundo. Mi poesía hace denuncia, pero sin descuidar el lenguaje poético. Para mí, el cemento, volviendo a tu observación, es lo peor que le podemos hacer a la Amazonía. En Colombia, un gran puente de cemento nunca se terminó de construir, no lleva a ninguna parte, se quedó allí, en medio de la selva, como una muestra inútil y dañina contra la naturaleza. Las construcciones de cemento son destructoras absolutas de la naturaleza.

— En tus poemarios hay personajes. ¿Quién es Emilia Tangoa?

A eso le estoy tratando de dar una respuesta en un texto que estoy escribiendo. Para empezar, te diré que “Emilia Tangoa” era el seudónimo con que presenté mi libro que ganó el premio Copé. En el caso de “Emilia”, era un nombre que en mi adolescencia yo quería tener, aunque mi padre me puso el nombre de mi abuela huitoto. Sobre “Tangoa” ocurre que en mi infancia había una señora en mi casa, amiga de mi mamá, que apellidaba Tangoa y me cuidaba. Ella me contaba historias, me enseñó a remar, me hablaba del bosque, de mitos y leyendas, de muchas cosas. Mi libro es un homenaje a ella. “Emilia Tangoa” es una invención literaria, pero también es la realidad, es un río de voces amazónicas. Evoca la milenariedad de los conocimientos.

 Perú es una de los países donde la tala ilegal ha ido en aumento. Foto: Minam

Perú es una de los países donde la tala ilegal ha ido en aumento. Foto: Minam

— Pero también se lo dedicas a un renaco, que es un árbol…

Así es. En mi viaje de estudio por la selva, la pintora Gladys Zevallos, con quien trabajaba, mandó construir una casita para mí al pie de un renaco. Ese árbol fue mi inspiración. Yo sentía que su energía me impulsó a escribir este libro. El renaco tiene un espíritu femenino, es madre de los árboles, de las cochas, de las plantas. Es una elaboración mítica, ecológica, ecofeminista y decolonial, pues se trata también de decolonizar el conocimiento que tenemos.

— Un verso dice: “Un bosque sin árboles es un nocturno de sol”, ¿apocalipsis que viene del “progreso”?

Cuando miramos cómo la motosierra derriba un árbol, uno se pone a pensar qué quedará después, qué vendrá después, ¿la oscuridad? La destrucción es la sombra que viene.