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Cultural

Lima, ciudad emancipada

Tras la proclamación de la independencia, la capital del Perú sufrió algunos cambios urbanísticos y arquitectónicos con el fin de consolidar los nuevos valores cívicos y sociales de la república naciente.

LIMA SIGLO XIX. Los fuertes sismos y los terremotos políticos modificaron la plaza Mayor. Solo se salvó la basílica catedral. Foto: Suplemento LR Bicentenario
LIMA SIGLO XIX. Los fuertes sismos y los terremotos políticos modificaron la plaza Mayor. Solo se salvó la basílica catedral. Foto: Suplemento LR Bicentenario

Autor: Luis Martín Bogdanovich

El lugar que hoy conocemos como centro histórico de Lima fue el escenario de los hechos que devinieron en la jura y declaración de la independencia por el Cabildo de Lima el 15 de julio de 1821 y, posteriormente, en su proclamación el 28 de julio del mismo año. Don José de San Martín estuvo acompañado del VII conde de la Vega del Ren. La proclama se dio en las principales plazas de la ciudad: la Mayor, la de la Inquisición, la de Santa Ana y la de La Merced. De todas ellas quizá la que sufrió menos cambios fue la última y la que más, la segunda, al punto de ser irreconocible.

Si bien la capitulación realista no se firmó hasta el 9 de diciembre de 1824, tras el triunfo en Ayacucho, la proclamación supuso grandes cambios estructurales y simbólicos. Se instituyó un nuevo modelo de gobierno y fueron creadas las principales instituciones de la república, muchas de ellas cumplen ahora 200 años.

El desarrollo urbanístico, la arquitectura y el arte fueron, como hasta entonces el mecanismo de propaganda política para consolidar en el ideario popular de la república naciente los nuevos valores cívicos y sociales.

Recordemos el decreto del 27 de diciembre de 1821, firmado en el palacio real, rebautizado como “palacio protectoral”, en que se dice: “Las instituciones de los pueblos no son sino la expresión de sus ideas sobre el bien común y los signos exteriores que se adoptan por los gobiernos son el único lenguaje propio para explicar a la multitud los principios que los animan”. En el mismo decreto se manda que se retiren de todos los lugares públicos las armas de España y todo signo de dependencia americana. No menos interesante resulta que en el artículo cuarto se autorice que los condecorados con la Orden del Sol puedan portar en el frontispicio de sus casas un sol, como signo del patriciado republicano.

Por estos años, muchos de los antiguos solares, habitados por españoles y criollos realistas, eran abandonados tras la ruina económica que supuso la guerra, la ruptura del sistema comercial y la pérdida de privilegios.

Entre las instituciones que, a pesar de sobrevivir a los cambios, se vieron duramente afectadas destacamos a la Iglesia Católica, que perdió parte de sus propiedades por decreto confiscatorio de 1826 en el cual quedaban supresos de todas la ciudades del Perú, los conventos masculinos con menos de 8 frailes, así como las colegios y recolecciones de las ordenes. El convento de los Descalzos en el Rímac fue la única excepción.

No fueron pocas las veces en que se echó mano a los bienes de la Iglesia para satisfacer las necesidades de nuevos espacios públicos y la construcción de edificios. Para muestra señalaremos la parte trasera del convento de San Agustín para abrir la plazuela 7 de Septiembre, la mitad del monasterio de la Concepción para hacer el mercado central, y la desaparición total del hospital de San Juan de Dios para dar paso a la estación de ferrocarriles.

Durante las primeras décadas de la república, la ciudad de Lima vivió una época de secularización rampante en busca de convertirse en una ciudad moderna. Con el ánimo de alejarse del influjo español de su arquitectura, y gracias a la bonanza del guano y el salitre, se inició un periodo que tuvo como referencia a los modelos académicos europeos.

A pesar de esto, la consistencia urbana no varió mucho, sino hasta la demolición de la muralla para abrir paso a la expansión de la ciudad, detenida por el desastre de la guerra y la ocupación de Lima por el invasor en 1881.

La plazuela del Teatro

Es importante detenerse en el 26 de marzo de 1822, a menos de un año de la proclamación de la independencia, para dar muestra de lo que significó la destrucción de monumentos virreinales. En dicha fecha salió un decretó en el cual se dictaminó la expropiación de parte del convento de San Agustín para abrir una plazuela y dar realce al Teatro de la Comedia, para de este modo facilitar el estacionamiento de carrozas y coches sin obstaculizar el tránsito. Se podría decir que fue la primera obra de expansión urbanística del período republicano en Lima.

Este fue un espacio inspirado en las plazas alargadas del siglo XVIII el cual incluía portales clásicos. Al año siguiente, el presidente Torre Tagle dispuso que se llamara Plaza 7 de Septiembre, en homenaje a la fecha del desembarco de José de San Martín en Paracas, e incluso en esta plaza se colocó la primera piedra de un monumento al libertador que nunca se concluyó.

La plaza de la Constitución

Otro destacado espacio a tomar en cuenta en este proceso es la plaza de la Constitución. A lo largo de su historia, la que actualmente conocemos como plaza Bolívar, tomó diversos nombres que eran atribuidos a las actividades que se desarrollaban en su entorno o a las edificaciones levantadas a su alrededor.

Desde la fundación de la ciudad se convirtió en una de las principales plazas de Lima. En ese entonces era llamada plaza del Estanque, debido a un reservorio de agua que abastecía a los pobladores. Luego pasó a llamarse plaza de la Inquisición, por la presencia del Tribunal del Santo Oficio. Otros nombres que adoptó fue el de plaza de las Tres Virtudes Teologales, plaza de la Universidad y, ya llegada la independencia, tomó el nombre de plaza de la Constitución, pues frente a ella se instauró el primer Congreso, en el local que ocupaba la Universidad de San Marcos.

La importancia de esta plaza también radica en haber sido uno de los cuatro espacios públicos en el cual San Martín proclamó la independencia aquel 28 de julio de 1821.