Carlos “Carlín” Tovar: “La caricatura también es una ficción”
El humorista gráfico de esta casa editora exhibe en El Virrey la muestra “Parnaso”, una serie de caricatura-retratos sobre escritores que él admira.
El arte serio de hacer bromas. Mejor dicho, el arte de hacer críticas con caricaturas. Ese es el oficio de matarife de Carlos “Carlín” Tovar, sobre todo con los políticos. Pero no siempre es así, actualmente exhibe la muestra “Parnaso”, una galería de retratos de 16 escritores que les llega al corazón. La muestra está en la librería El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores, y va hasta el 31 de diciembre).
En estos dibujos no hay diatriba, “hay admiración”, dice.
Estudiaba arquitectura en la Universidad de Ingeniería, ¿en qué momento apareció la caricatura como una posibilidad artística?
Antes de la arquitectura. La caricatura apareció en el colegio. Les hacía caricaturas a mis compañeros y profesores, inclusive las publicaba en el periódico mural. Ahí comencé con la caricatura. Desde niño me aficioné a la caricatura política, veía siempre las que aparecían en los diarios y también las que estaban en la revista Rochabús. Seguramente que mis padres, que eran personas interesadas en la política, dejaron en mí alguna semillita de inquietud política. Mi prima, un poquito mayor que yo, se matriculó en un curso de dibujo humorístico por correspondencia. Yo también hice lo mismo.
Uno siempre aprende de sus maestros, ¿quiénes eran los suyos?
Cuando era niño, veía las caricaturas políticas de los maestros Guillermo Osorio en El Comercio y Julio Fairlie en La Prensa. Y también veía, ocasionalmente, las caricaturas políticas, que eran muy graciosas, de Carlos Rosse Silva “Croce”. Él era aprista y hacía caricaturas de Belaunde, entre otros. Me gustaba mucho porque tenía ingenio, mucha chispa. Chalo Guillén también, que estaba en la revista Oiga y era arequipeño. A Vinatea Reyboso y otros maestros ya los conocí cuando estaba en Monos y monadas.
¿Qué es hacer caricatura, retratar?
Esta muestra se llama caricatura retrato. Se diferencia del retrato en que la caricatura exagera los rasgos. Todos tenemos rasgos distintivos que en cierta manera nos alejan de un rostro promedio, que es una especie de patrón. Entonces, cuando vemos a un individuo lo podemos reconocer porque cada individuo tiene determinados rasgos que se alejan, que se distinguen, de ese rostro promedio. Esos son los rasgos que la caricatura exagera, les dan un énfasis. Resalta lo distintivo del rostro promedio común, si no todos seríamos idénticos, no nos podríamos reconocer. En eso consiste la caricatura.
Me hablaba que hay rasgos más sutiles...
Sí, ahora leo un libro sobre expresiones sutiles, que también se pueden dibujar. Al cínico, por ejemplo, lo dibujan allí como cerrando los párpados. Yo veía que entrevistaban al breve ministro del Interior, Cluber Aliaga. Le veía los párpados caídos, me daba mala espina. Dicho y hecho, al día siguiente renunció.
¿Es una forma de diatriba, sobre todo contra los políticos?
Tenemos que separar, lo que es la crítica que se refleja en la situación que están viviendo los personajes en la caricatura política, que, como tú sabes, ya no refleja a un personaje allí parado, sino una acción y que allí se critica, pero también está la expresión del personaje, que ya es una marca en ellos. Lo que yo hago es recoger esa expresión pues, como dice William Hogarth, ya son culpables de los rostros que tienen. Por ejemplo, ese rictus que tenía Fujimori, esa mezcla de sonrisa contenida, como que se está burlando cuando habla, pero trata de contener para que no se note, pero al mismo tiempo nos estamos dando cuenta de su burla.
El rostro siempre delata...
Pero hay excepciones muy raras de personajes políticos que habiendo cometido atrocidades parecen tener una cierta inmunidad en el rostro. Tienen un rostro que parece no reflejar nada.
¿Quiénes, por ejemplo?
Uno de ellos es Alex Kouri. Yo siempre lo he observado, he hechos varias caricaturas de él, tiene un rostro angelical, parece un tipo que acaba de salir de un confesionario. También el dirigente de fútbol Manuel Burga. Su rostro revela inocencia total.
¿Alan García?
No, a él se le notaba la soberbia, el ego colosal.
Le amenazaron cuando dibujó a García en alusión al fiscal Domingo Pérez. ¿Son los peligros por caricaturizar?
Exageraría si dijera que ejercer el oficio ha sido peligroso para mí. Yo me considero afortunado, mi vida ha sido tranquila. Alguna vez fuimos demandados, pero esa amenaza por la caricatura de García no fue tanto el riesgo porque estábamos en cuarentena, así que los que tenían voluntad de agredirme eventualmente tendrían mucha dificultad de ubicarme.
Pero igual, atreverse con la caricatura implica riesgos...
Bueno, supongo que son gajes del oficio, pues todos los periodistas nos exponemos de alguna manera. Lo de Charlie Hebdo fue espantoso, me provocó pena y horror ante la posibilidad de que estas cosas crezcan en el mundo, que haya gente tan fanática que sea capaz de asesinar a alguien por una caricatura.
La caricatura no siempre es inocente.
Hay que decirlo. La crítica, así como las noticias incómodas, es una obligación del periodismo contra el poder. En eso, otros periodistas se exponen mucho más. Porque también, como yo digo, la caricatura política es una ficción. No es una fotografía, no un video que denuncia algo, aquí no hay nada real. Es un personaje de ficción el que está en la caricatura, el lector libremente lo asociará con el personaje político de la realidad. Picasso decía, el arte es una mentira que nos aproxima a la verdad. Además, el ánimo de la caricatura es lo que en términos jurídicos se conoce como el animus iocandi, el ánimo de bromear, hacer humor y no ánimus injuriandi, el ánimo de injuriar. La actitud de la broma debe estar permitida.
O sea, tiene voluntad de bromear...
Exacto, de bromear. Hay periodistas que injurian y cuando se les reclama, se quieren comparar con los caricaturistas. No es así. Estamos en esferas distintas. Por ejemplo, Aldo Mariátegui hace injurias directas y eso no es humorismo. Aunque a veces hace afirmaciones absurdas, que yo llamo humorismo involuntario, que provocan risas cuando él cree ir en serio. Pero la injuria puede ser un arte. Borges tiene un texto, “El arte de injuriar”.
Alberto Hidalgo era otro injuriante...
Ah, Hidalgo, un maestro del género, espectacular.
Entre sus caricaturas, ¿cuál de ellas le desafió más?
Mira, caricaturizar a las mujeres es más difícil, porque sus rasgos son más finos que los de los hombres. A mí me ha costado mucho trabajo la de Blanca Varela. Me costó mucho tiempo. Tenía un bosquejo y no encontraba cómo definirlo. Creo que este ha sido el tercer intento en el que creo haber logrado su caricatura. Pero me costó.
¿Y entre las de los hombres?
No sé si lo de Toño, no sé si por ser tan amigo de él me costaba trabajo dibujarlo, pero creo que esta, que hice inmediatamente después que falleció, me satisface como resultado.
“A los 40 ya somos culpables del rostro que tenemos”
¿O sea, la caricatura enfoca lo distintivo de una persona?
La caricatura, en vez de ser un valor negativo, porque algunas personas pueden decir que la caricatura denigra por exagerar los rasgos, creo que, al contrario, realza lo que distingue a la persona. Además, tiene que ver mucho con la personalidad del individuo, porque, como dijo William Hogarth, uno de los padres de la caricatura, nadie es culpable de la cara con la que nace, pero después de los 40 años todos somos responsables de nuestros rostros. Es que nuestro temperamento va dejando grabadas huellas en nuestros rostros que dicen de alguna manera de nuestra actitud ante la vida. Yo me precio mucho, no podría decir la razón, pero con la primera mirada al rostro de una persona puedo decir si puedo confiar o no en esa persona. Mi madre era así, solía decir de golpe: “no me gusta esa cara”.