Carlos Meneses, adiós al biógrafo y al escritor
Homenaje. El autor peruano falleció en Palma de Mallorca a los 91 años de edad. Se le recuerda también porque en sus investigaciones halló la tumba de Carlos Oquendo de Amat.
Por: Jorge Díaz Herrera
Carlos “Coco” Meneses Cárdenas marchó a darle el alcance al poeta Carlos Oquendo de Amat. El pasado 6 de julio el escritor peruano falleció en Palma de Mallorca (España), lugar donde residía desde 1963. Tenía 91 años de edad. Lo recordamos, en este marasmo de la pandemia del COVID-19, no solo en su figura como escritor fino, sino también como un investigador que se propuso seguir las rastros del autor 5 metros poemas –Oquendo de Amat– y hallar su tumba, que estaba perdida en la sierra de Navacerrada, España.
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Su labor como creador, conferenciante y periodista lo vinculó profundamente a la vida social y cultural de Europa. Estudió literatura en la universidad de San Marcos y periodismo en Madrid. En su prolífica producción literaria figuran teatro, poesía, novela, cuento, crónica. Obtuvo distinciones como el Premio Nacional de Teatro del Perú, con la obra La noticia (1958), Premio Blasco Ibáñez, Ciudad de Valencia “Edén Moderno” (2004), entre otros.
Oquendo de Amat
No obstante su lejanía y frecuentes viajes por diversos países, era invitado a dictar conferencias sobre Oquendo de Amat, Vallejo, Borges, Miguel Ángel Asturias y Jorge Guillén.
En 1973 publicó su primer libro en España, la biografía y crítica de la obra del poeta puneño: Tránsito de Oquendo de Amat 1905-1936. Fue uno de los más estudiosos del vate, en cuyo retrato, Meneses dice:
“Habías escrito: nadie podrá tener más de treinta años. Parecía una orden. Eso fue cuando tenías diez menos que la edad que señalabas. Habías soñado con conocer París, ciudad en la que tu padre estudió medicina. En la que descansaban los huesos de uno de tus tíos. En la que vivió toda tu generación anterior. París, la ciudad de los poetas simbolistas que tanto habías leído. La de los surrealistas y creacionistas que te subyugaban y a los que querías conocer personalmente. Pero estabas en Madrid. En un hospital situado junto a la Facultad de Medicina. Rabioso porque la fiebre no descendía, porque el lugar era asfixiante y apenas podías respirar. Estabas convencido de que si en vez de esa sala oscura, tétrica, del hospital San Carlos, estuvieras en un lugar en el que pudieras ver un cielo límpido y respirar un aire puro, tus pulmones como dos obedientes corderitos dejarían de causarte problemas. Pero habías escrito en Lima, en 1925, muy sonriente, muy alegremente, aunque con el estómago vacío, como siempre, ‘nadie podrá tener más de treinta años’. Y tú, rebelde innato, indesmayable despreciador de las jerarquías, estabas a punto de superar esa edad”.
Lo recuerdo generoso y de prisa acompañándonos por las calles de Palma, atareado en su oficio de periodista y de buen y culto conversador, criticando las bastardías de la modernidad y proyectándose a mundos mejores. Una enfermedad irreversible lo tenía al borde de la ceguera. “La vida no me alcanzará para quedarme ciego por competo”, decía.
El consejo de Coco
En sus recuerdos permanecía nítida la Lima de los 60, los amigos, su diatriba contra los políticos burgueses e inmorales. Añoraba un mundo de paz, de justicia, sin esos abismos vergonzosos que la riqueza de los pocos ahoga a los pobres. “La pobreza no es una enfermedad, no viene de la naturaleza, sino de la angurria de los que quieren todo”, sentenciaba.
En la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Vallejo, celebrada en Madrid por el Instituto Iberoamericano de Cooperación, fue de los que más me animaron a convertir mi exposición sobre el humor en la poesía de Vallejo en un libro, que tras largos años titulé El placer de leer a Vallejo en zapatillas.
Los oquendianos te debemos mucho. Coco Meneses, descansa en paz.