"Es como haber encontrado a Godzilla": Mario Urbina, el paleontólogo que halló en Perú al animal más pesado del mundo
Cuando Mario Urbina encontró los primeros huesos de este cetáceo, los científicos creían que eran demasiado grandes o que seguramente se trataban de rocas. Tuvieron que pasar 10 años para que el mundo reconozca su descubrimiento.
En más de 40 años como buscador de fósiles, el rostro de Mario Urbina no había recibido tantos flashes fotográficos como el último miércoles 2 de agosto, fecha en la que uno de sus hallazgos, una ballena prehistórica de 39 millones de años, fue anunciado como el animal más pesado que ha habitado la Tierra: el Perucetus colossus.
Mientras los descomunales huesos del animal, estimado en 200 toneladas y 20 metros de largo, se exhibían en el Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (MHN-UNMSM), Urbina era bombardeado con las preguntas de periodista locales e internacionales. La República tuvo la oportunidad de conversar la noche anterior con el veterano paleontólogo. Así, pudimos conocer la fascinante historia de su descubrimiento y la odisea que soportó para que este sea reconocido después de 10 años.
"Una piedra rosada"
Todo comenzó en un viaje de exploración por el desierto de Ica, a pocos kilómetros del oasis de Samaca.
"Íbamos en auto, pasamos por una quebrada que había visitado antes muchas veces, donde no había encontrado ningún fósil. Sin embargo, esta vez vi un promontorio de roca que jamás había notado. Le pedí al chofer que me lleve y no quiso. Comenzamos a discutir hasta que me harté y salté por la ventana.
Llegué al sitio y noté una piedra rosada en el centro, un color típico de los fósiles de esa época (el Eoceno). Tenía las características de una vértebra de cetáceo, pero era demasiado grande. Aun así, yo estaba seguro de que era un fósil", relata.
Durante el Eoceno, el mar inundaba todo el valle de Ica, donde nadaban basilosáuridos, los primeros cetáceos que cambiaron el hábitat terrestre por el marino hace 50 millones de años. Urbina confiaba en que estaba ante una nueva especie de esta familia de mamíferos.
Impresión artística del P. colossus en su hábitat. Foto: Alberto Benites-Palomino
El Godzilla de los cetáceos
Además de sus increíbles dimensiones, estas piezas tenían otra rareza: eran totalmente compactas. Su interior era tan sólido como su exterior, a diferencia de los huesos de la mayoría de vertebrados que tienen una estructura interna porosa o esponjosa.
Los huesos que encontró alcanzan un peso de 150 kilogramos.
Cuando le comunicó estas características a sus colegas, estos daban por sentado que se trataba de rocas. "Todas las cartas que yo escribía las contestaban mofándose de mi interpretación. Decían que me había equivocado. Nadie creía que este animal podía existir porque es el equivalente a encontrar a Godzilla", exclama.
Urbina lo compara con el monstruo ficticio japonés porque no había cetáceos como este en el registro fósil. El estudio de estos restos ultrapesados era un terreno prácticamente inexplorado por la ciencia.
"Si uno va y le dice a la comunidad científica ‘He encontrado a Godzilla’, bueno, te dicen que no existe, que es producto de la imaginación. Algo así fue la reacción inicial de la mayoría de científicos, ya que no hay antecedentes de algo tan grande para esa época", explica.
Excavación del fósil del Perucetus colossus, la nueva especie descubierta. Foto: Giovanni Bianucci
Excavación titánica
Durante cuatro años, Urbina y su pequeño grupo de colaboradores excavaron las primeras piezas por su cuenta y las llevaron al museo de la universidad de San Marcos, donde pudo demostrar que realmente eran las vértebras de un animal nunca antes registrado. Fue así como consiguió el financiamiento para continuar la difícil extracción de los fósiles, enclavados verticalmente en un cerro rocoso que se vuelve más impenetrable a medida que avanza la excavación. "Para llegar a cada hueso, se tiene que sacar siete metros de roca dura", indica.
Pasaron otros cuatro años en los que Urbina y su equipo excavaron el cerro "a punta de cincel y martillo". Posteriormente, recién hace dos años, se les proporcionó maquinarias de apoyo.
En total, se ha logrado extraer 13 vértebras, 5 costillas y una parte de la pelvis, lo que bastó para que un equipo internacional de científicos confirme el descubrimiento del Perucetus colossus, el cual le debe su nombre a Urbina, quien convenció a los coautores de que la especie lleve la estampa del país.
Huesos del P. colossus excavados hasta ahora. Imagen: Giovanni Biancucci
No obstante, la travesía continúa. El paleontólogo peruano quiere terminar de excavar todo el esqueleto del P. colossus, sobre todo el cráneo, ya que este permitirá saber cómo se alimentaba. Existe, incluso, la posibilidad de que haya sido herbívoro, puesto que la densidad de sus huesos solo le habría permitido estar en el fondo marino, en aguas poco profundas, en las que abundaba la vegetación.
Excavar cuesta arriba tiene sus peligros. En este momento, las obras se han paralizado por el riesgo de que la roca que ha quedado suspendida termine por ceder y aplaste a los trabajadores. "Hemos parado por ahora. Vamos a buscar una manera de dinamitar el cerro para acercarnos a los huesos y seguir avanzando", cuenta.
Mario Urbina (centro) y los demás autores de la investigación sobre Perucetus Colossus, con un fósil recién excavado. Foto: Giovanni Biancucci
Urbina espera que todo se reanude pronto. Sus ansias por terminar de extraer todo cuerpo del P. colossus no solo se relacionan con este animal.
"Tengo una lista enorme de fósiles de otras especies para recoger, pero este (P. colossus) me ha dejado sin dinero. Mover cada pieza requiere contratar obreros y otros gastos", lamenta. "Este cetáceo será el nuevo embajador del Perú, pero para mí se volvió una maldición".
Ahora que toda la comunidad científica reconoce al P. colossus, Urbina espera que sea más sencillo conseguir nuevos fondos para cubrir estos gastos y dar a conocer sus nuevos descubrimientos.
El paleontólogo nos adelanta que en el mismo desierto hay un fósil de un animal dos veces más grande que el P. colossus. Por supuesto, espera que esta vez sus colegas sí le crean.