Ciencia

La vacuna contra el nuevo coronavirus, tan cerca y tan lejos

GUERRA CONTRA EL TIEMPO. Dos compañías biotecnológicas, la estadounidense Moderna, y la china CanSino Biologics, ingresaron en la primera fase de pruebas de vacunas con seres humanos. Los norteamericanos afirman que en un año se conocerán los primeros resultados.

Foto: difusión.
Foto: difusión.

Por: Alexandra Ampuero

La ciencia hoy está más dinámica que nunca. El desarrollo de una vacuna contra el COVID-19 se ha vuelto el interés número uno en el mundo. Si bien el plazo promedio para desarrollar una es de 5 a 10 años, diversos científicos afirman que es posible tentar un tiempo mucho más corto. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la vacuna estaría lista entre abril y junio de 2021.

El que los científicos chinos hayan compartido la secuencia del genoma del virus, a tan solo semanas de conocer los primeros casos, permite que otros esfuerzos por desarrollar esta vacuna no empiecen desde cero. El proceso se ha vuelto más raudo porque se ha reducido el tiempo de investigación. Así, son dos las compañías candidatas y once las precandidatas para encontrar el elixir de esta pandemia.

Por un lado, está la estadounidense Moderna. Una compañía de biotecnología en Cambridge, Massachusetts. Aquí se desarrolla la vacuna mRNA-1273, que se basa en investigaciones sobre otros tipos de coronavirus, como el vinculado con el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y el Síndrome Respiratorio del Medio Oriente (MERS).

La avanzada científica

Hasta el 19 de marzo, esta compañía reclutó a 45 personas no contagiadas por el COVID-19, de entre 18 y 55 años de edad. Ya que el ensayo clínico se encuentra en fase 1, los voluntarios recibirán una inyección intramuscular al inicio y al final del mes en que se empiece la prueba.

Este ensayo será supervisado durante 12 meses con el propósito de evaluar la seguridad de la vacuna y las reacciones adversas que pueda presentar el paciente.

La líder de esta investigación, la doctora Hanneke Scheuitmaker, declaró al periódico británico The Guardian que, a pesar de que ya se encuentran en fase 1, “para que funcione, debemos llevar ensayos a gran escala y así tener una vacuna segura y efectiva. Y eso lleva tiempo”.

Por otro lado, está el hospital Tongji, en China. Este hospital en Wuhan, donde se vieron los primeros brotes de coronavirus, aún se encuentra reclutando los primeros voluntarios para testear su vacuna, la ADN-nCov.

La empresa CanSino Biologics la ha desarrollado con la técnica de recombinación, que consiste en incorporar el virus en un cuerpo sano para desarrollar inmunidad.

Este ensayo, que también se encuentra en fase 1, contará con la participación de 108 individuos entre los 18 y 60 años. Este grupo, mucho más amplio que el aplicado por los estadounidenses, recibirá dosis bajas, medias y altas del Adn5-nCoV.

Entre las precandidatas, resaltan las compañías Generex Biotechnology y Medicago (vacuna de origen vegetal). Ambas estarían empezando la prueba en humanos a mitades de este año.

La alianza de las farmacéuticas Pfizer y BioNTech está desarrollando la vacuna BNR162 contra el coronavirus y proyectan el testeo para abril de 2020. Es el mismo tiempo que proyecta la compañía Novavax, que manifestó haber empezado recién con la prueba en animales en marzo.

También participan en esta corrida las compañías Inovio Pharmaceuticals, CureVac, Vaxart, Imperial College of London, Takis Biotech, Johnson&Johnson y Altimmune. Este grupo empezarán con los ensayos clínicos a mediados y finales de 2020 (ver recuadro).

El boicot de Trump

Mientras los científicos se encuentran empeñados en encontrar la vacuna para desaparecer al COVID-19, el presidente Donald Trump exhortó a los estadounidenses a emplear el medicamento “cloroquina”, que se utiliza actualmente en pacientes con artritis, lupus o malaria.

A pesar de que no hay evidencia médica de que este medicamento funcione para combatir el coronavirus, la ansiedad de Trump y de sus asesores los ha llevado a sostener ante la Administración de Medicinas y Alimentos la pertinencia del fármaco.

“Ha existido durante mucho tiempo, así que sabemos que si las cosas no salen según lo planeado, (la cloroquina) no va a matar a nadie”, declaró Trump ante la prensa. Si bien médicos en China y otros países han empleado este método en pacientes con COVID-19, no han anunciado que se tenga una evidencia clínica sobre su efectividad.

La evidencia preliminar de células humanas que sugiere el fármaco no es suficiente. Por el contrario, puede desatar efectos adversos como convulsiones, náuseas, vómitos, sordera, cambios en la visión y baja presión arterial. Inclusive, CNN Noticias informó de tres nigerianos hospitalizados tras haberse intoxicado con este medicamento.

Pero además de la desinformación a la que han sido expuestos los estadounidenses, en una carrera aparte compiten los pacientes de lupus. Vía redes sociales, estos han manifestado que, gracias a este impulso de Trump, se encuentran desabastecidos de medicamentos esenciales en su tratamiento. Los usuarios se mostraron preocupados: si a raíz de este despropósito se les exige tomar otros medicamentos más fuertes, su sistema inmunológico terminará siendo más vulnerable al coronavirus.

El ejemplo de Trump ya ha sido tomado por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro y ha solicitado aumentar la producción de cloroquina en su país. Los mandatarios no han entendido que, a estas alturas, querer sacarle ventaja a la ciencia es un desatino.

Tanto Trump como Bolsonaro en un principio subestimaron el impacto y la amplitud contagiosas del COVID-19, pero han tenido que retroceder porque aparentemente se han dado cuenta que las cuestiones políticas, ideológicas y militares sirven de muy poco para derrotar a una enfermedad muy contagiosa. De hecho, cuando estalló la pandemia de influenza en 1918 en un cuartel militar en Kansas, en la fase final de la Primera Guerra Mundial, las autoridades prefirieron ocultarla “para no bajar la moral de nuestras tropas”. Como resultado, la influenza se propagó por todo el mundo y causó hasta 100 millones de muertos. Los gobernantes siempre deben decir la verdad sobre una enfermedad.