Por Ángel Páez Ángel Páez Dolores Delirio ha superado todas las pruebas de sobrevivencia, entre otras la de enfrentar a sus propias fuerzas autodestructivas. Quizás no hay otra banda peruana que enfrentara tantos cambios de alineación promovidos por discrepancias entre sus componentes, pero también debido a la intromisión de la muerte: el 24 de junio de 1998, a solo cuatro años del nacimiento del colectivo limeño, y cuando disfrutaban de una bien ganada fama que era una combinación de actitud, agitado e intenso sonido oscuro y descarnadas letras, falleció en un accidente de tránsito el fundador y guitarrista Jeffrey Parra. Lo cierto es que Dolores Delirio en 14 años de vigencia ha perdido la vida varias veces: cuando entraba y salía de la organización Ricardo Brenneisen –nada indica que ya se fue para siempre–, o cuando Luis Sanguinetti dupleteaba con Leuzemia –hoy se ha reincorporado pero no se sabe cuánto durará–, o cuando se hundía en crisis existenciales y sus miembros resolvían dar por terminada la aventura: entre junio y de diciembre de 2003 hicieron una gira de despedida a la que llamaron "El último viaje", que duró poco porque en 2006 regresaron y a lo grande. Con las letras y la voz de Luis Sanguinetti; la batería de Josué Vásquez; el bajo, teclado y programación de José Inoñán; y las guitarras de Juan Carlos Anchante; Dolores Delirio grabó Plástico Divino, un álbum al que no le será difícil escribir una página destacada en la historia del rock peruano de la primera década del nuevo milenio. Suena fuerte pero en perspectiva implica una mayor responsabilidad para un grupo que, luego de soportar un largo periodo de luto, necesita exponerse ante auditorios de extramares para foguearse. Hace rato que le quedó chico el charquito peruano. Plástico Divino es un aperitivo de lo que suponemos será algo grande y glorioso.