María José Gonzales Zevallos, Arquitecta - PUCP
Las calles y plazas se han convertido en el escenario principal de la protesta ciudadana y han adquirido un rol sumamente importante en la construcción del orden social y político en el país. El relato de los últimos acontecimientos sitúa el espacio público como categoría y realidad básica de la vida ciudadana, a pesar de ser un concepto que aún no ha sido debidamente comprendido ni desarrollado desde las políticas institucionales.
Lo cierto es que el espacio público es el territorio en el que se desarrollan algunas de las manifestaciones más importantes de la vida de las personas y de la comunidad (BORJA & CASTELLS, 199). Por eso se considera “público”, porque él hace posible la realización de bienes comunes e indispensables cuando se piensa en los derechos y libertades.
En esta realidad las personas se identifican consigo mismas y con los valores compartidos, se reproduce la cultura en todas sus dimensiones, se configura la historia y la memoria colectiva (SETTIS, 2017, p.18). Los vestigios, edificaciones y las creaciones o representaciones físicas también juegan un rol en este escenario, más aún cuando se produce la interacción humana a través de ellas, cuando se convierten en elementos presentes y reconocibles en la imagen de las comunidades (BORJA & MUXI, 2003, p.8).
El espacio público hace posible la interrelación social y la creación de lazos implícitos en las personas de todos los orígenes sociales y de todas las culturas e identidades (PÉREZ-GONZÁLEZ, 2006, p.175). En este territorio se reproducen las dinámicas necesarias para la vida económica que también tiene lugar ahí (SASSEN, 2015). Y tal como hemos sido testigos, lo público es también el espacio en el que se producen las disputas, las contradicciones, los debates y las protestas sociales. El espacio público es una pieza indispensable para la viabilidad de las democracias constitucionales (ABRAHAO, 2016).
Las marchas de miles de jóvenes y ciudadanos que salieron a protestar y a defender los valores de la democracia, se hicieron en los nodos y ejes más importantes del país, por su rol de centralidad en cada distrito, su nivel de conectividad y por su capacidad de ofrecer diferentes maneras de manifestarse.
Por un lado, los ejes, como la Av. Arequipa, permitieron una manifestación itinerante, fueron el escenario de una gran masa desplazándose en un espacio público tridimensional, proyectado en las alturas, hacia lo público/privado de los balcones y ventanas de casas y edificios que acompañaban todo el camino. Por otro lado, la configuración misma de la plaza, la permanencia en un solo espacio condicionaba a un tipo de manifestación diferente, más exhortativa quizás o como escenario de manifestaciones puntuales.
La calidad del espacio público de la que tanto se discute y de la que tanto carece Lima para su uso cotidiano, en este momento, dejó de tener tanta relevancia (aunque, aún así, la configuración del espacio siguió siendo un fuerte condicionante), dando paso a la proyección de la carga simbólica que este representa, y cómo no, siendo los espacios de representación política y mayor concentración de equipamientos urbanos políticos (como lo es el Palacio de Justicia, el Palacio de Gobierno o el Congreso), los escenarios principales de todo lo ocurrido (SEVILLA-BUTRAGO, 2014).
Inclusive, si de Lima se habla, es probable que la carga simbólica que contiene el Centro Histórico no sea jamás equiparada por algún otro punto en la ciudad. Incluso dentro del mismo, y como consecuencia del tipo de reclamo, el simbolismo con el que cargan el Paseo de los Héroes frente al Palacio de Justicia, la Plaza San Martín y los alrededores del Congreso de la República, no son los mismos.
Quizás sea este simbolismo en los equipamientos de Estado el promotor principal de cierre de ciertos espacios para protestar; se sabe lo que representan para la gente y a lo que se llega a partir de dicha configuración del espacio (sean nodos o ejes). Se vuelve evidente, incluso para las autoridades, que el reclamo de la gente a veces se desarrolla mejor en ciertos espacios que en otros (VIDAL & POL, 2005).
Las manifestaciones de las últimas semanas le han dado un giro al espacio público, transformando el espacio público cotidiano (incluyendo los más hostiles), el que forma parte de nuestro imaginario, el que usamos como espacio de tránsito e incluso el que no solemos utilizar como peatones.
El concepto del espacio público tradicional se ha visto alterado como consecuencia de las manifestaciones políticas, las cuales se han desarrollado en espacios de la ciudad que, de otra manera, cotidianamente, no se utilizarían. Aun así, la configuración de estos espacios (tanto los cotidianos como los que no lo son), han demostrado ser condicionantes de los tipos de manifestaciones desarrolladas, siendo estas itinerantes, artísticas, estáticas, entre otras.
Cada una demandando su propio tipo de espacio incluso en un mismo escenario, pero de manera efímera, al fin y al cabo. Hoy en día la manifestación parece proyectarse de otra manera: inmortalizando la protesta en muros que exceden su influencia hacia las calles y les dan un nuevo significado a esos espacios, donde el ejercicio de la ciudadanía y la democracia se entremezclan (SETTIS, 2017, p.26).