Por: Elmer Mamani
Lamenta estar en la ciudad y no en el campo. Quizás así hubiera evitado el infierno en que se convirtió Arequipa por la pandemia. Celia Capira Mamani (33) nunca había llorado tanto. No dejó de hacerlo el último domingo cuando corrió detrás de la camioneta del presidente Martín Vizcarra, suplicándole que constate la decadencia en que se convirtió la atención en el hospital Honorio Delgado; tampoco cuando nos contó su historia, que es también la de muchos en esta crisis.
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Su calvario comenzó cuando su esposo, Adolfo Mamani Tacuri (57), contrajo el Covid-19. Los primeros síntomas los manifestó el domingo 12 de julio. Empezó con un resfriado y se complicó hasta la agitación. Luego que Adolfo diera positivo a la enfermedad en el hospital Goyeneche, llegaron al hospital Delgado la madrugada del martes 14 para ocupar un espacio en la zona de las carpas donde esperan días por una cama.
Fueron cinco días de calamidades hasta que Adolfo fue hospitalizado el domingo último. Nunca vio tantos muertos Celia durante ese tiempo de espera. “No puedo dormir en mi casa. Cada vez que cierro los ojos, veo a los muertos”, relata.
Su testimonio es desgarrador y grafica a lo que nos ha conducido el colapso de los hospitales y la falta de atención.
Entre lágrimas relata: “Lo peor que he visto es que no hay oxígeno. Por un botellón nos tenemos que pelear, parecemos como lobos esperando a que alguna persona muera para llevarnos su balón”.
“A mi esposo se le acabó el oxígeno a las 4 de la tarde. Le dije a la señorita (enfermera) y me respondió: ‘Yo qué hago, yo no soy la encargada del oxígeno, cómprese un balón. Por qué no cuida a su familia’. Así nos tratan. He tenido que buscar todos los balones que estaban. Tuve que sacar el manómetro, ir con una llave y probar yo misma si había en alguno con oxígeno. Había una señora que falleció, tuve que llevarme ese balón. No puedo dejar a mi esposo. Voy a estar ahí hasta que dios lo permita”.
Celia buscaba que el presidente viera todo lo que cuenta. Sin embargo, Vizcarra siguió su camino y regresó a Lima. De todas las penurias, no olvidará que solo una enfermera venezolana la trató bien. “A veces somos muy inhumanos”.
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