Por: Jéssica Merino y Luis Villanueva
Isolina Guffante Dumas (67), florista
Isolina Guffante Dumas enviudó hace 8 años. Ella vende flores frente al cementerio Presbítero Maestro desde hace 30 años. Su puesto hoy luce sucio y abandonado. Nos habla a través de la pequeña ventana de la puerta de madera de su casa, donde ha estado desde el día uno del aislamiento social obligatorio. No vende nada desde entonces.
“A veces, como el negocio estaba bajo, hacía 10, 20 soles, no se vendía, con eso sobrevivía. Luego ya no se vendía nada, tuve que cerrar”, cuenta, acomodándose el barbijo y pidiéndoles a sus nietos que no se asomen.
Ella está a cargo de sus nietos Jesús y Tiago, de 7 y 9 años, respectivamente. “Soy padre y madre para ellos. Su mamá está accidentada en Chile y no está trabajando”, lamenta la mujer de 67 años. Por ahora, solo puede dar de comer a los niños con la pensión que recibe de su difunto esposo.
Nicanor Rivas Hurtado (79), mecánico.
Nicanor Rivas Hurtado tiene 79 años y desde los 15 arregla vehículos en la calle Aymaras, en Ate. No debería laborar, pero la necesidad obliga. Cuenta que en su natal Andahuaylas le decían “el Hombre de Acero”.
“Yo he comido bien, por eso sigo vivo, a mi edad camino sin bastón y escucho correctamente. Tengo para un tiempo más hasta que Dios me permita”, comenta, mientras llega un amigo suyo.
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Al ser advertido que pertenece al sector vulnerable, responde: “Yo trabajaré hasta que el cuerpo me lo permita, seguiré planchando mis autos y no le pediré nada a nadie”.
Esta mañana, Nicanor logró un par de soldaduras y así logró el menú del día. Su amigo, otro soldador, se acercó a Nicanor y este le entregó 5 soles de lo que había ganado. “Cuando los otros no tienen, debes apoyarlos, es la única manera para que ninguno muera de hambre”, sentencia.
Olga Elena Vassallo Cruz (56), bodeguera.
Con la mascarilla que ella misma fabricó, Olga Elena Vassallo Cruz (56) sobrevive con lo que obtiene gracias a las ventas de su bodega. Se entristece porque sus ingresos también han sido afectados. “Prefieren irse a donde está más aglomerado, incluso salen entre dos o más, en familia se van a los mercados a exponerse”, lamenta.
Ante la baja venta, de momento, ella usa sus propios productos para la casa. Igualmente, decidió fiar a muchos de sus vecinos, pero duda de que le paguen pronto tras la cuarentena.
Patricia Vela Flórez (47), vendedora de diarios.
Patricia es vendedora y repartidora de diarios desde que era niña. Su puesto de la cuadra 8 de la avenida Paracas en Salamanca, Ate Vitarte, es conocido por todos. “Mi madre me llevaba desde que tenía 6 años. Este trabajo me enseñó que distribuir información es el inicio de muchas conversaciones en las familias peruanas”, reflexiona.
Es la mayor de 8 hermanos. Es madre y abuela. Patricia muestra una fotografía de su madre en el negocio.
Cuando empezamos a hablar sobre esta cuarentena, un vecino suyo aprovecha en pedirle que se cuide. Patricia usa guantes, lentes y mascarillas: “El coronavirus me aterra, hace unos días entré en pánico. Ahora me preocupa las ventas, lo normal era vender 250 diarios y ganar 80 soles, ahora vendo menos de la mitad y la ganancia se reduce, solo alcanza para lo básico”.
Como trabajadora independiente, Patricia no recibió el bono. Su jornada se inicia a las 5 de la mañana. Ella espera que la pandemia termine para visitar a su madre. Le cuesta asumir esa distancia.
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Alfonso Sánchez Pereira (23), obrero.
Alfonso Sánchez Pereira tiene 23 años y sabe lo que es vivir en crisis. Salió de Venezuela por esa razón. Ahora, con la pandemia, debe afrontar la falta de trabajo y el pronto nacimiento de un hijo. Se sube a su moto, ordena los diarios y cuenta su preocupación antes de marcharse.
“Me despidieron del trabajo en una constructora. Estos días de cuarentena debo ganarle al tiempo y al coronavirus por la llegada de mi hijo. Mi pareja tiene 6 meses de embarazo. Ahora reparto periódicos para llevar algo de comer a mi casa”, subraya. Intenta no quebrarse. No puede.