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Política

Salomón Lerner Febres: “Es necesario decirles a los gobernantes que no hay razón para matar a la gente”

El presidente del Instituto de Democracia y Derechos Humanos (IDEHPUCP), Salomón Lerner, en diálogo con La República, mencionó cuáles son los hechos que no deben de repetirse para evitar que se desencadene violencia política en el país.

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Mirada. Lerner remarca que la CVR permitió hacer notar el racismo que hay en el Perú, que viene de muchos años y persiste hasta hoy. Foto: difusión

Un día como hoy, hace 20 años, se entregó el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) sobre la violencia política que asoló al país entre 1980 y el 2000. Salomón Lerner Febres, quien fue su presidente, analiza para La República cuál es la trascendencia de este trabajo, que busca que esos hechos no se repitan.

― ¿Cuánto se cumplió del informe de la CVR?

― Para hacer un balance es necesario, previamente, decir que la Comisión no solo deseaba investigar hechos, sino buscar un sentido a una serie de actos terribles, violatorios a los derechos humanos, que sucedieron entre los años 1980 y 2000. Debía tratar de hacer conocer a toda la comunidad algo que, de algún modo, había sido dejado de lado, y que en el fondo significaba un enorme trauma en la vida nacional, trauma en lo que toca al número de víctimas, que era mayor de aquella que se dio en los tiempos de la Guerra del Pacífico. Además, se tenía que tratar de establecer las causas, escuchar directamente a las víctimas y plantear, a partir de ello, el afianzamiento de la moral, la ética social, que comenzaría con un acto de justicia reparando a las víctimas y, por otro lado, prolongándose a la vida social a través de una serie de recomendaciones para modificar ciertos aspectos de la vida peruana para evitar que sucediera esto en el futuro.

― ¿Era necesaria la CVR?

― Sí, porque hasta ese momento los gobiernos y las élites no habían prestado mayor atención a aquello que había sucedido en el país, y eso porque la mayoría de la población afectada era quechuahablante, del interior del país, personas con poca educación, agricultores y pobres. Si bien en la capital y otras grandes ciudades de alguna manera se vivió el terrorismo a través de apagones y bombas colocadas por allí, no se supo con claridad lo profundo del daño causado. Entonces, los objetivos de la comisión eran establecer una investigación y una narrativa sobre esos hechos, establecer las causas, ver las responsabilidades en la medida en que ellas podrían conducir a la aplicación de la justicia, establecer reparaciones a las víctimas, y consignar un conjunto de reformas institucionales que, de alguna manera, hicieran a nuestra sociedad mejor, más democrática. La Comisión tenía que establecer las tareas y lo hicimos, pero desgraciadamente todo este período de, llamémosle incertidumbre en lo que toca a vida nacional, y de desconocimiento de lo que ocurre en el país, no se ha abordado. Somos testigos, incluso en los días presentes, de cómo puede todavía haber víctimas en el interior del país sin que esto sea mayormente enfrentado por la justicia, y sin que haya una conciencia nacional de las responsabilidades que tienen las autoridades en todo ello.

― A un sector no le gusto el contenido del informe…

― Nuestro informe fue muy atacado, incluso antes de que apareciera, lo que era un síntoma de la gente que sabía que iba a estar de alguna manera mencionada allí, y no positivamente. Existía una memoria de salvación, promovida por el Gobierno de Fujimori, en que se decía “vencimos al terrorismo, a Sendero”, “Guzmán está en la cárcel”, “Viva la paz”. Pero la cosa no era tan sencilla. Había que preguntarse, y eso hizo la Comisión, cómo habíamos llegado a vencer a Sendero, y la verdad es que lo hicimos gracias a que en algún momento se aplicó la inteligencia, pero el precio que se tuvo que pagar fue grande, en tanto que, en buena parte de esos 20 años, el Estado no defendió a los ciudadanos como debería. En la lucha contra Sendero, en algunos momentos y lugares, el Estado se comportó como lo hacían los propios subversivos, victimando a inocentes, con la injustificada razón de que el fin justifica los medios y que lo que importaba era deshacerse del terrorismo aun cuando se tuviera que pagar por ello con vidas inocentes.

― Veinte años después, no cesan los cuestionamientos…

― El informe fue atacado y lo sigue siendo, incluso por los partidos políticos, porque ellos no se compraron el pleito, ni la izquierda ni la derecha. También es atacado por las instituciones armadas, que no entienden que nosotros les reconocemos el mérito y el valor que han tenido, y a los héroes que tienen; se quedan simplemente en el hecho de que nosotros indicamos, porque teníamos que hacerlo ya que es verdad, que habían cometido delitos de lesa humanidad… No ha habido por parte del Estado una política de memoria articulada, más bien algunos sectores de la sociedad civil son los que por su cuenta han mantenido viva la memoria y han buscado que la gente sepa y entienda lo que pasó, porque solo conociéndolo vamos a poder evitar que se repita.

― ¿Y el Lugar de la Memoria?

― Fue por la bondad del Gobierno alemán, que impulsó la creación del Lugar de la Memoria, luego de que una autoridad alemana visitara Yuyanapaq (exposición fotográfica que dejó la CVR). Está el museo de las madres de Anfasep, en Ayacucho; en Lima, el Ojo que Llora, la obra de una artista generosa como Lika Mutal; el cine también. Todo eso de alguna manera ha generado un recuerdo, pero el Estado no se ha preocupado de una política educativa, por ejemplo, para que se enseñe a los jóvenes qué es lo que ocurrió. Es fundamental decirles que los dogmatismos de estas ideologías ciegas, que de alguna manera endiosan a una persona y dicen “no importa un millón de muertos con tal que triunfe la causa”. Eso es necesario enseñarlo a los chicos para que tengan un pensamiento crítico; y es necesario también decirles a los funcionarios, que tienen el honor de dirigir el país, que hay límites, modos de combatir, que hay que respetar los derechos humanos, la dignidad de los demás, que no hay razón para matar gente. No habido tampoco la reforma necesaria en justicia. Los casos que podían ser judicializados sobre los crímenes cometidos tanto por los terroristas, cuanto por algunas fuerzas del orden, han demorado muchísimo; algunos recién están empezando.

― También criticaron las audiencias públicas que realizó la CVR y que le dieron voz a los que sufrieron la violencia ¿Cuál fue su importancia?

― Sirvieron un poco para difundir lo que había sucedido y lo que habían sufrido muchas personas en el interior del país. En América Latina, primera vez que se hacía, las hubo en Sudáfrica, y un poco de allí salió la idea. Desgraciadamente no se pasaron en su integridad salvo Canal N o el canal estatal. Los que acudían y escuchaban los testimonios, de pronto abrían los ojos y decían “¿esto ha pasado en mi país?”. Todas las audiencias públicas me conmovieron, pero hubo un señor que luego de contar todo lo que había sufrido terminó con una frase que se me ha quedado hasta ahora: “ojalá que algún día sea peruano”. Y era porque no se sentía respetado en sus derechos.

― El informe de la CVR reveló el racismo que hay, pues la mayoría de víctimas eran quechuablantes pobres…

― Un racismo que venía de antiguo y que sigue ahora. Hay personas que piensan que el Perú se acaba en Lima y unas dos o tres grandes ciudades, cuando el Perú es fundamentalmente un conjunto de poblaciones que viven en el interior del país, que no son blancos ni ricos, y por eso pasan desapercibidos. Eso fue aprovechado por Sendero, y a esta gente tan maltratada la incitaron a que tomara el mal camino de las armas y la violencia para hacerse notar. Eso sigue hasta ahora, no hay preocupación por el bienestar de esos peruanos.

― ¿Esta discriminación se ha sentido en las últimas protestas sociales, en que la represión en el interior fue más dura que en Lima

― Sí, basta ver el número de víctimas que se ha dado en Ayacucho, en Puno. Eso muestra una especie de mirada de superioridad frente a aquel que no es limeño, que es provinciano. Eso tiene que desaparecer si queremos ser en verdad un Estado democrático, reconocernos plurinacional, diverso. Todos somos peruanos, pero tenemos raíces distintas y tenemos que conversar. El diálogo es fundamental. Y el camino para ello es la educación, pero desgraciadamente en el país es deficiente. Hay que caminar por el lado de la educación, de la igualdad de oportunidades, y para ello es importante recordar lo que pasó, tener una memoria ética. No podemos deshacernos del pasado, pues somos lo que somos en función de nuestro pasado. Hay que adecentar la política, luchar contra la corrupción.

― ¿Persisten las mismas condiciones que generó la aparición de Sendero Luminoso?

― Creo que de algún modo están latentes una serie de motivaciones para que la gente pueda salir a la calle a decir no me traten así. Felizmente no hay ahora, y espero que no haya nunca, un dogmático medio loco que, penetrado de una ideología totalitaria, se aproveche de la situación penosa en la que la gente se encuentra, y haga de eso una especie de caldo de cultivo para una especie de gran sismo social. Creo que el deber del Estado y de los que se creen buenos peruanos es borrar las situaciones que generen ese tipo de locuras.