José Ragas: “Se intenta cambiar la narrativa histórica y orientarla hacia lo que quiere el fujimorismo”
El historiador de la Universidad Católica de Chile realiza un análisis sobre lo que fue y es el fujimorismo en la política peruana. Además, cuenta un poco más de su nuevo libro para escolares en el que habla sobre el golpe de Estado de Alberto Fujimori.
El historiador de la Universidad Católica de Chile José Ragas publicó el año pasado con el IEP Los Años de Fujimori (1990-2000). Responde sobre el intento permanente del fujimorismo de querer interpretar la historia a su gusto, a razón de la publicación de un libro para escolares en el que se reivindica el golpe de abril de 1992.
-¿Por qué cree que el fujimorismo —31 años después— insiste en querer contar una versión del golpe en la que este terminó siendo una solución?
-Tiene que ver con la noción misma del fujimorismo. Ellos acusan de que la versión de lo que ocurrió realmente no permite que Keiko Fujimori pueda ganar las elecciones y por eso crean esta suerte de historia alternativa en la que el golpe no es un golpe, sino una interrupción, y la Constitución sacó al país del caos. Eso no se sostiene. Si se contextualizan los hechos, uno se da cuenta de que no hay asidero en la realidad.
-¿La Constitución no fue la que ayudó a superar la crisis?
-Fujimori nunca propuso algo así en la campaña. Fue una presidencia improvisada. Es como una interpretación post facto, en la que lo que vino después es atribuible a esta suerte de momento glorioso, casi salvador, que tuvo que ver con el cierre del Congreso y la Constitución. Cuando eso pasó, ya se había implementado el “fujishock”, ya se habían implementado las medidas económicas…
-Eso fue a las semanas de iniciado el Gobierno.
-Fue lo primero que se hizo. Y en lo que respecta al terrorismo, Abimael fue capturado sin que Fujimori ni Montesinos lo sepan. Colocar al centro el cierre del Congreso y a la Constitución como ejes salvadores, lo que hace es tratar de justificar medidas autoritarias. Pasó en los noventa y podría pasar más adelante. Y eso tiene relación con lo que ha dicho el vocero fujimorista (Hernando Guerra García), de comparar a Fujimori con Bukele. La idea del salvador que no importa que derribe la democracia porque el fin justifica los medios, es muy peligrosa.
-Es un doble discurso. A Castillo le dicen golpista. A Fujimori, ni por asomo.
-Y también le dicen golpista a Vizcarra. Hay un aspecto macabro: este libro está dirigido a escolares. Parte de la narrativa del fujimorismo es que a los niños y jóvenes se les enseña mal la historia y la idea es cómo cambiar la mentalidad de estos escolares para que conozcan “la verdadera historia del Perú”.
-¿Cree que el clivaje fujimorismo-antifujimorismo sigue teniendo vigencia?
-Por una parte, sí. Se ha ampliado a prácticas asociadas con el fujimorismo, como la corrupción, la malversación de fondos y otros. El problema es que el fujimorismo sigue teniendo fuerza y, hasta cierto punto, seguimos atrapados en esa dinámica. Siempre corremos el riesgo de elegir a quien llega a la segunda vuelta para que no salga Keiko Fujimori y no se ejerce la fiscalización que se debería. Eso de alguna forma pasó con Castillo. Estamos entrampados, sin que eso signifique reducir la responsabilidad del fujimorismo y del bloque ultraconservador en las propuestas que quieren para el país, aun cuando no han ganado las elecciones.
-Lo ideal sería tener un fujimorismo que adhiera ideas democráticas. En teoría, Fuerza Popular debió ser eso, pero uno ve lo de este libro y se da cuenta de que es como una cáscara.
-Una cáscara de naranja, pero con un proyecto a mediano o largo plazo. Hay que entender algo: ese libro, dirigido a escolares, va de la mano con la defensa de la Constitución para hacer creer que una asamblea constituyente es mala, con ese curso sobre historia del terrorismo que aprobó el fujimorismo en el Congreso donde no se incluye a los actos cometidos por fuerzas del orden y del Estado. Desde las instituciones oficiales se intenta cambiar la narrativa histórica y orientarla hacia lo que quiere el fujimorismo y sectores duros, ultraconservadores y casi de ultraderecha, que han adquirido mayor visibilidad.
-O se es fujimorista o anti. Parece no haber término medio. ¿Cree que el fujimorismo —con el tiempo— será visto de otra forma?
-Creo que no, porque el fujimorismo no ha hecho ningún tipo de acción de mea culpa. Lo más cercano que hizo fue tratar de alejarse de Fujimori padre, pero con fines electorales. Como usted dijo, FP debía ser este movimiento que se aleje de los noventa, que reconozca algunas cosas, pero que sea también crítico; sin embargo, la derrota electoral hizo que Keiko Fujimori se vuelva hacia el lado más duro del fujimorismo. Además, en los últimos años, desde el 2016, cuando han tenido mayoría congresal, se han radicalizado. Es una lucha no solo contra el sistema democrático, sino entre la misma derecha.
-¿El fujimorismo se ha radicalizado para intentar diferenciarse de los demás movimientos de derecha?
-Exactamente, para tratar de captar a grupos políticos, empresariales y opinión pública que se han ido radicalizando, dentro de esta ola de radicalización de la extrema derecha a nivel global. El fujimorismo fue uno de estos primeros movimientos de derecha radical, y ha mantenido ese tipo de línea hasta hoy.
PUEDES VER: Federación Médica exige disculpas de Boluarte tras decir que "malogran a propósito" los instrumentos
-¿El fujimorismo de los noventa significó la aparición de un estilo de cultura política que perdura hasta la actualidad?
-Creo que sí. Uno puede estar a favor o en contra del fujimorismo, pero nadie puede negar que representó un quiebre. Surgió como una ruptura con los partidos tradicionales, un movimiento que improvisaba e iba acaparando todo un espectro político. Tenías en él desde los sectores que habían apoyado incluso al Fredemo en las elecciones, a un sector casi de nobleza criolla que encontró mano dura frente a un mundo más popular y a sectores más radicales contra la izquierda y progresistas. Cuando uno mira lo que pasa en el mundo con Bolsonaro, Trump o Milei en Argentina… Eso es lo que pasó en los noventa en el Perú.