José Carlos Agüero, historiador y escritor, reflexiona sobre los orígenes de los enfrentamientos y la represión de los últimos días. Señala que el tejido social en el Perú ha terminado por descomponerse.
—¿Cómo se puede explicar toda esta violencia?
—Hay cosas que están ahí hace tiempo y que no hemos querido tomar en serio.
—¿Cuáles?
—Hubo un conflicto armado interno, luego una dictadura, un proceso de antipolítica, una pandemia que destrozó lo poco que quedaba del tejido social y que ha llevado a un colapso social. Esa es la forma en que yo entiendo el diagnóstico del país. La gente suele decir que estamos en una crisis política que lleva a otra y a otra, pero, para mí, es otra cosa: es un colapso social, es decir cuando todo desaparece, cuando el tejido social de deshilvana, cuando las instituciones dejan de serlo.
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—¿Y qué ocurre entonces?
—Cuando todo eso pasa no solo es difícil la gobernanza, sino la propia convivencia. El colapso social no te genera una crisis política normal, sino algo que será muy difícil de superar. En realidad, la crisis ya se dio y el país ha colapsado. Lo que estamos viviendo son los efectos de esa crisis. ¿Cómo se expresan en este colapso las demandas de gente que ha sido demasiado denigrada? No vamos a hablar de Pedro Castillo como personaje real, que creo tú y yo tenemos claro quién es: un personaje político tradicional menor, por decirlo…
—De manera elegante.
—Por ser elegante. Y hay que añadir que es antidemócrata y golpista.
—Tal cual.
—Pero esa no es la única figura de Pedro Castillo que circula. También circula el Castillo simbólico, lo que representa. Luego de una campaña gigantesca de humillación y estigmatización en las elecciones, representaba para la gente algo así como su participación en la vida democrática.
—¿Su reivindicación política?
—Era su representante. Un “ese soy yo”. Era un pacto: tú tienes todo lo demás, ya, yo tengo al presidente que he puesto. Bueno, derrocado Castillo - porque la gente lo lee así, ¿no? - ya no queda el pacto. La vinculación con Castillo es fuertemente identitaria. No es programática. Ahí están los dirigentes, hay videos. No son mis opiniones. Una señora en Cajamarca decía “será ignorante, será un profesorcito, pero es el que he puesto yo”. La caída de Castillo es sentida como arrebatarle algo a alguien que ya ha sido humillado un montón. ¿Que esperaba el actor político que suceda con esa población a la que se ha denigrado y estigmatizado? ¿Qué se quede sentada?
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—¿Diría que Castillo contenía toda esta…
—Castillo actuaba como un dique. Si tú me ofendes y humillas y encima tienes todo el poder, yo por lo menos tengo al presidente. Pero, ahora, ya no tengo nada. Y ante la situación del colapso social, ¿cómo se puede expresar una reivindicación, una indignación tan honda? No hay manera porque no hay canales, entonces se produce la explosión social. Y como no hay mediadores, tampoco se puede controlar ni administrar el ejercicio de la violencia.
—Hay también acciones muy irresponsables. Por ejemplo, del Congreso. Celebrar la vacancia como un triunfo, foto incluida con la “v” de la victoria, ha sido señal de una desconexión gravísima, de frivolidad.
—De desconexión y de desprecio. Hay principios básicos que hemos perdido: empatía y respeto. El mensaje que lamentablemente se ha mandado en estas semanas y que ha generado esta explosión de rebeldía es durísimo. ¿Qué mensaje se ha dado? Que cuanto la gente pobre y excluida vota, su voto casi que está viciado de origen porque es ignorante y no sabe elegir. Cuando gobierna, es incapaz, bruta. Y cuando reclama, es vandálica y bárbara. En cualquier circunstancia, este ciudadano está mutilado como tal y solo puede ser tutelado. Ni como votante, ni como gobernante, ni siquiera como reclamante es considerado un igual. Eso es totalmente antidemocrático y eso es lo que funciona ahora mismo como mensaje hegemónico.
—¿Qué piensa del papel de los medios de comunicación en esta coyuntura?
—Hay que diferenciar a los trabajadores de la prensa de las corporaciones. No creo que el margen de acción de los trabajadores sea muy grande. Por otro lado, hay medios alternativos que hacen una labor bastante buena y otros que, es verdad, son irresponsables. Pero, hablando de los medios como parte de los grupos de interés que administran el poder en el Perú, no hay que sorprenderse mucho, ni molestarse ya. No hay que pedirle peras al olmo. La función que cumplen estos grupos de interés, en el mundo entero, no es generar conciencia crítica ni incentivar el debate, sino actuar en función de sus intereses y para eso no se detendrán en campañas de desinformación ni de manipulación. Decir que todo es producto de una conspiración terrorista es mentira directamente.
—¿Es una campaña?
—Es una campaña. Yo, que no soy periodista pero que estoy informado, tengo acceso a una enorme cantidad de audios y videos donde están reunidos dirigentes y asociaciones y lo último que vez ahí son a terroristas. ¿De dónde se inventan que hay terroristas? Lo que hay es gente indignada organizándose. Usan el lenguaje clasista, sí, ¿y está prohibido? Es como usar el lenguaje liberal. Esa gente no forma parte de organizaciones terroristas ni están planificando sediciosamente.
—Hay vandalismo en las protestas, pero, al mismo tiempo, hay responsables directos de esos actos. Yo entiendo que el discurso del “terruqueo” lo que busca es homogeneizar toda la protesta, pero, además, deshumanizar a los que salen. ¿Cómo lo entiende usted?
—Es gravísimo. El “terruqueo” es uno de los mecanismos utilizados en los últimos años para invalidar al contrincante, en el Perú y en otros lados. Acá ha funcionado mucho. Es un asunto de ingeniería social. Decirle “terruco” a alguien lo saca de la órbita de lo legítimo y lo hace aniquilable. Justifica que ejerzan sobre ti cualquier tipo de represión porque eres un peligro para la convivencia nacional.
—Te hace “baleable”.
—Te hace “baleable”, que es lo que ha pasado en Ayacucho. En Lima no vemos al Ejército disparándole al cuerpo a la gente, ¿no? En Ayacucho, el Ejército ha salido… ¡En Ayacucho! Eso es de una torpeza…
—Es ineptitud.
—Que escapa a la razón, ¿no? Es difícil entenderlo. Para encontrarle el lado más discursivo, hay mucho desdén y a veces eso se cuela en nuestras decisiones.
—¿Cómo ve lo que puede venir a partir de ahora?
—Hay necesidades de corto plazo. Hay que desactivar los dispositivos que ponen en riesgo la vida de la gente. Todos. Desde la gramática hasta las disposiciones del estado de emergencia. De otro lado hay actores movilizados, que estarán fragmentados, desorganizados, inarticulados, pero con los cuales se debe hablar. ¿Con quiénes más vas a hablar? Te están diciendo acá estoy, pongo en riesgo mi vida porque quiero participar, decidir de la vida pública, algo que es esencialmente democrático. Como decía Martín Tanaka, y esto de acuerdo, no se puede gestionar del vacío, el vacío tiene que ser llenado con persuasión, explicación, negociación y con interlocutores.
—Eso en lo inmediato. ¿A mediano plazo?
—Muy en segundo lugar, si va a haber o no una nueva Constitución. Habrá gente a favor o en contra y que se discuta. Lo que ocurre es que la urgencia te pide otra cosa. Si no va a entorpecer la salida de la crisis con un menor costo, adelante. Pero si la va a entorpecer, hay que bajar las expectativas. Por ejemplo, no se puede pedir que Castillo sea liberado y restituido, eso no es realista. Eso es a mediano plazo. Y no me pidas las de largo plazo, porque no me quedan claras. En principio, siendo tristes las consecuencias de las movilizaciones porque las muertes nos enlutan, al menos demuestran que la gente está dispuesta a luchar por representación política. Es un ejercicio democrático y, quizás, es el germen de una posible reconstrucción del tejido social. Quizás.