El 23 de octubre de 1965, hace 50 años, cayó abatido Luis de la Puente Uceda, comandante general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR, en un enfrentamiento con el ejército en Mesa Pelada, La Convención, Cusco. Sus compañeros fueron igualmente abatidos y no quedó nadie para contar cómo fueron sus últimos momentos. Los intentos de encontrar sus restos han sido infructuosos. La historia de cómo de la Puente llegó a organizar un movimiento guerrillero que se propuso tomar el poder por las armas para hacer una revolución socialista en el Perú dice bastante acerca de nuestra historia política. De la Puente era hijo de una familia terrateniente de Santiago de Chuco y era pariente lejano de Haya de la Torre. Nació en un hogar acomodado y pudo haber escogido vivir sin apremios, usufructuando las ventajas que le otorgaba su condición social. Pero como muchos de sus contemporáneos se comprometió en la lucha por construir un mundo más justo y esa opción, que suponía enfrentar a la oligarquía y el imperialismo, lo llevó a militar en el Apra. De la Puente estudiaba derecho en la Universidad de Trujillo y era secretario general de la federación universitaria cuando se produjo la abortada revolución aprista del 3 de octubre de 1948 y el golpe militar de Manuel A. Odría, que inició una sañuda persecución contra los apristas. De la Puente organizó una toma de la universidad en protesta y fue detenido y puesto en prisión. Fue luego deportado a la Ciudad de México, donde se encontró con otros exiliados apristas. Uno de ellos, el poeta Gustavo Valcárcel, lo acogió en su casa, donde vivió algunos años. Mientras tanto Haya de la Torre, quien se había refugiado en la embajada de Colombia en Lima en enero de 1949, se encontraba cautivo porque Odría se negaba a darle el salvoconducto para que pudiera abandonar el país. Los exilados apristas temían que el dictador atentara contra la vida de Haya y planearon una invasión armada para derrocarlo. Una columna dirigida por Armando Villanueva del Campo se organizaría en Argentina, se entrenaría en Bolivia y entraría al Perú por el sur. La otra, cuya dirección recayó en Guillermo Carnero Hocke, entraría al Perú desde el Ecuador. Carnero reclutó a de la Puente como su lugarteniente y entraron clandestinamente al Perú en 1954 dispuestos a iniciar la acción armada. Pero Haya de la Torre había ganado un juicio en la Corte Internacional de La Haya al gobierno de Odría, y este se vio obligado a otorgarle finalmente el salvoconducto. La última insurrección aprista abortó y Carnero, de la Puente y otros terminaron en prisión, donde permanecieron hasta que una amnistía les permitió recuperar su libertad, en 1956. Los jóvenes apristas encontraron al salir de la prisión que Haya había cambiado de posición radicalmente. El discurso antiimperialista y anticapitalista de los 30 había sido reemplazado por el de la cooperación con Estados Unidos: el “interamericanismo democrático sin imperio”. Haya apoyó en los 50 la intervención norteamericana en Corea, en la Guatemala de Arbenz, en la Argentina de Perón y luego en Cuba. En 1956 el Apra se alió con Manuel Prado Ugarteche, el más conspicuo representante de la oligarquía, y en 1963 se sumó a esa alianza el odriísmo, que una década antes había masacrado a los apristas. Muchos apristas abandonaron el partido en protesta y de la Puente y un grupo de jóvenes decidió dar la lucha dentro, buscando reencaminar al Apra hacia su “radicalismo auroral”. Fueron expulsados en octubre de 1959 y crearon un comité, que luego se convirtió en el Apra Rebelde. Su intención de reorientar al Apra se abandonó luego, en buena medida gracias al influjo de la revolución cubana. En 1961 anunciaron formalmente su ruptura con el Apra, fundaron el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, se declararon marxistas y anunciaron que se proponían hacer una revolución armada que acabara con la injusticia en el Perú. Así, se alzaron en junio de 1965. La guerrilla actuó principalmente en la sierra central y sur. Fue rápidamente derrotada y todos sus líderes históricos fueron muertos. Sólo sobrevivieron algunos jóvenes que no habían estado en los frentes guerrilleros. Capturados, fueron puestos en prisión. Años después, el general Juan Velasco Alvarado explicó que el gobierno ordenó a los militares reprimir la insurgencia y estos lo hicieron con eficiencia. Pero cuando salieron al campo descubrieron que los guerrilleros tenían razón. La condición de los campesinos era inicua y eran imprescindibles cambios estructurales. Tres años después del aplastamiento de la guerrilla los militares tomaron el poder para ejecutarlos. Continuaré.