Víctor Andrés García Belaunde Se cumple un año del fallecimiento de Violeta Correa, y quiero ahora, al trazar estas líneas, recordarla en las múltiples facetas de su vida, en mi calidad de correligionario y, sobre todo, de amigo. Violeta fue una luchadora social que trabajó calladamente en bien de los que nada tenían, ni el alimento oportuno ni el indispensable acceso a la atención médica. Para lograr lo que en cierta manera se convirtió en una cruzada, contó con el apoyo decidido de su esposo el presidente Belaunde. Surgieron entonces comedores populares, se fundaron talleres de capacitación, se dio desayuno a miles de niños, se construyeron postas médicas. Violeta recorrió los pueblos del Perú. Su trabajo no lo hizo desde una cómoda oficina del Palacio de Gobierno; viajó para hacer el bien, para comprobar personalmente lo que se requería en los pueblos jóvenes y asentamientos humanos, al margen de denominaciones. Un sector de pobladores necesitaba ayuda, y Violeta estaba ahí presta para brindársela, sin réditos al cabo de esta tarea, cuando incluso no existía Acción Popular. Violeta había sido miembro de la Cruz Roja, lo que pone de manifiesto su arraigado espíritu de servicio. Pero fue también destacada periodista en el diario La Prensa, en la época de Pedro Beltrán y del brillante equipo de profesionales que ingresó en la década de 1950 a ese diario, hoy por desgracia desaparecido. Allí fue redactora de la página femenina y social, pero sentía atracción sobre todo por la fotografía, que más tarde, como integrante de Acción Popular y en su calidad de secretaria personal del primer mandatario, le permitió organizar la exposición fotográfica Perú ante el mundo que luego de ser exhibida a lo largo y ancho de todo el país fue presentada en el extranjero, tanto en nuestro continente como en Europa y Asia. ¿Qué significaba "Perú ante el mundo"? Simplemente el rostro o la imagen de una nación pujante, llena de vida, con visión hacia el futuro. Grandes fotos mostraban el paisaje de la costa, de la sierra y de la montaña, las vías de comunicación, los edificios, los llamados "Monumentos históricos" y, sobre todo, la faz o el rostro de sus habitantes. Casada desde 1970 con Fernando Belaunde, compartió con él el destierro, y cuando regresaron al Perú, superada la época del velascato, estuvo siempre al lado de Belaunde, brindándole el apoyo de esposa, lado a lado, por todos los caminos del Perú que el arquitecto volvió a recorrer, como lo había hecho ya en otros tiempos. Violeta, su compañera y esposa del destierro, con quien compartió la nostalgia de la tierra lejana, se convirtió en primera dama de la nación. Y siguió siendo la Violeta de siempre, sencilla, conversadora y bromista. Así la recuerdo porque tuve la ocasión de tratarla en muchas ocasiones y de conocer su enorme calidad humana. Vivió para hacer el bien, y lo hizo calladamente, lo que le daba mayor significado a lo que hacía. Con Violeta se fue una defensora de los desposeídos. Partió para siempre una mujer que nunca dejó de ser solidaria con los pobres, a quienes comprendió y ayudó en todo lo que pudo. No se dejó perturbar por las alabanzas y el incienso, ni la sedujeron papeles frívolos ni decorativos. Mujer inteligente, acertada consejera, de amplio criterio, distinguida, fue para Belaunde un apoyo invalorable durante cuatro décadas de vida unidos por una misma causa, la de servir a los más desposeídos.