Ismael Frías (*) ......Los muchos que hemos tenido el privilegio de conocer, que era respetar, admirar y amar a la doctora Laura Caller Iberico, abogada de campesinos, obreros y presos de conciencia, especialmente la legión de quienes fuimos alguna vez sus defendidos por causas político-sociales, desearíamos poder decir hoy ante su tumba recién cerrada, como Francisco Luis Bernárdez, el poeta de "La ciudad sin Laura": "Porque para que aquélla no se muera / De la muerte que hubiera padecido / Es suficiente con que yo la quiera". No es así, lamentablemente, y todos tendremos que resignarnos en adelante a su ausencia. El Perú sin Laura será bastante más huérfano de lo que ya era. ¿Cómo podría olvidarme de las circunstancias en que tuve la suerte y el honor de verla y hablarle por primera vez? ¿Ni por qué habría de silenciarlo aquí y ahora? Debe haber sido, si la memoria no me traiciona, a fines de la década del cincuenta, bajo el segundo pradismo. Estaba yo preso, en lo que se llamaba entonces "San Quintín", o sea en los calabozos de la Prefectura de Lima, no sé si por mi participación en las manifestaciones anti-Nixon, o por mi apoyo a una de las grandes huelgas de la época. Ella traspuso las rejas del estrecho pasadizo, sin que el antro carcelario lograse contaminar esa su innata dignidad y sencilla elegancia de dama de "la mejor sociedad del Cusco" (que había optado "por los indios", contra su propia clase, y porque le había "dado la gana"). "¿Es usted Ismael Frías?", me preguntó, acercándose, con la voz de terciopelo y acero que la singularizaba. Y, ante mi respuesta afirmativa, prosiguió: -"Afuera se halla su padre, quien me ha pedido que me haga cargo de su defensa. ¿Está usted de acuerdo?" Le contesté, por supuesto, que sí. De este modo puedo dar testimonio personal de la abnegación y la eficiencia como abogada de la doctora Caller, quien fue mi defensora no una sino muchas veces ... y jamás aceptó pago alguno por ello. Años más tarde, a mediados de la década del setenta, en plena revolución velasquista, el destino que siempre ha sido demasiado generoso conmigo, me deparó la chance de hacer un poco de defensor de Laura, a mi turno. Tranquila aunque intrépida, en su estilo tan propio de revolucionaria-legalista, la doctora Caller había volado me parece que a Huancavelica, para asumir allí la defensa de unos dirigentes comuneros, a quienes se acusaba de haber organizado invasiones campesinas contra la ley de la Reforma Agraria. Apenas bajó del avión fue detenida. Por designación del presidente Velasco, yo ejercía entonces la dirección del diario socializado "Ultima Hora". Desde allí lancé solitaria campaña por la libertad de Laura. Durante una semana hubo de todo: llamadas de portada, notas informativas, artículos editoriales, mi columna que ya tenía el mismo nombre "De Puño y Letra", etcétera. Al segundo día, me llamó por teléfono un general cuyo nombre callaré por lealtad, y pretendió "recomendarme" que parase la campaña, porque "estaba probado que la doctora Caller era culpable". Me negué naturalmente, y le expliqué que si Laura era culpable, Velasco lo era igualmente por defender a los mismos campesinos y darles la tierra. Enmudeció. El presidente zanjó la cuestión ordenando la libertad de la doctora Caller. Tengo ante mis ojos, nublados hoy por las lágrimas, la enorme foto de primera plana, de "Ultima Hora" de hace tantos años, en la que se ve a Laura saliendo de la prisión con una gran maleta en la mano. Feliz pese a todo. Como cuando el presidente García la visitó, en su lecho de muerte, y le anunció que iba a condecorarla a nombre de la nación. La muerte se adelantó, pero ya no importa, ¿qué mejor condecoración que su gran corazón de vieja-niña, por fin en paz? (Artículo aparecido con ocasión del fallecimiento de Laura Caller, en 1987, y publicado ahora en homenaje al decimoquinto aniversario de su muerte).