En esta década que se va, los escraches como actos de humillación pública (que nacieron en la Argentina contra los genocidas indultados por Menem) se adaptaron y adoptaron en las redes sociales como herramienta social de denuncia contra abusadores, y ante la inoperancia del sistema de justicia formal aun bastante alineado a la mirada patriarcal. Los escraches compensan la falta de justicia para las mujeres abusadas en las democracias neoliberales masculinizadas y tóxicas.
Cuando una persona ha sufrido abuso sexual, psicológico o físico en la intimidad de su vida privada, la laceración y el padecimiento son internos. Quedan atrapados en su mente y como fantasmas la recorren una y otra vez. Pesan y atormentan en ese universo tan abstracto como real de los pensamientos. Suele tomar mucho tiempo para algunas, para otras es nunca, antes de ser capaz de contarlo a alguien en quien uno puede confiar superando la vergüenza, la culpa o el miedo. Porque la manera en que la cultura patriarcal nos ha enseñado a sentir con respecto de los abusos masculinos es con culpa y vergüenza como mecanismo de defensa funcional a ellos, no a nosotras. Por eso a tantas se les hace tan difícil escapar, liberarse del peso de esa falsa culpa y vergüenza. Pero sea por una súbita epifanía o porque el instinto de supervivencia se impone en un momento de lucidez, llega el día en que no solo se quiere hablar sino que se tiene que hablar.
Hablarlo públicamente, contarlo tiene un efecto de restitución del poder que a esa mujer le fue arrebatado mientras era abusada. Hacerlo público, nombrar el abuso y al abusador, lo saca de tu cabeza y te permite un grado de alivio que no es total, porque el dolor, el sufrimiento y la experiencia traumática no se borran, pero alivia un buen la carga emocional de llevarlo sola y encerrados en tu mente. Empodera porque es tomar control de tu vida, que en alguna importante medida estuvo tomada por otro, por un otro que usó ese control para abusarte. Estos abusos repercuten en la autoestima y retomar control es recuperar autoestima.
En el acto de denunciar se restaura control, poder y amor propio. Y esa restauración es primordial para dar paso a cualquier sanación. Que el abuso salga de tu ámbito más íntimo, tu mente, para volver mediante la denuncia pública al ámbito de lo corpóreo donde concomitante ocurrió, es necesario y justo. Y es justo no solo para quien sufrió el abuso y necesita curarse, sino para con otras mujeres que deben conocer qué tipo de abusivos se esconden tras máscaras para a voluntad y elección abusar del poder inculcado en sus registros identitarios por el patriarcado.
Denunciar por la vía formal es inaccesible económicamente para la mayoría. Pero además de las pocas posibilidades de obtener justicia, implica estar emocionalmente atrapada en un juicio que puede durar años, atrapada en un pasado que una quiere y tiene que olvidar por salud mental. El escrache nació de la necesidad. Es y seguirá siendo una forma de justicia social contra la violencia de género.
En esta década que se va, por primera vez en la historia humana vimos cómo el abuso estructural contra la mujer en lo privado se volvió público, de manera masiva y global, y por tanto se hizo político, que es la única forma de lograr los cambios necesarios que comienzan a asomar. ¡#SeguimosEnLaLucha!