"Son siglos de privilegios masculinos y de identidades forjadas bajo esas características de ‘hombría’. Lo más probable es que nos tome décadas que los hombres se desmonten esos rasgos".,La famosa marca de cuchillas de afeitar, Gillette, acaba de sacar un comercial que se suma a la saludable discusión contemporánea de las masculinidades tóxicas y de lo urgente que es que los hombres tomen consciencia y acción sobre ella. El comercial muestra una serie de comportamientos abusivos típicos de niños contra niños y de hombres contra mujeres. No hay sangre ni muerte, pero sí microagresiones cotidianas en cualquier escuela, calle o en la oficina. El comercial se pregunta en la primera parte si esto es lo mejor que un hombre puede llegar a ser; y en la segunda responde que no, que hay aún muchos malos hábitos tóxicos masculinos que desterrar. Entonces las escenas se resuelven con el papá que separa a sus hijos que se están agarrando a trompadas; o el muchacho que detiene a otro que está por gritarle alguna cochinada libidinosa a una mujer en la calle y le dice #NotCool (#NoEstáBien) y otros por el estilo. No vamos a entrar al tema obvio de que Gillette está haciendo marketing para vender un producto y que se sube en una ola contemporánea de exigencia de cambio que genera controversia. Creo que genera controversia en una porción de hombres que sienten esta exigencia como una amenaza a sus privilegios culturales -tácitos y explícitos- de hombre. Y esos privilegios son y han sido durante centurias una expresión de poder. Por tanto, la angustia y la irritación que estas exigencias provocan en ese tipo de hombres, es por la inminente pérdida de ese poder. Es alentador ver que un tema como el de la violencia contra la mujer y las masculinidades tóxicas es abordado por una transnacional y lanzado desde –y hacia- las fauces mismas del consumismo. Gillette pudo haber elegido para su campaña cualquier otro tema o personalidad, meterle mucho dinero y sacar réditos. Pero se la está jugando por este tema y eso, en una sociedad patriarquizada aún, hay que aplaudirlo. Al margen, incluso, de que Procter & Gamble como marca no haya internalizado su propio mensaje en sus operaciones diarias ni en otros de sus productos. El punto que interesa rescatar aquí es que una marca de alcance transnacional ha elegido ocuparse de un tema que es socialmente relevante y urgente, así como invisible aún para muchos hombres en negación. (Hace unos meses, Avon también sacó tres estupendos comerciales para Latinoamérica, que son ejemplos de masculinidades tóxicas y formas de empezar a cambiarlas). Lo interesante de lo que han hecho estas dos marcas es que no se quedan en señalar el problema sino que muestran el camino para erradicarlos: apelando al sentido común de los ‘machos’ y casi en todos los casos son los ‘mejores hombres’ los que toman cuentas y señalan ‘a los tóxicos’ aquello que deben cambiar y por qué. Las masculinidades tóxicas no significa que todos los hombres son agresivos ni que todos están ‘intoxicados’, aunque ciertamente los no intoxicados son la excepción (por ahora). La masculinidad tóxica se refiere a esa porción de la masculinidad de un hombre que durante siglos han asociado –y aprendido culturalmente a asociar– con su identidad: ser violento, abusivo, demostrar fuerza y no sentimientos, expresarse acerca de la mujer y tratarla como un ser que debe estar a su disposición y subordinación, a su servicio material y sexual. Los hombres que en mayor o menor medida tienen estos hábitos enraizados, suelen ser quienes han forjado su identidad sobre sus represiones enmascaradas en sutiles y no tan sutiles abusos de poder. Son siglos de privilegios masculinos y de identidades forjadas bajo esas características de ‘hombría’. Lo más probable es que nos tome décadas que los hombres se desmonten esos rasgos. Pero como dice el comercial, no hay marcha atrás. Estamos viendo desplegarse el inicio de un cambio de paradigma ante nuestros ojos. Internet y las redes sociales le han dado al feminismo un alcance masivo y un poder de replicabilidad y comunidad que está logrando que la información y el despertar viajen a velocidades exponenciales. Las mujeres llevan siglos trabajando en esto, ahora les toca a los hombres sumarse. Esta lucha por la igualdad, que no es otra cosa que el respeto del hombre a la mujer cual ser humano, no va a ganarse mientras los hombres no se unan a esta conversación, mientras no dejen de culpar a las mujeres, de victimizarse. Los más irritados son los más aterrados por esa inminente pérdida de poder ilegítimo y abusador. Esta lucha no tendrá éxito mientras los hombres no se miren reflexivamente e identifiquen en sí mismos los hábitos y pensamientos tóxicos de los que tienen que desprenderse. Recién entonces comenzará el proceso de reequilibrio de los géneros.