Sería formidable que la indignación del público se tradujera en una galvanización del electorado hacia las mejores opciones, una renovación ética desde las urnas más reflexivas.,A medida que se multiplican los audios judiciales, el ánimo en los medios se va radicalizando. El más reciente estadio de esto son los pedidos de nuevas elecciones, generales o para una asamblea constituyente, como el de César Hildebrandt en TV hace poco. Es una medicina peligrosa, de resultados impredecibles. Pero quizás conviene darle algunas vueltas. La premisa de los adelantos electorales es que ellos pueden producir mejores resultados. Por eso suelen ser reclamados cuando se considera que nada puede ser peor para el país que la situación actual. Aunque es obvio que a la crisis de estos tiempos se llegó mediante elecciones, en este caso dentro de los plazos establecidos. En algunas circunstancias el adelanto electoral ha resuelto cosas. En otras ha sido un alivio transitorio. No hay forma de saber hoy cómo terminaría eso en el caso peruano. Sería formidable que la indignación del público se tradujera en una galvanización del electorado hacia las mejores opciones, una renovación ética desde urnas más reflexivas. ¿Está realmente disponible esa opción? Cuando empezó a hablarse de un cierre del Congreso con nuevas elecciones parlamentarias, Fuerza Popular se jactó de que podría obtener una mayoría absoluta también en ellas. Uno pensaría que eso es imposible a partir de su descrédito de estos días. Probablemente es así, pero nada garantiza un mejor resultado. Luego está el costo-beneficio de todo el asunto, y de la revolución de expectativas que produciría en el país. Nuevas elecciones (o nueva Constitución) sin duda oxigenarían el ambiente y les abrirían la puerta a nuevas oportunidades. Pero también podrían inaugurar un tiempo de inestabilidad parecido al que se desea abandonar. Probablemente todas estas salvedades no pesarán en el ánimo de una población hoy abrumada por la crisis político-judicial cuando una encuesta pregunte por el tema. Tendemos a ver las elecciones, con su oferta de una nueva oportunidad, como solución a los problemas. Por lo pronto nuestras encuestas de intención de voto aparecen radicalmente temprano. Quien sabe si una propuesta como la de Hildebrandt ahora sí asuste a la mayoría del Congreso lo suficiente como para enrumbarla hacia una mejor conducta política e institucional, algo para lo cual nunca es tarde. Aunque también en esto nos permitimos ser escépticos.